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Interrogantes, reflexiones y alguna que otra certeza sobre una Gestalt para la sociedad de hoy en día

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Interrogantes, reflexiones y alguna que otra certeza sobre una Gestalt para la sociedad de hoy en día

25 Marzo 2020
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“El acento colocado por la Terapia Gestalt en la relación tiene, por tanto, un valor antropológico al considerar la auto-regulación (entre deconstrucción y reconstrucción) de la relación organismo/entorno y un valor socio-político al considerar la creatividad como la resultante “normal” de la relación individuo/sociedad.

El ajuste creativo es, de hecho, el resultado de esta fuerza espontánea de supervivencia que permite al individuo diferenciarse del contexto social, pero también ser parte plena y significativa de él. Cada comportamiento humano, también el patológico, es considerado un ajuste creativo.” M. Spagnuolo.

En este momento de la historia de la humanidad nos encontramos, tal y como afirmaba Zygmunt Bauman, en un momento social “líquido”, de tal modo que tras el paso por la modernidad (que nos trajo la Primera Revolución Industrial) hemos ido entrando paulatinamente en un nuevo período post-moderno donde la ideología neoliberal de mercado ha calado en el imaginario colectivo hasta el punto de condicionar no solo las relaciones de producción y consumo, sino fundamentalmente la manera en que nos vinculamos entre nosotras como personas y con respecto a nuestras comunidades de referencia. Esta realidad  supone un fondo experiencial que todas las personas compartimos y que sin duda se encuentra en la base de no pocos malestares relacionados con nuestra salud mental.

Eva Illouz (Intimidades congeladas. Las emociones en el capitalismo, Buenos Aires, Katz, 2007) subraya la aparición de una “nueva cultura de la afectividad “en la que las relaciones económicas han adquirido un carácter profundamente emocional y las relaciones íntimas se definen cada vez más por modelos económicos y políticos de negociación.

Illouz llama “capitalismo emocional” a este estado de cosas –que se apropia de los afectos hasta convertirlos en mercancías– para dar cuenta de la transformación producida en el nuevo estado de civilización al incorporar en las estructuras públicas la intimidad y en las relaciones íntimas un lugar central al modelo económico y político de negociación e intercambio.

Frente a esta realidad sociocultural que de algún modo conforma una “atmósfera” que nos rodea, cabe preguntarnos cuál es el papel de la psicología o de las psicoterapias (especialmente de la Terapia Gestalt) con respecto a esta realidad.

Cabría reflexionar sobre el papel de las mismas en relación a la esfera social, o a los procesos de transformación de las mismas… hasta el punto de poder preguntarnos si realmente las psicoterapias han colaborado en la construcción de un mundo mejor… o si han colaborado con la alienación de la población en relación a las estructuras y a los dispositivos de poder (en palabras de M. Foucault).

Quizá sea este un primer interrogante al que responder, que seguramente es demasiado ambicioso para este trabajo, pero del que deriva otro al que trataré de dar respuesta en este texto: ¿aporta la Terapia Gestalt un elemento de contraste en relación a este momento social neoliberal alienante? Si es así, ¿de qué manera contribuye?

El título de este simposium nos invita precisamente a interrogarnos acerca de nuestro papel como terapeutas en relación a nuestro contexto social, es decir (y siguiendo su etimología latina) a “inter” - “rogarnos”, es decir a realizar una petición entre todas, recogiendo el espíritu de este encuentro y también de estas líneas que siguen.

 

  1. UN MODELO DE SOCIEDAD EN CRISIS.

Tras ya pasados unos nueve años después del “crack” del 2008, podemos afirmar que seguramente no es que nos encontremos ante una crisis social, sino frente a una sociedad en crisis, o frente una crisis de modelo.

En palabras de Josep Ramoneda, en este momento nos encontramos ante una crisis poliédrica con diferentes caras.

CRISIS POLÍTICA o crisis de la democracia.

