El vacío de la terapia gestalt
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El objeto de esta conferencia es “introducir la terapia gestalt en el siglo XXI”. Mi charla representa tanto un lamento como un nuevo punto de partida. Lo que lamento es que mi querida, idiosincrática y envejecida profesión de la psicoterapia, como la he conocido durante 25 años, parece estar muriendo, como un familiar cercano que va debilitándose con el paso de los días. Por numerosas razones, la era que el sociólogo Philip Reiff en 1966 llamó “ El Triunfo de lo terapéutico” está llegando a su fin. Al menos esto es cierto en Estados Unidos - y quizás en otros países también. Los mismos terapeutas, atrapados en la supervivencia del más fuerte en medio de condiciones de escasez, pueden estar ayudando a matarla. Si es así, los terapeutas gestalt de ninguna manera están exentos de esa carga. Es verdad que la escasez es cada vez más real. Y, en algunos aspectos, más allá de nuestro control. Pero nuestras formas tradicionales de pensar acerca de la teoría, práctica e incluso organización profesional están ayudando al declive.
Aquí está el primer vacío que se me ocurre, un vacío negativo, una sensación de declive y pérdida.
¿Acaso los cambios, tanto los sociales a gran escala como los consiguientes al estatus de la profesión, que están teniendo lugar al final de este siglo, representan la muerte potencial de la psicoterapia? (Cuando digo psicoterapia, me refiero al proceso de descubrimiento reflexivo y transformación en que el se incluye la terapia gestalt. No estoy hablando de las diez sesiones de consulta cognitivo-conductual más una prescripción de antidepresivos por las que se caracterizan los tratamientos de las compañías de seguros.) ¿O es más bien que estos cambios implican la necesidad de reinvención de la psicoterapia tal como la hemos conocido y compartido? He mencionado un punto de partida. El nuevo punto de partida que tengo en mente es una manera de reinterpretar el significado y la práctica de la psicoterapia, en particular la terapia Gestalt que, creo, puede renovar su espíritu y dar lugar a algunas posibilidades muy fructíferas para una nueva definición de su rol en la sociedad. Y esto, tal y como voy a tratar de mostrar en el transcurso de esta charla, incluye la conversión del vacío negativo al vacío positivo.
En una atmósfera de escasez, los conflictos de la gente sobre las diferencias se tornan especialmente amargos y desesperados. Uno puede ver esto en un matrimonio con problemas, donde una sensación artificial de escasez tiende a crearse, como si solo hubiera suficiente para atender a las necesidades de una persona- especialmente la necesidad de autoexpresión y reconocimiento. Es entonces cuando un giro desastroso tiene lugar. Dados los escasos recursos, imaginados o reales, los intentos de poder y dominación reemplazan al agradecido respeto por las diferencias que es un ingrediente necesario para el amor. El aspecto importante de todo esto que quiero resaltar aquí, es que cada parte de la relación ahora en conflicto, pone por delante una visión que él o ella reivindican como única verdad.
En un matrimonio malavenido, cada reclamo de la verdad de las personas implicadas es una versión de la relación que apunta a probar que la otra persona es culpable. En la profesión de psicoterapia es la reducción de la teoría o de la técnica para probar que una parte tiene el verdadero psicoanálisis, la verdadera terapia gestalt o lo que sea. Karl Marx, ahora una figura casi olvidada, nos enseñó más de lo que lo ha hecho la psicología acerca de la insistencia de los grupos o subculturas en que sus creencias se sostienen en la verdad. Marx argumentó que todas las teorías y sistemas intelectuales son ideologías, lo que significa que son constructos abstractos ensamblados por intelectuales y profesionales para sostener su posición en la sociedad con respecto a las clases sociales, la riqueza o la autoridad. No estoy intentando reducir toda psicología a mera ideología; las teorías y técnicas dentro de cada disciplina, y las que se cruzan entre ellas, ofrecen herramientas muy valiosas para entender y guiar el trabajo que uno hace. Pero yo estoy defendiendo la tolerancia del pluralismo y de la curiosidad acerca de otros puntos de vista. Cuantas más maneras tenga uno de construir varios marcos de referencia, perspectivas y narrativas para dar sentido a un fenómeno concreto, mejor.
