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La estética del amor sexual

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La estética del amor sexual

19 Mayo 2013
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<p><strong>British Gestalt Journal,&nbsp;12, 2, pp 97-104.</strong></p>

Una reflexión sobre El Cuerpo Apasionado de William Cornell, publicado en el British Gestalt Journal, 12, 2, pp 97-104.

Me encuentro en profundo acuerdo con el deseo de William Cornell de devolver a la pasión sexual su anterior lugar venerable en la psicoterapia. Y estoy satisfecho de que él escriba sobre esto con considerable fuerza elocuente. Es bueno estar apasionado por la pasión. Me gusta imaginar que la psicoterapia trata, entre otras cosas, de la restauración de la libertad para ser apasionado -y no sólo pasión sexual, sino también curiosidad apasionada, apasionada y juguetona espontaneidad, apasionado interés en adquirir nuevas destrezas, absorción apasionada en las tareas al alcance de la mano, etc.

 

    Por eso me uno al Sr. Cornell en lamentar el hecho de que mucha de la psicoterapia actual ha dado un giro, restringiéndose a sí misma hacia unos suaves, seguros y piadosos sentimientos, como la reciprocidad, la confianza, la empatía, el cuidado, la relación, etc. Todas estas psicoterapias parecen estar demasiado a menudo al servicio de probar que el terapeuta es un alma buena, guardián de una teoría higiénica de las relaciones humanas, de los cuáles uno no tiene nada que temer. La visión beata del amor en la cita que el Sr. Cornell elige de Judith Jordan ilustra esto perfectamente. No estoy reclamando que ésas sean malas ideas en sí mismas; obviamente están todas ellas en el lado de la virtud. Sin embargo, en un escenario tan benevolente, ¿cómo puede un paciente abrir y explorar los temores más oscuros de su infancia, sus deseos agresivos reprimidos, el desordenado y efusivo lado animal del cuerpo?

 

    Consideremos a un paciente que ha tenido que luchar para sobrevivir a los    terroríficos y a menudo secretos impulsos libidinosos y violentos -de sus padres y hermanos, así como de sí mismo o sí misma- ensartados a través de la vida familiar. Por otro lado, tomemos a un paciente cuya familia tolera sólo la armonía y los buenos sentimientos, por lo que no existe lugar para expresar el sufrimiento, el dolor, el odio, los deseos lujuriosos, y otras de las así llamadas emociones negativas. Ninguno de esos pacientes es probable que se encuentre en muy buena forma para hacer su camino a través de un mundo de adultos donde, junto a oportunidades para el crecimiento y la realización, se esconde el amor predatorio, la intencionalidad agresiva, y las sádicas autoridades alardeando como expertos que claman saber lo que es mejor para tí. Introyectar la benevolencia terapéutica no va a ayudar a los pacientes en la búsqueda de la intimidad para aprender a navegar en los bajíos ocultos, la vida marina hambrienta, y las resacas traicioneras que hacen tan difícil de llevar cada experiencia erótica profunda.

 

    ¿Qué ha pasado con el Freud que dijo ser visto salir de una sesión de terapia apenas capaz de disimular una erección? ¿O con el Ferenczi que escribió un artículo brillante titulado "La desnudez como medio de inspirar terror", así como un libro llamado Thalassa que retrata el sexo como un paraíso mezclado con la catástrofe, y quien algunas veces sentó a sus pacientes en su regazo? ¿O Jung, quien tuvo un romance con Frau Spielrein, su paciente que empezó como esquizofrénica y terminó como psicoanalista? ¿U Otto Rank, quien estuvo envuelto en una tumultuosa y ambigua relación cercana con la novelista Anaïs Nin y la ayudó libremente a convertirse en una escritora apasionada? Yo no estoy de ninguna manera promocionando todos estos comportamientos -algunos de ellos cruzaron fronteras que probablemente no deberían haber sido cruzadas, aunque creo que toda la cuestión de las fronteras debe ser re-examinada en lugar de limitarse a ser sujeto de suposiciones automáticas de una correcta política terapéutica. Por ejemplo, uno debe preguntarse cuán lejos puede ir un terapeuta en respuesta a un deseo sexual del paciente y aún así evitar que sus (del terapeuta) necesidades enloden las aguas. En cualquier caso, estoy impresionado con la temprana complacencia de los psicoanalistas a arriesgarse en emplear las emociones más volátiles inherentes a los encuentros íntimos humanos. No es difícil conjeturar cómo una cultura en la que el acoso sexual y el abuso por parte de cuidadores (incluyendo a los terapeutas) y jefes figuran entre los crímenes más frecuentes podría contemplar la conducta de aquellos tempranos analistas.