Este proceso inicia a principios de los ochenta con una crisis nihilista, que opera en este caso bajo el parámetro de que "No hay límites para nada" ni para las finanzas, ni para la tecnología... se desata una nueva conciencia, una nueva conciencia narcisista según la cual podríamos conquistar el mundo a través de la tecnología.

La consecuencia de este proceso es el inicio del neoliberalismo económico y político, donde una de sus ideas-fuerza es que cuanto menor sea la regulación política de los Estados menos trabas tendrá esta nueva realidad sociopolítca en poder abrirse paso.

A partir de ese momento comieanza a surgir la idea de un Estado muy menguado, pero muy intervencionista… un Estado que se espera que haga unas funciones absolutamente auxiliares de legalidad, seguridad e infraestructuras. Pero sobre todo se dibuja un Estado que propague la ideología de mercado a todas las instancias sociales: la educación, la sanidad, las relaciones, la identidad , los comportamientos más individuales… se contaminan por este discurso de mercado, a partir del cual  hay que convertir cualquier conducta en una conducta mercantil. Por eso todo se gestiona, todo se convierte en management.

Este momento político nos ha mostrado la Incapacidad de la política local y nacional de hacer frente al poder financiero internacional, mientras encontramos una gobernanza desde espacios como el Banco Central Europeo o la Comisión Europea, no elegidas directamente.

Por otro lado, en el terreno económico nos encontramos con la precarización del empleo, que cada vez ofrece una menor capacidad de generar itinerarios de inclusión social… posibilitando de este modo un mayor “empobrecimiento de la pobreza” y una puesta en cuestión de los pilares del Estado de Bienestar.

 

CRISIS ÉTICA

Así pues, siguiendo las tesis de Bauman, (Z.Bauman, Modernidad líquida, México, FCE, 2002) la “postmodernidad líquida”, entre otras aspectos, ha puesto en crisis los valores éticos que sustentaban y regulaban nuestras formas de relación.

Siguiendo la metáfora de los líquidos, la característica definitoria de los mismos es la imposibilidad de mantener su forma y, a la vez, su vulnerabilidad.

“La disolución de los sólidos” adquiere el significado de la licuefacción entre los vínculos entre acciones individuales y acciones colectivas. Lo que diferencia a la sociedad actual de aquella de la modernidad en su fase sólida, que buscaba ser duradera y resistente al cambio, es la creciente debilidad de los lazos sociales.

El poder de licuefacción se ha desplazado del “sistema” a la “sociedad”, de la “política” a las “políticas de vida”, ha descendido del “macronivel” al “micronivel” de la cohabitación social. En esta forma privatizada de la modernidad, el peso de las responsabilidades y los fracasos cae primordialmente sobre los hombros del individuo.

Los individuos se ven condenados a buscar soluciones biográficas a contradicciones sistémicas.

En este ambiente se advierte un especial recrudecimiento de la xenofobia, de los fantasmas del tribalismo, al calor de la creciente sensación de inseguridad emergente de la incertidumbre y desprotección de nuestra moderna existencia líquida. “Culpar a los inmigrantes” -los extranjeros, los recién llegados- de la paralizante sensación de inseguridad se va transformando en un hábito político que genera réditos, tal como podemos apreciar en estos días en determinadas fuerzas políticas. Hoy se habla de “la desaparición de la sociedad” y la aparición de un mosaico de destinos individuales sin vínculos con las acciones colectivas…,  lo que nos plantea un serio reto como ciudadanos/as y terapeutas.

Nuestros contemporáneos, se sienten desesperados al sentirse descartables, siempre ávidos de una “mano servicial”, sin embargo, todo el tiempo desconfían del “estar relacionados” sobre todo si es “para siempre”… temen convertirse en una carga y desatar expectativas que no pueden ni desean soportar.