Cuando la teoría es utilizada de manera reduccionista para excluir las diferencias y para reafirmar la superioridad, se convierte en ideología. La gran virtud del pluralismo, que aumenta la fluidez y el desarrollo de la visión a través de la fertilización cruzada (entre las distintas disciplinas), se ha perdido. En el peor de los casos las peleas en nuestra profesión se vuelven ad hominem, lo que nos muestra cuánto de ellas es acerca del poder, el ego y la cuota de mercado. Las personas que tienen algo que decirse mutuamente -y que podrían fortalecerse a través de la complementariedad y el contrapunto- ya no hablan entre ellas. Su silencio juega un gran papel en la creación de un vacío negativo.
Toda la historia de la psicoterapia, como la historia del matrimonio moderno, está lleno de disputas facciosas, quizás porque, aparte de las consideraciones económicas, como en el matrimonio la profesión de psicoterapia implica cuestiones tan fundamentales como la identidad y la intimidad. El círculo freudiano original, como ya sabéis, estaba lleno de puñaladas en la espalda, competición y comunicaciones rotas. Freud se deshizo de sus discípulos desobedientes, y algunos de ellos se esforzaron mucho por quitarse de en
medio los unos a los otros. Jung fue expulsado por tener una visión discrepante. Entonces Ferenczi y Rank, dos de las mentes más inventivas del temprano movimiento psicoanalítico, fueron exiliados por desviarse demasiado lejos de la línea del grupo. A.A. Brill, que en un momento dado llegó a encabezar la organización psicoanalítica americana y que tradujo al inglés varios de los mejores trabajos de Freud, una vez introdujo un discurso de Otto Rank en un congreso internacional en el Madisson Square Garden, con la advertencia de que Rank era psicótico. Más tarde, en Francia, Jacques Lacan fue tirado de la principal organización freudiana, con lo cual fundó la suya propia.
De manera similar la terapia gestalt ha estado marcada por divisiones desde sus inicios. Las dos grandes figuras responsables del brillante, definitivo y temprano texto “Terapia Gestalt: Excitación y Crecimiento de la Personalidad Humana”, Frederick Perls y Paul Goodman, dieron fin a su buena voluntad mutua poco después de su publicación. Perls casi nunca ha hecho referencia a este libro otra vez, ya que se fue a California a desarrollar su propio enfoque Gestalt, una mezcla de psicoanálisis y existencialismo, psicodrama y Budismo. Goodman siguió siendo hasta su muerte un intelectual de Nueva York, un “hombre de letras”, como siempre ponía en las coberturas de sus libros. Éste dejó eventualmente atrás la psicoterapia para convertirse en uno de los mejores críticos sociales y culturales de América. Aún así sus escritos siguieron estando saturados de los principios de la Terapia Gestalt, los cuáles llevaron a niveles de comprensión profundos que son todavía hoy extremadamente útiles para inspirarnos. Con respecto a la teoría y práctica de la terapia Gestalt propiamente dicha, permaneció de la mano de Isadore From con la contribución permanente de Laura Perls para continuar desde donde Goodman lo dejó. Tengo la gran suerte de haber estudiado con ellos, o de haber tenido como amigos a todas estas personas, quienes ahora han muerto. También he aprendido de algunos profesores muy creativos quienes todavía están muy vivos y están aquí esta noche- Erving y Miriam Polster y Joseph Zinker- cuando aún estaban juntos en el Instituto de Cleveland. Su amplio espectro de diferencias me enriqueció en cuanto al punto de vista, sensibilidad y capacidades. El vacío, para mí, en el sentido negativo, es un estado ideológico de reducción opresiva donde ciertas diferencias están condenadas y eliminadas.
¿Es que Perls y Goodman no tenían nada más que decirse el uno al otro? ¡No creáis eso! Lo trágico es que estas personas quienes a menudo tenían tanto que decirse el uno al otro dejaron de hablarse o algo peor. Freud nos legó un valioso concepto para entender este fenómeno: él lo llamó “el narcisismo de las pequeñas diferencias”. Cuanto más cercanas en espíritu y apariencia dos partes puedan estar, apunta Freud, más cruel y brutal se puede convertir el conflicto sobre sus diferencias, porque en circunstancias de competitividad tienen que ir mucho más lejos para distinguirse la una de la otra. ¿Qué otra cosa podría explicar por qué vecinos que solían vivir y trabajar juntos fueron precisamente quienes infligieron las más brutales violaciones y mutilaciones entre sus familias en Bosnia? ¿Qué otra cosa podría explicar el trato devaluador de Freud y Brill hacia Otto Rank cuando Freud una vez miró hacia él como su heredero natural? ¿Qué otra cosa explica nuestros periódicos combates de incivismo entre nosotros, boicoteándonos los unos a los otros nuestras conferencias y publicaciones de Terapia Gestalt?
