La exigencia nos mata a todos
Trata de cómo la exigencia nos quema la vida, con un cuento precioso que describe muy bien este tema.
(Es un artículo de http://psicogestaltvigo.blogspot.com/)
Recuerdo un día yendo yo en autobús, que el bus paró de golpe y el conductor comenzó a pitar con gesto enfadado, un coche le impedía el paso, acto seguido algunos de los pasajeros comenzaron murmurar en contra de la conductora del automóvil, sin percatarse demasiado qué estaba ocurriendo antes de juzgar. Una señora maniobraba con cara de susto su coche, quería aparcarlo, y era incapaz de atinar correctamente, parecía bloqueada, y avergonzada. Un viandante se paró y con cara de circunstancias observó el espectáculo con gesto censurador. Todos eran lobos encima de una pobre oveja que no sabía cómo hacer para parar aquello, de lo obturada que estaba. Cuánto más torpe parecía, más encendida estaba la multitud, a nadie se le ocurría ayudarla o dirigirla, sólo criticarla, y yo que debía ser la única que protegía mentalmente a la pobre señora de imaginarme en su tesitura, me hubiera encantado que saliese del coche y exclamase a grito limpio, ¿qué?, ¡todos somos perfectos aquí! o ¿qué?, ¡nadie tolera una imperfección!, ¿no?, ¡ya no se permite ser humano!.
Nadie tiene tiempo ni deja espacio para ello, andamos a mil por hora, todo ha de salir perfecto si queremos que lo que tenemos planeado salga adelante, no suele sobrar ni un segundo, por eso exigimos al otro lo que nos exigimos a nosotros mismos, nos asemejamos a máquinas, y demandamos que el otro también reaccione como tal .
Mucho de lo que nos complica la vida está relacionado con la exigencia, la exigencia con nosotros mismos y con los demás, el reproche por lo que hacemos y el reproche hacia cómo es y se comporta el otro.
La gestalt trabaja la conciencia de la exigencia con una técnica muy potente denominada “perro de arriba” y “perro de abajo”. Ambos “perros” simbolizan dos partes claras que habitan dentro de nosotros, y se comunican todo el tiempo, el perro de arriba es aquella voz que no para de juzgar, de decir lo que está bien o mal, de corregir, de criticar. Es la parte intelectual, moral, exigente, censuradora, que nos acribilla sin cesar, quemándonos, y provocando que nos sintamos unos sapos feos, sucios y olorosos. Se reconoce con facilidad en el uso de los “deberías”, o “tendrías que”, ejemplo: deberías hablar mejor, deberías adelgazar, no debería ser así…
El perro de abajo es el mandado, el pobrecito, el bloqueado, el sumiso, el tierno, el blandito, el que se adapta. Entra más en contacto con el cuerpo, las emociones, está más conectado con nuestras necesidades.
A veces escuchamos voces de un lado y del otro, es un juego interno, y podemos ver con facilidad en terceras personas una parte y la otra, el gato apaleado o el hitler, por hacer una caricatura. De lo que se trata es que ambos se comuniquen para llegar a un pacto en el que no gane uno ni pierda el otro, y se llegue a un equilibrio entre los deberías de la vida y las necesidades de uno.
Es importante descubrir cómo nos flagelamos y descalificamos, ya que al ser conscientes, bajaremos nuestra exigencia, tratando de esa forma de conseguir mayor paz en nuestro interior, que se reflejará también en el exterior, ya que atraemos de fuera lo que nos hacemos por dentro, el exterior es un simple espejo de nuestro interior, así que conforme más nos respetemos y cuidemos, mayor respeto tendremos del otro, y viceversa, conforme más nos castiguemos, más nos engancharemos en juegos de degradación, y con más exigencia nos trataran, por eso el cambio siempre ha de darse de dentro para fuera. La vida fluye, lo que somos y tenemos no es no es ni más ni menos que un reflejo de lo que permitimos que entre en nuestra vida.
En una ocasión le compramos a mi hija un DVD de lo que pensábamos que era la película de la Sirenita, pero resultó ser una versión un tanto diferente, bastante dura para ser un cuento de niños. Trataba de lo siguiente, la sirenita estaba enamorada del príncipe, para conseguir acercarse hasta palacio, hizo un trueque con la bruja del mar. La bella sirena le daba su voz melodiosa y dulce, su tesoro más preciado, el instrumento con el que podía expresar toda su belleza extasiando a los que le rodeaban, y a cambio la bruja le transformaba su cola en dos piernas. A partir de ese momento, la sirenita nunca más podría hablar, y al caminar sentiría el dolor de miles de cristales rotos clavándole la planta del pie a cada paso que daba; para más tragedia, sino conseguía enamorar a su amado, moriría convirtiéndose en una simple espuma del mar. A pesar de los duros tributos a los que se iba a someter, no lo dudó ni un momento, ya que su necesidad de amor era tan grande que le parecía que valía la pena.