Tras haber pasado de una sociedad de productores a otra de consumidores perpetuos, establecer relaciones para siempre, hablar de compromiso, es una cuestión fuera de sentido. Las relaciones se han convertido en inversiones, en bienes como cualquier otro. “Estar en una relación” significa un montón de dolores de cabeza, pero sobre todo una perpetua incertidumbre. Uno nunca puede estarse verdadera y plenamente seguro de lo que debe hacer, y jamás  tendrá la certeza de que ha hecho lo correcto o de que lo ha hecho en el momento adecuado. Estudiamos detenidamente los siete signos del cáncer o los cinco de la depresión o exorcizamos el espectro de la alta presión sanguínea o del alto nivel de colesterol.”

 

CRISIS ANTROPOLÓGICA.

Este momento de crisis de modelo también presenta una cara antropológica con una serie de características, al menos en las sociedades occidentales hiperdesarrolladas, muy acertadamente definida por el filósofo coreano Byung-Chul Han.

Este autor sostiene que en el neoliberalismo subyace una forma de poder y control mucho más efectiva que en cualquier otra época. Esto es debido a la forma positiva con la que se muestra.

Mediante la promesa de ser un “proyecto libre que constantemente se replantea y se reinventa” (Han, 2014: 11) se traslada el papel de explotador al propio sujeto, unificando de este modo explotador y explotado en una sola figura, de forma que cada uno se explota a sí mismo.

El filósofo asegura que lo que es verdaderamente libre en esta sociedad es el capital, que los ciudadanos son esclavos con el objetivo de acapararlo y reproducirlo.

La optimización personal es una forma de autoexplotación total. El coaching, la motivación, la competitividad, la optimización… son técnicas que la sociedad abraza para conseguir la productividad ilimitada. Las personas entran en una dinámica de autoexplotación, de autoexigencia, de constante optimización que acaba generando enfermedades como la depresión. En estos casos, no se tiende a pensar que es la dinámica, el sistema, el que ha generado esta ansiedad, sino que se plantea siempre como un fracaso personal. Este tipo de poder inteligente, propio del régimen neoliberal, actúa de forma silenciosa, domina intentando agradar y generando dependencias, “se ajusta a la psique en lugar de disciplinarla” (Han, 2014: 29). Sustituye la libertad por la libre elección y consigue implantar una dependencia tecnológica por el medio del placer.

A su vez este autor nos habla del “tiempo acelerado”, como un tiempo “desnortado”, sin dirección a partir del cual vivimos inmersas en la confusión

 

  1. SUFRIMIENTOS

Este contexto de crisis,dibujado en el bloque anterior, genera diversos malestares que podemos describir en términos de sufrimiento, según la acepción de Marcos y de Rosane Lorena Müller-Granzotto, como sufrimiento político, antropológico y ético.

El sufrimiento antropológico en palabras de los Müller-Granzotto (“Biopoder, totalitarismo y la clínica del sufrimiento” Summus Editorial, 2013) sería “el sentimiento que podemos compartir con otros sujetos de acto frente al desfallecimiento de la materialidad de las representaciones (del otro social) con las cuales estamos identificados” Según estos autores ese “otro social” como función del campo, o función personalidad, está compuesto por representaciones sociales eminentemente antropológicas con las que estamos identificados (cultura, tradiciones, códigos de comportamiento, instituciones…) y que por contingencias materiales de nuestra existencia piden alcanzar de diferentes modos y en diferentes grados nuestra propia identidad frente a este otro social.

De este modo, puede verse afectada nuestra función personalidad por causas fortuitas como una enfermedad, un accidente, una ruptura de pareja… con el consiguiente sufrimiento asociado.