¿Pueden imaginar el desarrollo que hubiese ocurrido si Perls y Goodman hubiesen continuado su colaboración, junto con Laura, Isadore y otros durante los años 60? En lugar de eso acabamos teniendo - y seguimos haciéndolo- Perlsianos frente a Goodmanianos, Este versus Oeste, “silla caliente" y técnicas de psicodrama frente a la teoría, sentimientos frente a intelecto, y ahora, a causa de rencores personales, la AAGT frente al The Gestalt Journal. No solamente ocurre esto en América: he visto divisiones similares en casi cada país donde he enseñado; a esto le sumamos aquellas de las que solo he oído hablar.
Esta división recurrente de la Terapia Gestalt, desde mi punto de vista, es uno de sus aspectos más aburridos. Tiende a crear estancamiento e impass. No es que falten terapeutas y profesores excelentes aquí y afuera, ni es que haya una completa ausencia de movimiento hacia el progreso en Terapia Gestalt. Es que un montón de energía útil es despilfarrada dejando a la Terapia Gestalt mucho más empobrecida de lo que necesita o debería ser -“Derroche del espíritu en un desierto de deshonra”, como dijo Shakespeare. Déjenme listar solo un par de las oportunidades perdidas. La importante contribución a la terapia Gestalt del pragmatismo de William James y John Dewey vía Paul Goodman, quien fue bastante influido por estos dos pensadores, apenas ha sido resaltada y mucho menos explorada (con la excepción de algunas pistas del tardío Ernest Becker). Así, aún cuando la palabra fenomenología es lanzada bastante a menudo, normalmente por gente que sabe poco acerca de ella, la crucial relación que hay en la terapia gestalt entre la intencionalidad fenomenológica y el concepto de formación de una gestalt está vagamente comprendida, excepto, hasta donde yo sé, por algunos terapeutas gestalt en Europa, que creen importante concentrarse en esas cuestiones. Esta relación está explicada en detalle en el trabajo de Maurice Merleau-Ponty y Aron Gurwitsch.
Pienso que las cosas van a ponerse peor a medida que vamos acercándonos al año 2000. He mencionado que estamos en este momento, en circunstancias de escasez creciente. En este país, –y voy a tener que dejar a cada uno de ustedes, procedentes de otros países, ajustar la descripción siguiente para adaptarla a sus condiciones sociales– estamos en el medio de lo que solo puede ser llamado una segunda revolución industrial, es llamado “managed care” [N. de la T.: El término "managed care" se utiliza en Estados Unidos para designar un conjunto de técnicas para reducir los costes de la atención sanitaria.], uno de los más grotescos oxímoron orwellianos todavía por venir. Con respecto a la salud mental, el managed care supuestamente distribuye el tratamiento de una manera más amplia y a mejor precio. Lo que esto realmente significa es que las mismas fuentes de capital que crearon la mayoría de las fábricas y la producción en masa en el siglo diecinueve están en ello otra vez. La primera revolución industrial era sobre la fabricación eficiente de productos; esta es sobre servicios. Los banqueros, las grandes compañías aseguradoras y las mayores corporaciones farmacéuticas, saben que hay billones de dólares en beneficios en el sector de la salud.
Al igual que en el primer periodo del monopolio capitalista, estas potencias han de institucionalizar y racionalizar la producción –esta vez, la producción de servicios de salud– para procurar la eficiencia económica, es decir, reducir sus costes. Así que parece necesario poner a los psicoterapeutas en la cadena de montaje. En unos pocos años, el destino del practicante privado se parecerá a cuando los antiguos artesanos dejaron de trabajar en casa para unirse a las líneas de montaje para evitar la bancarrota. La práctica privada solo estará al servicio de algunas personas adineradas dispuestas a pagar por la terapia como si estuvieran comprando un precioso armario hecho a mano de madera muy fina. El resto comprará juegos de dormitorio producidos en masa en unos grandes almacenes de rebajas: diez sesiones de terapia cognitiva o de modificación de conducta y un año de suministro de Prozac. Va a haber menos para repartir entre la práctica privada y los institutos de formación. Las disputas y los intentos de poseer la verdad intensificarán la virulencia.
