Unidad cuerpo-mente y cultura
Automatismos culturales como proceso de introyección
Información destacada
En este artículo exploramos los orígenes culturales y educativos, y las consecuencias de las ideas con las que nos enfrentamos a la vida. Describimos los factores ocultos que la educación genera en nuestra conciencia y que se manifiestan sutilmente como restricciones de unos aspectos de nuestro ser y/o potenciadores de otros aspectos del mismo. Asimismo trasladamos nuestras consideraciones a los intercambios interculturales como fuente que son de una confrontación-conscienciación de nuestros propios valores creídos-pensados-vividos como únicos. También exploramos los beneficios del sentimiento de pertenencia cultural. Aquí entendemos la introyección como un proceso de aculturación y los valores como aquello que es esencial para nosotros, porque nos permite reconocernos a nosotros mismos y a nuestra comunidad. Entendemos la cultura y la subcultura, como participación colectiva de valores, requisitos y costumbres; con el potencial de hacer daño o bien, que son transmitidos por las familias/grupos pequeños en confluencia con la comunidad y la sociedad en general, una herencia común que se inculca a los individuos durante cada etapa de socialización, en particular la primera. El lenguaje, y en particular la lengua materna, sostiene y mantiene cada aculturación.
Palabras clave
Limitadores y potenciadores de la conciencia, división interior, unidad cuerpo-mente, antecedentes culturales, cuestiones transculturales, introyección, proyección, aculturación, socialización, lengua materna.
Visión o conciencia holística
Comenzamos con una reflexión sobre una visión o conciencia como nuestro punto de partida, ya que es clave para nuestra comprensión de la cuestión cultural, y debe estar claramente definido como el terreno para esta exploración. Yontef (1993) ofrece una visión sucinta de la relación entre el conocimiento y la conciencia:
“El insight es una forma de darse cuenta, un darse cuenta en el que se capta la estructura del todo. El punto de la discusión de la organización del campo es que éste es el objetivo del trabajo de darse cuenta –darse cuenta de cómo está organizado el campo–. El campo tiene estructura. El insight está plenamente conectado al conocimiento de esa estructura.” (p. 299-300)
“En psicoterapia, el insight no es sólo un darse cuenta al azar, sino preciso, comprendiendo la organización del campo que es relevante para los aspectos caracterológicos e interpersonales del paciente.” (p. 300)
En el lenguaje común el awareness o insight se suele denominar de las siguientes maneras: un ‘darse cuenta’, una iluminación, una revelación, una percatación; cuando logramos penetrar en el meollo de un asunto, lo aprehendemos, lo captamos; cuando “nos caemos del guindo” y nos enteramos. Cuando resolvemos lo que nos preocupaba con un “eureka”, cuando tenemos una intuición-emoción que nos aclara todo, cuando por fin “caemos en la cuenta” de lo que nos estaba pasando. Nos sentimos entonces aliviados porque sabemos que lo hemos captado en su esencia, que hemos logrado algo importante que reestructura nuestra vida y nos permite seguir actuando en el mundo con sentido. Todo nos deja con una sensación de paz y felicidad interior que representa una ayuda en el reconocimiento de ‘lo que es’, no importando lo doloroso que resulte. Esta profusión de descripciones nos indica que la experiencia es un hecho extendido, nos ha pasado a todos y todas, por eso hay tantos modos de expresarla con un lenguaje común. Es una experiencia que no forma parte del patrimonio de ninguna escuela psicológica en particular. Nuestro único mérito en el ámbito terapéutico es que la hemos analizado más a fondo y la usamos con conciencia.
Nos interesa destacar que lo que ocurre en un awareness no es exclusivamente un hecho sensorial-emocional-motor, aunque algunos párrafos en la literatura gestáltica como los que a continuación transcribimos pudieran llevar a tal conclusión:
“Cada acto de contactar es una totalidad formada de consciencia inmediata, respuesta motora y sentimiento (una cooperación de los sistemas sensorial, muscular y vegetativo), y este proceso de contacto se produce en la frontera-superficie en el campo organismo/entorno.” Perls, Hefferline y Goodman (1951, p.43, en adelante PHG)
Es cierto que en el ‘awareness’ nos sentimos profundamente conmovidos y hay una emoción casi de éxtasis. No siempre, pero el tono existencial cuando menos es de asombro[i]. Al mismo tiempo hemos podido comprobar también en la experiencia propia que nuestra mente está actuando en tales momentos: un awareness ejerce una recolocación del marco cognitivo, que queda cambiado para siempre, de ahí su valor terapéutico.