En cambio, hablamos de sufrimiento político cuando la pérdida de estas representaciones es a favor del “deseo del dominador”: “Seducidos por la idea de felicidad proporcionada por el consumo, alienamos nuestras representaciones (nuestras casas, nuestros automóviles, nuestras joyas, derechos laborales e, inclusive nuestro propio cuerpo) a favor de crédito financiero, hipotecas más altas, intereses más baratos (…) El sufrimiento en estos casos está relacionado con la propuesta capitalista que al “comprar” la “naturaleza” antropológica  que nos constituía a cambio de empleo, casa, estado de derecho, felicidad y hasta rebeldía (como en el caso de los adeptos a la contracultura estadounidense de los años 60, lo que también incluye a cierto tipo de Terapia Gestalt), nos hizo rehenes de las deudas contraídas en nombre de objetos que, en verdad, nunca cumplen lo que prometen, encadenándonos en una rueda de consumo alimentada por la insatisfacción”

En este sentido, y dentro del sufrimiento político, podemos considerar que existe una relación entre el contexto sociocultural neoliberal descrito, y cierto nivel de anomia social, en su doble acepción de “deterioro o carencia de las normas sociales” y como trastorno del lenguaje que “impide llamar a las cosas por su nombre”, en palabras de Carmen Vazquez (“Sin ti no puedo ser yo”, Los libros del CTP, Madrid, 2014) y que de alguna manera sería la incapacidad de las estructuras sociales para proveer a las personas de lo necesario para lograr sus metas personales.

En este sentido, podemos afirmar que vivimos en un momento de frustración, sensación de aislamiento y confusión, donde el individuo encuentra dificultades para lograr un ajuste creativo con respecto al entorno: el “homo eligens” de Bauman no encuentra la posibilidad de poder hacer un ajuste creativo que le permita crecer, y es en esa frontera-contacto donde comienza a gestarse su sufrimiento.

La respuesta ante la ansiedad es la desensibilización con respecto a lo corporal. Se genera así una disociación de las propias necesidades, una desensibilización asociada a un importante nivel de ansiedad que es descargado en el entorno a través de diferentes respuestas como el uso de internet, las compras, la comida… y través de la agitación motriz (que sin duda está a la base del diagnóstico del TDAH…).

Desde este modo de mirar el contexto líquido, y el campo individuo/sociedad, nos encontramos un modo de rigidificación especifico de este tiempo social.

Este contexto, de alguna manera es actualizado en el aquí y ahora de la situación, a través de la función personalidad del self. La liquidez del contexto social es incorporada a la identidad de la persona a través de la función personalidad como si se tratara del “telón de fondo” del escenario donde ésta se despliega.

Así pues, creo que existe una clara relación entre el campo individuo/sociedad y la aparición de la psicopatología como una rigidificación en el ajuste creativo, que genera un campo teñido de frustración, tal y como podemos observar en el aumento de las conductas de tipo compulsivo en relación con los consumos de drogas, el abuso de las nuevas tecnologías, las compras compulsivas, así como con la violencia, los acting outs….

En este sentido encontramos una rigidez  en relación a la mentalidad, en relación a ese no-pensar que nos empuja a la errancia y al acto, sin capacidad de digestión. Sería algo así como ir hacia el entorno para agredir (en el sentido perlsiano del término en “Yo, hambre y agresión”), pero sin capacidad de asimilación.

Es un campo éste que presenta una sensación de soledad y aislamiento muy fuerte que genera no pocas patologías relacionadas con lo depresivo y con la sensación de vacío que trata de llenarse compulsivamente con la satisfacción inmediata que ofrecen, de nuevo, las nuevas tecnologías.

Aparece a su vez una interrupción en el contacto relacionada con la confluencia de fondo, en el sentido que se pierde la sensación de ground con respecto a la propia identidad en relación al entorno, y por tanto al establecimiento de un apego seguro que sirva de apoyo al surgimiento de relaciones contenedoras, lo cual genera a su vez mayor sensación de confusión. Encontramos así personas (adultos, niños, adolescentes…) con identidades difusas y sin límites claros, que desarrollan no pocas dificultades relacionadas con el trastorno límite de la personalidad.