Por cierto, pueden pensar que estoy hablando en contra de la psicofarmacología. No es así. Creo que el debate entre la psicoterapia y la psicofarmacología es mayormente estúpido e inútil –o mejor dicho, se pierde el punto clave. No son sustitutas la una de la otra. Los argumentos acerca de cual de las dos es mejor son irrelevantes y los terapeutas que más han reflexionado y se han informado al respecto saben esto muy bien. Yo participo semanalmente en un seminario interdisciplinar justo aquí, en el Hospital Cambridge. El director de psicofarmacología, el jefe de neuropsicología, varios distinguidos psicoanalistas y otros terapeutas, junto con un teólogo, un consumado pintor, un escritor de biografías, un antropólogo y un famoso filósofo científico, acuden a este seminario. Yo soy el terapeuta gestalt del grupo. Nuestras discusiones tienen lugar en los límites de distintos campos. Una cosa ha emergido claramente. Todo aquello que puede aprender uno acerca del cerebro humano y todo lo que uno puede aprender acerca de la intención y la imaginación es fascinante, valioso y tiene posibilidades de interacción.
El jefe en psicofarmacología muestra la relación entre los inhibidores selectivos de la reabsorción de serotonina y la psicoterapia de esta forma: Imagina que tienes un mapa con todas las rutas para llegar a tu destino. Imagínate lleno de motivación acerca de dónde quieres ir y cómo llegar allí. Pero tu coche tiene la bujía averiada y apenas avanzará con dificultad. ¿Cómo de bueno será el viaje? Esta es una analogía muy simplificada, por supuesto, pero refleja la idea básica. El Prozac y sus derivados pueden sintonizar el motor biológico; la psicoterapia enciende la curiosidad y la voluntad, proporciona el mapa (y probablemente la guía del tour). En términos de terapia gestalt, una puede referirse más al apoyo y la otra más al contacto. Aunque no hay duda de que cada una de ellas implica cuestiones tanto de apoyo como de contacto. No hay nada en lo que voy a discutir en adelante que descarte la utilidad potencial de la psicofarmacología.
Dadas las presiones para racionalizar y medicalizar la terapia –para convertirla, en efecto, en un tratamiento de masas prefabricado y de bajo coste para el alivio de síntomas– ¿qué hay para los pacientes y terapeutas que buscan la psicoterapia para algo más? Por supuesto la terapia puede ayudar a aliviar los síntomas, lo que es un beneficio crucialmente importante, pero es solo una de sus funciones, y la medicación también lo hace al menos igual de bien. ¿Qué hay entonces de la terapia gestalt con su rica base estética y fenomenológica?
Yo sostengo que el poder real de la psicoterapia, más allá de su utilidad para aliviar síntomas, ha sido su dramática y radical comprensión de la naturaleza de la realidad humana. La psicoterapia desde sus comienzos nos ha ofrecido liberación enseñándonos que la realidad se hace mediante nuestra propia construcción, incluso a pesar de que ciertos constructos se colectivizan o universalizan y son tratados como una especie de cosa sólida. Por lo tanto puede ser que haya varias realidades potencialmente disponibles a la experiencia humana. La libertad, desde esta perspectiva, significa que la vida es un teatro y que uno es al mismo tiempo obra y actor en su escenario, un agente que compone la existencia como un artista. La idea de una existencia tan fluida es suficientemente amenazante para la mayoría de las culturas como para que las familias y las instituciones sociales rápidamente nos despojen de ella cuando todavía somos niños. Esta idea tiende a seguir perdida, pues la sociedad sigue estando a cargo de definir la realidad. Y la sociedad tiene un gran arsenal de armas a su disposición para hacer cumplir su voluntad. Por ejemplo, el gran psiquiatra Harry Stack Sullivan señaló que toda cultura nos socializa, lo que supone forzar una realidad particular sobre nosotros agarrándonos por donde nos duele, es decir, por nuestros miedos más primitivos a ser abandonados.
La psicoterapia nos puede ayudar a entender que la vida es un teatro ya que la terapia en sí misma es una forma de teatro. Siempre ha sido así. Déjenme comenzar por Freud pues, como habrán podido adivinar por mis comentarios de ayer, voy a reivindicar al menos algo de Freud, contra sus hordas de detractores de hoy en día. El psicoanálisis supuestamente trabaja mediante la interpretación, específicamente interpretando las dificultades presentes del paciente en términos de causas escondidas en su infancia temprana. Entonces, ¿qué son exactamente estas interpretaciones? No especifican meramente las causas de efectos tardíos basadas en el modelo de las ciencias naturales. Es cierto que Freud enfatizó este aspecto de la teoría psicoanalítica en su metapsicología, probablemente por varias razones. Entre ellas ésta: era lo más extendido entre el pensamiento innovador de su época. Y dada su posición de judío en una sociedad antisemita, sin duda tuvo un comprensible deseo de apoyar su revolución en términos de legitimidad científica y médica.