 

    No cabe duda de que la lluvia radioactiva de esta atmósfera cultural ha contribuido a hacer que la psicoterapia desde Freud se volviera cada vez más pálida en respuesta a todo lo que tenga que ver con el sexo y casi todo lo que podría ser relacionado con la libido. Otro factor es el alcance por el cual la psicología, en la teoría y en la práctica, ha despojado a la psique del cuerpo o ha hecho del cuerpo humano mismo una abstracción, como para eliminar sus ambigüedades sentimentales en el nombre de una chirriante ciencia limpia. El cuerpo estaba fuertemente presente en la propia teoría de Freud, aunque sus orificios y portales (oral, anal, fálico) perdieron una buena oportunidad de ser algo físico cuando se convirtieron en categorías psicológicas en su teoría del desarrollo, y la vagina ni siquiera existía -era sólo la ausencia que quedaba tras un pene perdido. La creciente tendencia a eliminar al cuerpo del pensamiento psicoanalítico no es sólo un producto del psicoanálisis moderno. El cuerpo ya había desaparecido de la visión de los revisionistas freudianos, como Eric Fromm y Karen Horney, quienes tendieron a disolver la biología y la vida instintiva dentro de la sociología. Para ellos, la naturaleza humana era equivalente a la naturaleza social.

 

    En El Paraíso Perdido de Milton, el arcángel Rafael es enviado al Edén antes de la Caída para hablar con Adán -éste es un tipo de sesión de planificación exhaustiva sobre una variedad de tópicos importantes- la creación, la libre voluntad, las leyes del cielo, los peligros de la desobediencia, y la guerra entre lel bien y el mal. Pero después de que discuten esos y otros sucesos de peso, Adán no puede resistir una pequeña curiosidad sexual. En elaborados términos muy prudentes, le pregunta a Rafael si los ángeles mantienen relaciones sexuales. Rafael se ruboriza (él está más o menos encarnado para los propósitos de la visita) y responde afirmativamente. Pero prosigue explicando que en el cielo los ángeles son espíritus puros, no envueltos por cuerpos. Cuando dos ángeles se atraen el uno al otro, pueden simplemente mezclar sus esencias, totalmente y con éxtasis.

 

    Y así es una pasión celestial del siglo XVIII. Yo no me siento muy excitado por esta idea del sexo entre esencias platónicas. Nosotros no podemos vivir así en cualquier caso. Detrás de esto se encuentra la aversión puritana hacia el cuerpo animal, que es lujurioso ahora, y después, eventualmente, se pudre. Podríamos decir que la dócil reciprocidad relacional en terapia es nuestra versión secular de esta aversión. En nuestra época, también hemos inventado otra versión más general del sexo sin cuerpo, al que podemos llamar pasión digital. Sylvester Stallone y Sandra Bullock, en una película de acción de ciencia ficción llamada Demolition Man (1993), nos ofrecen una clara ilustración de esto. Stallone es un anticuado (finales del siglo XX) héroe de acción quien, por una u otra razón (no puedo recordar por qué) fue criogenizado y fue descongelado un siglo o dos después para ayudar a una futura sociedad tomada por perversos. Cuando el personaje de Bullock decide tener sexo con él, ella saca lo que parecen dos complicados cascos electrónicos. Ellos se los ponen y se sientan uno enfrente del otro, tras lo cual ambos empiezan a gemir con placer. Pero el despierto Stallone entonces quiere tocarla. Y ella, horrorizada por una idea tan ordinaria, explica que la mezcla de fluidos corporales es un repugnante hábito insano del pasado. Hace tiempo que no se practica porque dejó enfermedades letales como el Sida y una serie de enfermedades posteriores todavía peores.

 

    Al menos se sentaban uno enfrente del otro. En la actualidad nosotros hemos llevado las cosas aún más lejos: con el sexo en internet toda la presencia física desaparece de los trámites. O, si lo deseas, la identidad puede disolverse en el ciberespacio, así que puedes tener una pasión anónima hecha por nada más que punzantes bits electrónicos que encuentran el camino hasta tu pantalla. Enfermedades, computadoras, y creencias religiosas aparte, una razón por la que tenemos tanta dificultad con la sexualidad física, ya sea sobrevalorándola enormemente como el camino al paraíso (como en la publicidad) o desterrándola de la vista (como en ciertas religiones derechistas), surge de nuestra negación de la muerte (ver Becker, 1997). El amor sexual no sólo ofrece la promesa de una felicidad trascendental, sino que también nos recuerda que morimos. El otro, a quien deseamos y de quien frecuentemente llegamos a depender, decae y muere, y nosotros también. Éste es el por qué la empresa entera del amor sexual está cargada de ansiedad, y en un caso extremo, puede llevarnos a la locura.