La confluencia de fondo como interrupción del contacto en este campo guarda relación con la dificultad de estar en contacto con las propias necesidades, generando ajustes desconectados con respecto al propio cuerpo… que en muchos casos observamos como base en no pocas dificultades relacionadas con la esfera depresiva.

En relación con esta confluencia y la disociación surge el ajuste hiperactivo, a modo de retroflexión, en cuya base esta la dificultad de estar conectado con el propio cuerpo, en un intento de ajustarse a un entorno poco apoyador, de forma que es lo cinético un modo en que el niño o la niña tratan de ajustarse de modo hipertónico e hipercinético.

Este ajuste hipercinético es apoyado a su vez la velocidad del tiempo social postmoderno, donde la inmediatez y la búsqueda rápida de la satisfacción se han convertido en los principios rectores de la ingeniería relacional actual.

Este “fondo experiencial” me parece que se sitúa a la base de no pocos malestares modernos, como parte del fondo que la persona trae consigo al aquí y ahora de la relación, ya que forman parte indefectiblemente del campo.

La consideración de los mismos en términos políticos me sugiere además el poder integrar en nuestra mirada la dimensión política de nuestro trabajo en términos de transformación social, integrando en nuestro trabajo la variable de transformación de los entornos donde se mueven las personas con la que trabajamos, o que participan en procesos formativos gestálticos.

Desde esta realidad, como agentes sociales de Salud Mental, nos encontramos con el encargo de gestionar las patologías de la postmodernidad: violencia, adicción, depresión y dispersión de la identidad, en personas que acuden a nuestros dispositivos y servicios con gran variedad de modos de demanda: hay los que piden por su “sufrimiento” un tratamiento y los hay que van a los dispositivos de Salud Mental a por la dosis.

Por ello creo que es trascendental que seamos capaces de ofertar propuestas relacionales como alternativas de salud, basadas en paradigmas holísticos, relacionales, sistémicos, basados en el contacto (como el paradigma gestáltico) que aporten alternativas fuertes, delimitados y coherentes en estos tiempos de confusión y anomia social.

Por último, el sufrimiento ético se presenta cuando no hay alteridad dispuesta a ayudar, cuando no hay “horizontalidad posible entre ciudadanos y locos, normales y locos, blancos y negros, hombres y mujeres”. Este sufrimiento, por tanto, se produce en contextos donde hay personas penadas privadas de libertad, situaciones de discriminación por cuestiones raciales, de género, de orientación sexual… En estos casos, y en relación con el contexto sociopolítico heteropatriarcal neoliberal se produce una destitución radical de las representaciones sociales, de las cuales estas personas se ven excluidas desde su diferencia.

Así pues, no podemos separar de nuestra intervención la consideración de la exclusión como parte del itinerario vital de las personas con las que intervenimos ya que éste será un elemento que seguramente aparecerá dentro del contexto de la relación terapeútica donde nuestro papel como parte del campo relacional generado será fundamental a modo de ajuste de inclusión, también como la parte del campo social con el que experimentamos en el espacio de cada sesión terapeútica.

 

  1. INTER-VENCION: APORTES DESDE LA TERAPIA GESTALT.

El PHG establece el contacto como la “clave de bóveda” a partir de la cual edificará todo el edificio conceptual de lo que en su momento fue la Terapia Gestalt a modo de “movimiento de liberación” con respecto al psicoanálisis.

De ese modo, y a partir de la deslocalización del self con respecto al paradigma individualista que a mediados del pasado siglo encarnaban las prácticas psicoanalistas y bebiendo de las fuentes de los cambios sociales generados en torno a los acontecimientos de mayo del 68, la terapia Gestalt, propone un nuevo tipo de antropología y de comprensión de la realidad social de la que emerge un nuevo tipo de práctica psicoterapeútica, en una síntesis creativa entre Fritz, Laura Perls y Paul Goodman.