Cuando piensas en ellas, las interpretaciones actuales de Freud están a menudo extraídas de los eternos temas del teatro. Están llenas de melodrama, ritual y tragedia. El desarrollo infantil, como él lo describe, no es un mero despliegue de fases puramente biológicas y psicológicas, sino que está plagado de deseos incestuosos, pornografía violenta, a la cual Freud llamó “escena originaria”, una urgencia secreta de derrocar a Dios Padre, miedos de castración, una hermandad de bárbaros, a la que llamaba “la horda fundamental” y cosas similares. ¿Dónde aprendió Freud todo eso? De los antiguos griegos, de Goethe, de Shakespeare, no del racionalismo ilustrado de Newton, Galileo y Francis Bacon. Quizás el énfasis de esto último le sirvió de cobertura.
El inconsciente psicoanalítico se comporta como si fuera una obra de teatro que proyecta en el pequeño escenario de la familia nuclear combinaciones de cuentos de horror gótico y tragedias griegas. Entonces el ego entra en escena junto con su guardián a las puertas, el superego. Y en concordancia con los dictámenes sociales, se coloca sobre una gruesa pátina de mundana realidad social. Aún así la realidad subjetiva enterrada con sus extraordinarios temas y motivos permanece como fuerza impulsora. Pero todo lo que asoma ahora son residuos o pistas llamados síntomas neuróticos.
Lo que parece implícito en la visión de Freud pero que eventualmente quedó perdido por una variedad de factores -su propia ambivalencia, comentarios posteriores y la traducción de sus trabajos- era la noción de que el psicoanálisis explora la creación del sentido, incluso si esta creación se deja demasiado en las manos del terapeuta y no lo suficiente en la colaboración entre el paciente y el terapeuta como enfatizaríamos en terapia gestalt. Esto es algo diferente del tipo de interpretación que tiende a limitar la experiencia del paciente a la causalidad.
Visto de esta forma, el psicoanálisis se convierte en un método para liberar y cambiar el determinismo neurótico del paciente en una mezcla de distancia e identificación que el teatro siempre ha proporcionado. Coloca al paciente en la posición de audiencia o de observador de su propia experiencia al mismo tiempo que de autor de ésta, por lo menos en un grado considerable, lo que implica la promesa de que él o ella la puede cambiar. Es cierto que Freud tenía un lado autoritario que tendía a forzar el asunto; y que sus propias proyecciones, que iban desde la tragedia griega a la telenovela sexual, probablemente se convirtieron en algo demasiado importante. Cuando intentó curar los síntomas histéricos de Dora confrontándola con todo esto, ella no quiso saber nada de eso y huyó. Pero algo muy radical y fascinante estaba ocurriendo en todo esto. Pueden encontrar un mayor desarrollo de este tema en algunos pensadores psicoanalíticos posteriores. Herbert Fingarette, un filósofo británico, argumentó hace varias décadas en un libro llamado “El Self en Transformación” que las interpretaciones psicoanalíticas tenían poco o nada que ver con recuperar la historia infantil de alguien, la cual nunca podría ser realmente conocida. Lo que ofrecían en su lugar era la posibilidad de llevar a los pacientes hacia nuevos marcos de significado que les permitía dar un mayor sentido y tomar un mayor control sobre sus producciones futuras. Más recientemente Donald Spence, reconocido psicoanalista, escribió un libro en el que presentó el mismo punto de vista con respecto a los sueños, sugiriendo que uno nunca interpreta el sueño real, sino que hace una nueva creación estética basada en el sueño según lo contado en la situación presente de la sesión de terapia.
Cuando añades a estas perspectivas el número creciente de psicoanalistas modernos que insisten en hacer de su terapia una tarea de reconstrucción en colaboración con el paciente, no estamos demasiado lejos de la terapia gestalt.
Aquí, me parece, es donde necesitamos resucitar el alma radical de la psicoterapia. Debemos mirar en el corazón del trabajo de Freud y en el de Ferenczi, Rank, Wilhelm Reich, Winnicott, Michael Balint, Milton Erickson, Jay Haley y R.D. Laing, así como en el trabajo de Friederich Perls, que no fue otra cosa que un dramaturgo, en el del anarquista Paul Goodman y el de Isadore From, el filósofo fenomenológico de la terapia gestalt. Todos estos psicoterapeutas y pensadores sostuvieron el sueño de libertad entre realidades fluidas y pluralistas, en las que uno puede influir en la forma de la existencia de otro. Todos ellos enseñaron modos de trascender las ciegas y aparentemente fijas circunstancias a través de una especie de no-apego. Esta psicoterapia es el Budismo de Occidente. Pero para seguir su camino necesitamos vaciar la psicoterapia de un montón de parafernalia con la que se ha cargado: aspiraciones de una teoría que, como en la ciencia natural, tenga una amplia potencia predictiva y explicativa, técnicas o tecnologías para “curar”, nociones de normalidad como la salud y especialmente la tendencia ideológica a creer que la opinión de alguien se sustenta en la verdad. A lo mejor podríamos pensar en esto como los principios del vacío positivo.