Al dar sus primeros pasos sintió un dolor insoportable, pero con el tiempo se acostumbró, consiguió habituarse tanto al dolor, que ya formaba parte de ella, ya no lo sentía, no lo percibía, estaba encallecida. Podía sonreír, y dedicarle gestos amables y agradables a su adorado sin mostrar todo su malestar interno, lo importante no era su malestar sino que cayese rendido a sus pies. La mirada de la sirenita siempre estaba en el otro, nunca en ella, se abandonaba, se vendía, haciendo todo lo posible para que él no la abandonara.
Este cuento refleja con bastante claridad cómo nos vendemos por el amor del otro, como decía Osho, “somos mendigos de amor”. Al igual que la sirenita, a pesar de los múltiples dolores que tenemos, nos presentamos ante el mundo como si nada ocurriese. Para que no se trasluzca nuestras penurias, sonreímos a veces con ojos muertos, o contestamos de forma automática “bien” ante el saludo estereotipado, ¿qué tal estás?. El maquillaje es el invento perfecto para ocultar nuestro malestar, una máscara que dificultará al otro y a uno mismo la visión de la realidad de fondo.
Vivimos en la cultura del disimulo, de la búsqueda del éxito y del reconocimiento a toda costa, de la necesidad de la mirada del otro para caminar, y eso provoca mucha neurosis, ya que se hace difícil el desahogo, y lo que no sale para fuera queda dentro provocando mucha disfunción. Tratar de estar perfecto siempre a nivel físico, emocional, mental es tal exigencia que nos mata.
Todo este esfuerzo por ocultar lo que consideramos rechazable de nosotros se hace por un poco de cariño y atención. Al igual que la sirenita, buscamos a nuestro príncipe que puede simbolizar cualquier persona a la que deseemos llamar la atención, dejando atrás nuestras opiniones, nuestros sentimientos, NUESTRA VOZ a cambio de un poquito de atención, y así sin voz, y con nuestros problemas, a modo de cristales incrustándose en la piel, tratamos que nos vean como personas exitosas, que nos admiren, que nos quieran por ello, que no nos abandonen. A veces es tan perfecto el disfraz, que nos lo creemos, y lo más triste llega cuando ya no somos ni capaces de percibir los miles de vidrios pinchando al unísono, de tan acostumbrados que estamos de convivir con el malestar. El cuerpo grita y se retuerce de dolor, y no lo escuchamos.
Al final del cuento, la profecía se cumple, el príncipe se casa con otra, con ella sólo mantiene una relación de amistad, por haberla rescatado del mar, y por la pena que siente al descubrir que es muda.
La sirenita pierde el juego, la bruja del mar le indicó que si no lo enamoraba, moriría convirtiéndose en espuma del mar, y eso fue lo que le ocurrió, y casi es mejor así, ya que sino seguiría con el mismo juego toda la vida, y esto es aplicable a cualquiera de nosotros, nos vendemos toda la vida, a veces por unas cuantas migajas. Recibimos lo mismo que nos damos a nosotros mismos, es decir, poco o nada. Es un ejemplo claro de que lo exterior y lo interior es en definitiva lo mismo, simplemente un reflejo.
A veces ese sufrimiento provoca que permitamos que caiga el disfraz que tanto tiempo hemos mantenido, y lo que pensamos que es un gran fracaso, se convierte en la gran oportunidad de la vida para crecer, para verse mejor y estar pendiente de uno mismo.
Mucha gente se quiere morir, metafórica o realmente, y en cambio, ocurre todo lo contrario, renacemos por primera vez, pero para nosotros mismos, en lugar de tener la mirada depositada constantemente en el otro, pudiendo apreciar con toda intensidad nuestro dolor soterrado, y oculto, y nuestra voz volverá a recuperar espacio y brotar con un ay, y un llanto, y desde ahí podremos recuperarnos, extraer cada trocito de cristal incrustado, y bailar desde nosotros mismos, igual tal vez encontraremos a alguien auténtico como nosotros para compartir la vida en forma de amiga/o, pareja etc., o simplemente transformar la relación existente en algo nuevo y diferente, y esto es aplicable no sólo a la pareja, sino a cualquier relación de cualquier tipo, incluida la familiar o laboral. La exigencia y el olvido de nosotros mismos está presente en todos los ámbitos de la vida.