De este modo la TG emerge desde una nueva relectura de la realidad social que busca nuevas maneras de resolver la conflictiva del encaje de la persona con respecto a la realidad social. Asunto éste que plantearía Freud de una manera lúcida en “El malestar en la cultura”.

Desde esta mirada, la TG nace con una vocación transformadora, no ya solo desde la ruptura con el paradigma psicoanalítico, sino en clave propositiva, generando un nuevo “corpus” teórico y sobre todo práctico, a partir de una praxis provocadora, que instaba a recuperar la plenitud de los sentidos, a disolver las alienaciones generadas bajo el manto social conservador, patriarcal y xenófobo de los Estados Unidos en la década de los años 50.

No en vano desde la mirada goodmaniana del campo organismo/entorno introducimos en nuestra manera de entender la realidad no ya solo el campo social sino la idea de que no podemos entendernos a nosotras mismas sino es desde lo social, que no existe un yo si no hay un nosotras.

En este sentido a  medida que el sentir social ha ido evolucionando la TG ha ido progresivamente prestando nuevos subrayados más allá de la necesidad de trabajar para la emancipación del yo con respecto a la sociedad autoritaria y persecutora de los 50, a desarrollar una más amplia paleta de colores a partir de la cual responder a los nuevos requerimientos sociales planteados por la persona ante las nuevas necesidades de inclusión que presentan los nuevos escenarios sociopolíticos actuales, donde la dificultad de sentirse en la relación tiene que ver con la liquidez que esta presenta, donde “la excitación que debiera llevarse al contacto se convierte en energía no definida”, en palabaras de Margherita Spagnuolo.

La TG , y en concreto la aportación a la misma de Goodman, ofrece una respuesta: quizá una clave para la intervención psicoterapéutica (u otro tipo de prácticas como las pedagógicas, las de la intervención social, las clínicas…) descanse sobre un nuevo paradigma que supere la mirada individualista y la desplace al campo organismo/entorno, de forma que aporte un nuevo suelo en que basar el trabajo sobre la RELACIÓN, sobre el CONTACTO con el otro, que sea capaz de apoyar y restaurar la capacidad de enlazarse y de volver a tejer las redes sociales que poco a poco han ido desdibujándose, que apoye el enraizamiento en torno al cuerpo, la capacidad de sabernos sentir en relación. Tal y como afirma Spagnuolo: “La lectura gestáltica del miedo líquido corresponde a un sentir en el que la excitación que debería llevarse al contacto se convierte en energía no definida, falta el reflejar y la contención relacional, el sentido de la presencia del otro, la “pared” que nos permite saber que nos tenemos” (“El ahora para lo siguiente en psicoterapia” Spagnuolo, 2011.)

Así pues, desde mi punto de vista, cualquier prestación de servicios psicoterapéuticos (o de otro tipo) que no integre la dimensión relacional no será capaz de ofrecer una alternativa eficaz sanadora en este momento social, o de tejer una propuesta alternativa a la tendencia psicopatologizadora, biologicista e individualista que nos rodea.

En esa clave creo que es fundamental recuperar el valor de la situación no ya solo desde  un punto de vista explicativo sino fundamentalmente como territorialización, según la reflexión de Deleuze

“Influenciado por el mundo animal y vegetal, Deleuze emplea la palabra “territorio” para referirse a la potencia particular de cada individuo: es el espacio que ocupa un cuerpo vivo mediante los afectos de los que es capaz.

Esta potencia busca crecer y anexionarse más territorio. Los seres humanos, las plantas los animales… poseen un territorio que no se delimita por contornos fijos, sino que se encuentra en continuo movimiento porque está determinado por la fuerza vital de cada cual” (El deseo según Gilles Deleuze, de Maite Larrauri. Los libros de frontera)

Según esta mirada el trabajo psicoterapeútico puede apoyar los procesos de territorialización de las personas con las que trabajamos.