Permítanme hacer un inciso de por qué yo pienso que la terapia gestalt puede estar en una posición única para este trabajo de restauración de sacar a relucir el alma de la psicoterapia. En primer lugar tiene una base de fenomenología existencial. Entre otras cosas, esto significa que enfatiza la intersubjetividad relacional de nuestro poder para encontrarnos y comprometernos con lo diferente en una colaboración democrática, esto se llama contacto, la cual construye y da forma a nuestra vivencia de la realidad. De esta forma la terapia gestalt colapsa la distinción entre interior y exterior, superficie y profundidad, apariencia y realidad, siguiendo a Jean Paul Sarte cuando dice: “Las apariencias que manifiestan lo existente no son ni interiores ni exteriores, son todas iguales, todas ellas se refieren a otras apariencias y ninguna de ellas es prioritaria… ninguna acción indica nada que esté detrás de sí misma; se indica sólo a sí misma y a la serie total."
No hay distinción cualitativa entre teatral y real. O como el poeta W.B. Yeats dice, “Apariencia que dura una vida no difiere de la realidad”. Es importante resaltar que a pesar de que ésta es una perspectiva dramatúrgica, es un teatro de lo ordinario, uno que encuentra suficiente misterio y riqueza en el continuo de la experiencia del día a día. Nada se esconde, todo se desvela, como nos dicen Sarte y Yeats, sin embargo todo es inexhaustiblemente misterioso, porque está lleno de multiplicidad y horizonte, como Husserl declaró. De este modo sigue cambiando y convirtiéndose en desconocido. Puedo entender que esto es lo que quería decir Perls cuando dijo que la terapia gestalt es la filosofía de lo obvio y luego añadió que lo obvio es lo más difícil de comprender.
En segundo lugar, el concepto de la formación de una gestalt nos dice cómo tiene lugar la experiencia y cómo durante el proceso queda impresa con el sello idiosincrásico de los anhelos, intereses, apetitos, curiosidades, tendencias, ritmos y temperamento de una persona en particular. Y a medida que estos y las circunstancias van cambiando, cambia también la creación de la realidad. Isadore From solía decir: “Una rata hambrienta ve comida. Una rata excitada sexualmente ve posibles parejas sexuales”. Las dos ratas tienen diferentes realidades. Dado este respeto hacia las diferentes producciones de cada persona, reemplazamos la norma como criterio de salud, que es un concepto estadístico, con la estética, que preserva la singularidad, pero también dice, a ver si eres capaz de hacer de manera más grácil más composiciones satisfactorias con los elementos de tu vida.La salud, como Joseph Zinker puso en el título de su reciente libro, siempre implica una “búsqueda de la buena forma”. Parafraseando a Isadore From de nuevo, la tarea de la terapia gestalt es ayudar a la persona a hacer de su andar su bailar, de su hablar su poesía.
¿Necesitamos entonces una teoría de la gestalt? Ciertamente tenemos un buen número de conceptos excepcionales y valiosos. Aquellos de ustedes que están familiarizados con mis escritos, saben que yo he intentado durante muchos años esbozar una elaboración teórica más sólida del desarrollo humano, la personalidad, la psicopatología y así sucesivamente, en los términos que son distintivos de la terapia gestalt. No repudio este trabajo de ninguna manera, pero mis ideas de lo que es una teoría y para lo que sirve han cambiado considerablemente, especialmente desde que he estado leyendo no sólo filosofía fenomenológica sino también los trabajos de Wittgenstein. Llegado a este punto, no estoy seguro de que nosotros o cualquier otro trabajo de psicoterapia sea mejor pensado como teoría. ¿Qué significa tener una teoría de psicoterapia de todas formas?