 

 

Wilhelm Reich

 

Una importante excepción a esta tendencia cultural global, incluyendo la tendencia en terapia que va desde Horney y Fromm hasta las relaciones objetales para el psicoanálisis relacional, fue Wilhelm Reich. Mientras que los revisionistas elaboraron un lado de Freud -su visión del conflicto entre el individuo y la sociedad- Reich llevó la teoría de Freud de los impulsos psicosexuales y los mecanismos de defensa directamente al cuerpo viviente y sus energías vitales. Años antes de su relación con Frederick y Laura Perls, Paul Goodman, más que un poco influenciado por Reich, previó cómo la pérdida del cuerpo de la psicología implicaba una psicoterapia del ajuste social. Si la naturaleza humana es social en su núcleo, como decían Horney y Fromm, entonces la persona es indefinidamente receptiva a ser formada por la sociedad. Ése fue el empuje de la crítica penetrante que Goodman hizo a los revisionistas freudianos en un debate con C. Wright Mills y Patricia Salter publicado originariamente en Politics en julio de 1945 (Goodman, 1991). Por lo tanto, los revisionistas freudianos ayudaron a sentar las bases para la moderna ingeniería social liberal .

 

    Es un impresionante hecho histórico el que ambos, Horney y Reich, estuvieran personalmente envueltos en el desarrollo de Frederick Perls como terapeuta. De Horney aprendió mucho sobre el comportamiento social de la personalidad neurótica -cómo, por ejemplo, manipula el apoyo del entorno presentándose ante los otros con una falsa fachada mantenida cuidadosamente. Pero él también (literalmente) engrosó la Gestalt Terapia convirtiendo la teoría de Reich de la coraza caracteriológica en de su propia teoría de las retroflexiones, la cual resulta una valiosa guía para entender cómo el neurótico deforma y constriñe su propio cuerpo para prevenir el sentimiento o expresar poderosas emociones. En este sentido Perls volvió a juntar los dos caminos en los que el pensamiento de Freud había sido dividido.

 

    Considero que Cornell se encuentra en el camino correcto al querer lo que él llama la vuelta del cuerpo apasionado a la terapia, y en reclutar a Reich para ayudar a llegar hasta allí. Me gusta especialmente su insistencia, tomando como ejemplo a Muriel Dimen, de que el sexo es una fuerza, no una relación. Odio la palabra "relación" aplicada a la intimidad erótica -es un término que está más cerca de pertenecer a las matemáticas, aunque confieso que no puedo imaginarme cómo eliminarlo por completo. Pero Cornell también deja bastante claro, aunque yo desearía que hubiera entrado en más detalles específicos, que él no piensa que nuestras terapias de trabajo corporal contemporáneas ofrezcan una visión satisfactoria del amor apasionado. De nuevo, estoy de acuerdo con él. El mismo nombre de "trabajo corporal" da a entender algo que suena más a entrenamiento de fitnessque a una preparación para lidiar con Eros.

 

    Necesitamos una visión más apasionada del cuerpo no sólo en psicoanálisis y otras terapias psicodinámicas, no sólo en el trabajo corporal, sino también en Terapia Gestalt. La Terapia Gestalt tiene sus propios revisionistas que se han apoderado de uno de los ricos temas centrales del trabajo de Perls y Goodman -el concepto de campo- y lo han convertido en un paisaje bastante estéril sin habitantes completamente encarnados, como si la psicoterapia fuera semejante al estudio del electromagnetismo. (En este sentido, ver el excelente artículo de Arthur Roberts en el British Gestalt Journal sobre la necesidad devolver a cargar en el campo a la tierra misma, así como a la flora y la fauna (Roberts, 1999).) En el otro lado de la división psique/soma, la Terapia Gestalt también tiene sus terapeutas del cuerpo, que toman su pie del trabajo de Reich.

 

    Pero a pesar de todo su valor, no pienso que el cuerpo reichiano por sí solo sirva suficientemente como base para reintroducir el amor sexual en la psicoterapia. Puede llevarnos a un mejor sexo, pero no necesariamente por sí mismo a un mejor amor. La razón por la que pienso esto es porque Reich tiene mucho que enseñarnos sobre la liberación sexual, pero muy poco sobre lo que se necesita para dar forma a esta liberación (en el sentido en el que un artista da forma a la expresión). (Discutí este problema del trabajo de Reich más hondamente en un ensayo de hace un par de años (Miller, 2001).) En esta línea, dejadme decir unas pocas palabras a favor de la moderación, un aspecto de la pasión de la que el Sr. Cornell no se ocupa, porque juega un importante papel en la configuración de las formas del amor.