El territorio no es el decorado o el marco desde el que evolucionan nuestras vidas, desde una perspectiva de campo creamos nuestro territorio y somos creados por él.

Así pues territorializar sería poder trabajar en favor de la recuperación de la potencia, “la virtualización de la vida, la desterritorialización forzada y brutal que hace de nosotros una entidad desenraizada, simple cantidad de energía deslocalizable y modelizable en función de las necesidades del economicismo y del poder disciplinarios produce impotencia” (Miguel Benasayag. “El compromiso en una época oscura”). De hecho, el propio concepto de 'situación' está en el corazón del pensamiento del filósofo y piscoanalista Miguel Benasayag, para el cual es la "unidad que permite volver a territorializar la vida, el pensamiento y la acción" en el desgarrón de la posmodernidad.  

En este sentido, creo que podemos hablar pues de la dimensión política de nuestra intervención, en tanto en cuanto podamos co-construir procesos de territorialización, desde donde aumentar el nivel de potencia, a modo de ajuste creativo, colaborado de este modo en la generación de nuevos campos relacionales, y por tanto generando nuevas realidades políticas.

Cuando hablamos de potencia creo que debemos de hacer una precisión aclaratoria con respecto al concepto de poder.

Según Foucault, para analizar el poder, debemos dejar de pensar que existe un poder absoluto, si no, diversas relaciones de poder en donde el hombre es actor principal. No se queda en la distinción de “quienes lo tienen” y de los que “no lo tienen” porque el poder no es una propiedad, no es algo de la exclusividad de una persona o de un grupo determinado, no es ni una  entidad, ni una institución fija”.

Foucault enfoca el poder, no como una sustancia o un proceso o una fuerza: “No existe algo llamado Poder, con mayúscula o con minúscula o un poder que existiera globalmente, masivamente o en estado difuso, en forma concentrada o distribuida… El poder sólo existe cuando se lo traduce en acción… Es un conjunto de acciones sobre posibles acciones” (Dreyfus, 1990: 71).

Desde esta perspectiva el poder estaría en cualquier parte y en todo, como micropoder: en las relaciones familiares, en las laborales, en las sentimentales y hasta en las relaciones sexuales. Incluso cuando nombramos el concepto de empoderamiento.

Mientras que potencia, según la mirada de Spinoza, sería “aquello que un cuerpo, agenciado con otros cuerpos, desarrolla por su propio conatus, es decir su tendencia a perseverar en su ser”

En su Abécedarie, Gilles Deleuze retomaba la distinción entre potencia y poder afirmando que “Un poder es aquello que siempre separa un cuerpo de su potencia de actuar”. Es por ello que la intervención sobre el sufrimiento ético y político está íntimamente relacionado con la potencia, con el territorio… Es decir, con la recuperación de la espontaneidad de la función personalidad en términos de ajuste de inclusión creativo.

Recuperar la potencia es, por tanto, volver a recuperar la flexibilidad, superar las alienaciones de la función yo para poder recuperar la espontaneidad, el ajuste creativo. Implica volver a recuperar las diferentes posibilidades del actuar: supone en definitiva, un acto político.

Por otro lado, en este momento social adquiere una especial relevancia, debido al debilitamiento de los vínculos comunitarios, el sostén de las relaciones comunitarias y del trabajo en relación a la territorialización comunitaria… aún contamos con unas notables reservas de capital comunitario, pero por otro lado percibimos las diversas amenazas a las que está sometida y las indeseables consecuencias personales que sufrimos cuando se debilita la comunidad.

La experiencia de aislamiento a la que hacía referencia en el anterior apartado hace especialmente necesario la construcción de discursos y prácticas encaminadas a subrayar la necesidad de la reconstrucción de los vínculos con la comunidad.