En física y en las demás ciencias naturales, uno intenta construir modelos de mayor a menor abstracción que entran en juego a partir de ciertas relaciones entre variables. Estas relaciones nos dicen que si determinadas cosas ocurren, otras es probable que ocurran. Estos modelos implican definiciones que, a menudo, han de ser perfiladas una y otra vez, eso especifica las entidades con las que uno está comprometido, y las premisas a menudo derivan de hipótesis que han sido verificadas empíricamente de acuerdo con criterios estadísticos u otros criterios. Uno hace inferencias obedeciendo las leyes de la lógica, de la premisas, conduciendo a resultados que predicen algo. En parte, la capacidad predictiva reside en lograr el nivel correcto de abstracción. Se supone que todo o todo el mundo lo hace de una forma parecida. No hay demasiado sitio aquí para el estilo personal.
No estoy seguro de que queramos una teoría así. El valor de los conceptos en terapia gestalt no está en lo que predicen con tal o cual grado de significación estadística. Su valor es que están llenos de nuestra subjetividad, nuestras posibilidades de estilo personal, en un sentido común de ver cómo puede ser el “estar en el mundo”. El riesgo ocupacional de las teorías, como Wittgenstein sabía muy bien, es que requieren abstracción, lo que puede llevar fácilmente a la cosificación. Por supuesto, la abstracción es útil; el problema viene cuando las entidades abstractas son tratadas como si fueran lo que existe realmente, como “cosas” que construyen el mundo. Con respecto a la psicoterapia, hemos visto mucho de esto en la cosificación del inconsciente y en las relaciones de objeto, como también en las variables operacionales del conductismo. El conductismo cada vez se acerca más a los criterios de la ciencia, porque operacionalizando variables se convierte en algo que puede medirse físicamente. Pero, ¿cómo nos deja esto? Con una cáscara vacía.
La crítica de Wittgenstein de las entidades abstractas tratadas como una realidad fue muy lejos, extendiéndose incluso a las ciencias naturales. Él dijo, y cito textualmente, “lo que Copérnico y Darwin realmente consiguieron no fue el descubrimiento de una teoría verdadera, sino un nuevo punto de vista fértil.” Por punto de vista Wittgenstein se refiere, como el mismo lo pone, a “significados de representación” o incluso a una "forma de hablar" en un juego del lenguaje en el que todo el mundo conoce las reglas. Creo que los conceptos que empleamos en terapia gestalt como “frontera de contacto”, “momento presente”, “awareness”, “proyección” e “introyección” se entienden mejor en el espíritu de lo que Wittgenstein quiso decir cuando dijo que, en su mayor parte, las teorías eran poco más que puntos de vista. Yo pondría el énfasis en ambas palabras, “punto” y “vista”. Los conceptos que forman la terapia gestalt nos apuntan hacia ciertas direcciones que nos permite ver algo, esto es, atender a ciertas posibilidades que podemos experimentar de una forma útil.
Pero tenemos que mantener cierta vigilancia, el peligro de la reificación siempre acecha cuando hay lenguaje conceptual. Cuanto más largos sean los términos, más tenderán a endurecerse y a adoptar una apariencia de sólida existencia. Por eso el lenguaje psicológico está agonizando. Es por eso que tiendo a preferir una psicología de lenguaje ordinario, que usa palabras como amor, odio, curiosidad, inocencia, juego, decepción. Incluso ideas como “frontera de contacto”, “momento presente” y “awareness” son frecuentemente plantificadas de forma automática en la enseñanza y en los escritos sobre terapia gestalt y los resultados pueden ser entorpecedores. Asi que las conferencias como esta son, a veces, medicina preventiva.
Por ejemplo, no existe una cosa como el “momento presente”, porque no es una entidad que podamos fijar con precisión ontológica, lo cual sería un pre-requisito para poder decir que existe. William James una vez apuntó que “el momento presente literalmente hablando es una suposición puramente verbal, no una posición; el único presente que se puede realizar concretamente es el “momento que está ocurriendo”, en el cual la cola muriente del tiempo y su futuro amaneciendo mezclan para siempre sus luces.” No hay frontera de contacto que se pueda ver o medir. Muéstrenme una frontera de contacto, no pueden. Es parte de lo que Petruska Clarkson, hablando aquí, llamó el “flujo de Heráclito.” ¿Yawareness de qué exactamente? ¿De la realidad? ¿De nosotros en el proceso de la experiencia? ¿Puede alguien describírmelo con precisión y mostrarme el mecanismo mediante el cual funciona?