 

Barreras y Moderación

 

 En primer lugar, no creo que haya ninguna pasión significativa sin moderación, así como no tiene sentido hablar de un brillante día de verano sin el contraste del frío invierno como fondo. El amor es una dialéctica de liberación, que expresa el self, y moderación, que respeta el misterio del otro. Sin moderación, sin resistencia limitante, la pasión como una mera liberación es una entrega a la nada. Esto se acerca a lo que el poeta Robert Frost quería expresar cuando decía que escribir versos libres es como jugar al tenis sin la red. Es por lo que las apasionadas y espontáneas improvisaciones de los músicos de jazz se sujetan en una estructura de progresiones de acordes, que también permite la comunicación con los demás en la banda. El psicólogo de la Gestalt Kurt Koffka nos da un sorprendente ejemplo de lo que puede salir mal cuando no hay resistencia limitante. Él escribe sobre un equipo alemán de levantamiento de pesas de primer nivel que todo el mundo estaba seguro de que ganaría el campeonato mundial. Pero en el partido del campeonato, que tuvo lugar en un flamante estadio en Suiza, el equipo alemán se derrumbó totalmente y perdió por un amplio margen. Un psicólogo gestáltico (¡por supuesto!) fue enviado a investigar el desastre. Lo que descubrió fue que los miembros del equipo habían sido capaces de hacer levantamientos con esa fuerza porque habían aprendido a fijarse en un punto en la pared opuesta, y entonces levantar como si estiraran desde ese punto. Pero en el nuevo estadio la iluminación era tal que el deslumbramiento hizo que la pared opuesta pareciera desaparecer. El equipo no tenía nada desde donde estirar, excepto los cordones de sus propias botas. Aquí encontramos una lección que puede ser aplicada a la intimidad sexual: que las recalcitrantes diferencias del otro respecto a uno mismo, no importa cuán lejos uno pueda penetrar en ellas, constituyen una resistencia limitante para la expresión del sí mismo. Esto es por lo que hace falta tanta disciplina y astucia para crear una forma de amor que satisfaga a ambos miembros de la pareja.

 

    Todos los relatos de amor romántico contienen fuerzas que se resisten a la posibilidad de unirse. Algunas veces éstas son tan abrumadoras que resultan en tragedia, como el canal de mar que separa a Heloise de Abelard, y la enemistad entre familias que se opone violentamente a las ansias de Romeo y Julieta de estar el uno con el otro. Algunas veces dan lugar a comedias, como los malentendidos y las oportunidades perdidas que mantienen separados a Tom Hanks y Meg Ryan en Sleepless in Seattle (1993), así como a los amantes de muchas otras comedias de Hollywood (o de Shakespeare). La interacción o contrapunto de barreras y uniones es lo que mantiene nuestro interés emocional en esas historias, recordándonos que el amor, aunque deseable, es también tenso, incierto, y amenaza con la pérdida. La frontera de contacto en Terapia Gestalt puede ser entendida como la resistencia limitante de nuestros anhelos de fusionarnos los unos con los otros, o con el universo. Cada encuentro lleno de contacto con la alteridad contiene elementos tanto de unión como de diferenciación. Desde el punto de vista de la Terapia Gestalt, el contacto da lugar a momentos de sentirse fusionado, pero están precedidos y seguidos por el awareness de la propia inevitable separación.

 

    Por eso, quiero completar el argumento del Sr. Cornell del cuerpo apasionado con mi propia defensa de la imaginación estética en el amor sexual. En cierto momento Elizabeth Costello, el personaje que da título al último trabajo del novelista Premio Nobel de Sudáfrica J.M. Coetzee, está de pie en la barandilla de una embarcación de crucero y rumiando acerca de las bocas de las criaturas submarinas. Ella piensa para sí misma, "Sólo una ingeniosa economía, un accidente de la evolución, hace que el órgano de la ingestión algunas veces llegue a ser utilizado para una canción" (Coetzee, 2003, p 54). Y, me gustaría añadir, el órgano de eliminación para el amor. Pero ni la canción ni el amor son simplemente cuestiones del cuerpo: son también producto de la imaginación creativa. El cuerpo es su instrumento de expresión.

 

Referencias

 

  • Becker, E. (1997).The Denial of Death. Free Press, New York

  • Coetzee, J.M. (2003). Elizabeth Costello. Viking, New York

  • Goodman, P. (1991). The Political Meaning of Some Recent Revisions of Freud. In:Stoehr,T.(Ed.), Nature Heals:The Psychological Essays of Paul Goodman,pp 42-70. Gestalt Journal Publications, Highland, New York

  • Miller, M.V. (2001). The Speaking Body (Or, Why Did Wilhelm Reich Go Crazy?). The Gestalt Journal, XXIV, 2, pp 11-29. [Traducción al castellano disponible en Gestaltnet.net]

  • Roberts, A. (1999). The Field Talks Back. British Gestalt Journal, 1, pp 35-46.

 

 

Traducido en el laboratorio de traducción de Gestaltnet.net
Coordinadora de la traducción: Raquel Quinto Gómez
Colaboradores: David Picó Vila

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