Desde el punto de vista de la dimensión ética de nuestra intervención tal y como la he encuadrado en este texto, me parece clave traer un texto de Jean Marie Robine acerca de la psicoterapia como ética:

“La psicoterapia me parece definirse, entre otros constituyentes, por el hecho de que hay uno que se preocupa por el otro, que uno ejerce así una cierta forma de responsabilidad hacia el otro, que el uno es para el otro. Cuando hablo de la responsabilidad que ejerce el terapeuta, no digo que éste decide por su paciente, organiza por él para él o hace de sustituto de una función yo que, precisamente, pretendemos que recobre. Esto tampoco quiere decir que estoy obligado a saber si voy a ser capaz o no de hacer algo para él, que lo voy a hacer o no. (…)

El ser-con de los fenomenólogos, al que se refieren de buena gana los terapeutas gestálticos, está precedido por un ser-para-el-otro por parte del psicoterapeuta que tendrá, tal vez, el verdadero ser-con como mira, puesto que es una modalidad.

Para Levinas, esta modalidad del ser con el otro, que pertenece al ámbito de la responsabilidad, él lo llama Ética.

Lo que podría querer decir que no hay una ética de la psicoterapia, sino que la psicoterapia es una ética, ya que es una de las declinaciones del ser para el otro.”

Es decir que implícitamente existe un ser-para-el-otro que emana de nuestra práctica en términos de acogida, escucha, respeto y cuidado del paciente que creo importante recuperar en contraste al sufrimiento ético que citaba con anterioridad.

El proceso terapeútico, desde esta perspectiva aporta a las personas con las que trabajamos una condición ética de posibilidad para la recuperación de la potencia dentro de las relaciones de su entorno, trabajando en favor de la recuperación de las partes alienadas de su función personalidad.

Por otro lado, la propuesta del contacto como piedra angular de nuestro enfoque creo que puede aportar otro elemento de contraste frente a la dispersión de la hiperactividad neoliberal (Byul Chul Han) “El exceso de trabajo y rendimiento se agudiza y se transforma en autoexplotación. Es mucho más eficaz que la explotación por otros, pues va acompañada de un sentimiento de libertad.(…) Las enfermedades psíquicas de la sociedad del rendimiento constituyen precisamente las manifestaciones patológicas de esta libertad patológica” y frente a ésta el autor plantea la contemplación, la vita contemplativa en términos nietzscheanos, no como un abrir-se pasivo que diga sí a lo que viene, más bien como acción soberana que dice no.

Desde ahí la Terapia Gestalt aporta un espacio contemplativo activo donde la persona pueda experimentar-se activamente ensayando con un otro social que le permita volver a dibujarse más allá de un tiempo acelerado y de una autoexplotación hiperactiva, y poder así recuperar la potencia negativa (la capacidad de decir no) frente a la potencia de la positividad neoliberal (que dice siempre que sí).

Es desde la base del contacto y de la presencia situada del otro social desde la que construimos.

En clave de sufrimiento ético, y desde la mirada de la discriminación en relación al género nos recuerda la historiadora Joan Scott (2010) que el género solo es útil como una pregunta, y que en tanto tal no encuentra respuesta sino en contextos específicos. Así pues y tomando en cuenta cómo claves tales como raza, clase, género, sexualidad, (u otras nuevas diferencias que pueden generar desigualdades significativas y dominación en la vida social como la nacionalidad, la religión, la edad y la diversidad funcional) es clave poder interrogarse cómo, en clave de interseccionalidad situada, la persona que tengo delante en un contexto terapeútico encarna este sufrimiento, para poder estar presente al proceso en que una figura emerge de este “fondo interseccional” que se actualiza en la situación presente y en la que de algún modo terapeuta y paciente co-construyen.

Si ciertamente la TG surge como respuesta frente al stablishment sociopolítico alienante de la sociedad norteamericana de los años 50, quizá en este momento sea pertinente seguir preguntándonos si permanecemos fieles a ese movimiento de respuesta que significó la propuesta del PHG y sobre todo si estamos siendo capaces de traducirla, de actualizarla con respecto a este momento social en que vivimos.

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