Ninguna de estas cosas existe, o quizás deberíamos decir que son una burda aproximación de algo que llamamos existencia. Debemos tener mucho cuidado de alegar que eso que componen es una teoría, si no es en un sentido amplio y metafórico. No pueden ser verificadas o refutadas más que lo pueda ser la existencia de un inconsciente en psicoanálisis. Pero eso no implica que nosotros no podamos utilizar estos conceptos de manera fructífera. De hecho lo hacemos a diario en nuestra enseñanza y en nuestro trabajo informativo con pacientes. Cuando decimos awareness o contacto podemos pensar en ellas como interpretaciones de la experiencia humana en el sentido que Wittgenstein da a su “juego del lenguaje”. A ese respecto hacen algo muy útil, apuntando hacia experiencias humanas concretas e identificables, dirigiendo nuestra atención a ciertas posibilidades y enmarcándolas. Por ejemplo nadie trabajó con estos conceptos de manera más rigurosa que Isadore From. ¿Pero cómo los usaba? Déjenme ponerles un ejemplo: Isadore hubiera preguntado a un grupo en formación, ¿en quién confiáis más, en alguien que os dice "te quiero" o en alguien que os dice "te quiero de verdad"? La respuesta está suficientemente clara, la persona que dice “Te quiero”. Pero, ¿por qué? Isadore lo explicaría de esta manera: “te quiero” puede ser una simple expresión de una convicción, directa, auténtica y que por tanto contacta, en el sentido de tocarte o conmoverte. Entonces puedes responder, "¡qué bien!" o "¡fatal!" o quizás mucho más. Pero ese “de verdad” jura y perjura demasiado. Es lenguje superfluo, un signo de retroflexión, que es una interrupción del contacto. La falta de convicción se transmite porque la retroflexión a menudo esconde una proyección, que es “no me vas a creer así que mejor lo intensifico”, queriendo decir “no me creo a mí mismo”. He puesto esto en los términos de nuestra muy aclamada teoría. Pero ahora díganme, ¿qué teoría podría predecir el análisis de From? Puede que la idea de que el lenguaje supérfluo indica retroflexión y que la retroflexión puede encubrir una proyección puede alertarles acerca de donde concentrarse y explorar. Pero más allá de esta formulación Isadore estaba lanzando algunas provocativas e ingeniosas críticas literarias o de drama. Es el tipo de insight pequeño y agudo que puede hacer que algo nuevo pase en la sesión de terapia y mover las cosas hacia delante.
El caso es que este es un ejemplo de la práctica profesional de Isadore, basado en la intersección de su estilo personal con un montón de experiencia. No puedo hacer suficiente hincapié en la idea de la práctica y el practicar en todos los sentidos de estas palabras. Pueden ver en este ejemplo que no se puede llegar desde la teoría a lo que sea que hacen los terapeutas, a menos que se haga a posteriori, aunque aprender los conceptos concienzudamente a priori – lo que forma parte de la formación – dirige nuestra sensibilidad y alerta. Nuestra teoría debería pensarse como las teorías de la armonía y contrapunto en música. Son codificaciones abstraídas de la práctica de grandes compositores y éstas ayudan a informarte y te guían. Pero no se puede llegar directamente a componer un cuarteto de cuerda leyendo libros sobre armonía y contrapunto. Mucha experiencia disciplinada tiene que haber ocurrido entremedio.
Finalmente, déjenme volver a mi teatro de psicoterapia. La transferencia es ciertamente, un concepto teatral o incluso cinematográfico inventado por el psicoanálisis para mostrar cómo la creación de significado y por tanto los sentimientos en una relación presente estaba profundamente influenciada por el pasado. La terapia gestalt a través de Paul Goodman – he escrito sobre esto en una introducción a una colección de artículos de Goodman – lo tomó prestado más bien directamente sin nombrarlo como tal y lo hizo aún más centrado en el momento presente. Goodman nos enseña no solo cómo el paciente continúa construyendo la relación presente para reflejar lo que falló en una del pasado, sino también cómo la sesión de terapia nos ofrece la oportunidad de intentar descubrir una nueva solución con esta nueva persona, el terapeuta. De todas formas, estoy menos interesado en el teatro de la transferencia estos días de lo que lo estoy en lo que llamaré el teatro del transporte, que no solo sugiere moverse libremente de un lugar a otro, digamos, entre múltiples realidades, sino que también implica estar absorto, acompañado por una emoción fuerte e intensamente placentera, como lo define el diccionario. No sé si la transferencia es normalmente así de divertida, pero creo que el transporte lo es. Las artes a menudo han sido vistas como un entretenimiento que instruye. Este no sería un mal plan para el futuro de la psicoterapia. Me gustaría pensar que la psicoterapia del siglo XXI podría ser menos como tomarse una medicina y más como ir al cine.
Traducido en el Laboratorio de traducción de Gestaltnet.net:
Traducción: MªLuz Lladró Sala
Revisión: Eva Maurí Cresencio, David Picó Vila