La cuestión no reside en persuadir al cliente que entienda las cosas de modo diferente sino proveerles con nuevas experiencias que el cliente pueda asimilar usando sus capacidades del hemisferio derecho del cerebro, lo cual entonces cambiará los sistemas de creencias del hemisferio izquierdo. Philippson (2011, p. 74)
O al menos se le abrirá la oportunidad de hacerlo, añadimos nosotros. Mantenemos entonces con Yontef , Philippson y Müller-Granzoto que el awareness no es puramente organísmico, es un awareness integral[ii]; es decir, un suceso total cuerpo-mente, incluso un suceso integral cuerpo-mente-entorno. La percatación mental no es menor que la físico-emocional-motora:
“El darse cuenta pleno es el proceso de estar atentamente en contacto con los eventos más importantes del campo ambiente/individuo, con un total apoyo sensorio-motor, emocional, cognitivo y energético.” [...]
“El darse cuenta es cognitivo, sensorial y afectivo.” Yontef (1993, pp. 134-135)
Si separamos drásticamente la conciencia emocional-sensorial-motora de la conciencia reflexiva y las jerarquizamos en una escala de valores, estaremos destronando a un rey absoluto para coronar a otro. Existen ambos polos, cuerpo y mente, y operan integrados, incluso aunque no seamos conscientes de ello. Quizás al igual que los potenciadores y limitadores culturales, esta conexión sea muy difícil de captar[iii]. Una vez llegamos a ser conscientes de la fluidez interactiva de los diferentes elementos se puede prestar más atención al cuerpo y las emociones en una situación y más al cuerpo-mente en otra.
Hemos aclarado este tema porque en un contexto transcultural es imprescindible ejercer la capacidad cognitiva a la hora de manejar los encontronazos emocionales que la diferencia cultural produce. Es necesaria la curiosidad cognitiva para detectar los principios culturales ajenos que puedan estar operando en cada emoción. Del mismo modo, los procesos cognitivos son un medio de unificar diversos campos de experiencia. Por ejemplo la capacidad de comunicarse en una lengua compartida es uno de esos puentes cognitivos esenciales.
En gestalt nosotros trabajamos la integración cuerpo-emoción. Esto es una fase primaria y esencial. A raíz de ello, existe toda la reestructuración mental y verbal que ello conlleva, y una nueva forma de integración con el entorno. Ahora la mente-atención desentierra cosas que emocionan, el verbo habla palabras que recolocan la actitud y la emoción. Cuerpo-emoción-mente son ahora una unidad. La emoción y el descubrimiento cognitivo van unidos. Nuestras sucesivas experiencias de “awareness integral” nos van abriendo y poniendo a nuestra disposición más campos de emoción-cuerpo-mente, revelándonos cada vez más y más de un mundo repleto de sentido y de contactos interpersonales significativos para experimentar en nuestras vidas. Desde nuestro punto de vista existe una relación directa entre el grado de integración con que vivamos nuestra consciencia cuerpo-emoción-mente y el alcance de nuestro acceso experiencial al mundo y a los otros.
Según Yontef (1993, p. 189) todo sistema de psicoterapia está definido, entre otras cosas, por su teoría de la conciencia. A nosotros también nos ha parecido un buen punto de partida para el estudio de la cultura. En gestalt se puede decir que la conciencia es un edificio construido con los ladrillos del awareness o insight. Y el awareness o insight es integral. De este modo la conciencia es integral también; es una conciencia con muchos puertos de acceso, es una conciencia ‘multicanal’. Esta conciencia está infundida con improntas culturales, transmitida a nosotros desde el nacimiento y actúa como una restricción importante en nuestra conciencia hasta que seamos conscientes de ello. Esta impronta cultural incluye valores, formas de estar en nuestro cuerpo, estilos de contacto interpersonal, modos de experimentar el mundo y de vivir y emocionarse ‘naturalmente’ en cada cultura. Estas facetas de la cultura también nos mantienen seguros y protegidos dentro de nuestro propio grupo. Sin embargo, esta alianza tiene un precio.
La división interior
Siguiendo a Wheeler (1991) la expresión verbal-mental de la persona está incrustada en un fondo emocional-orgánico fijado y siempre condicionado por la cultura y la educación y el primerísimo impacto del maternaje y la lengua materna. Este fondo cultural le dice determinadas cosas al oído a cada individuo en la ‘normalidad’[iv] de su infancia más profunda. Le dice por ejemplo que no debe mancharse, o que puede mancharse todo lo que quiera. Le dice que no debe alejarse, o que uno debe ser libre. Le continúa diciendo a lo largo de su desarrollo que mirar a los ojos es malo, o que las mujeres han de casarse y tener hijos y no saber nada más, o que uno debe esforzarse en el desarrollo intelectual en la escuela.
De niños nos explican que la realidad está dividida: cuerpo y mente, masculino y femenino, espíritu y materia... y otras mil, o que los habitantes de la vecina nación son peligrosos, o que el consumo de ciertos alimentos hace bien o es perjudicial. Entonces la persona actúa y se relaciona desde este marco aprendido ideológico-emocionalmente. Además, aprenden a defender y mantener sus valores: que el cuerpo no es de fiar, o que la razón debe regirlo todo como principio superior, o que uno no se relaciona con cierto grupo de personas, o que tiene que comprometerse con ciertas profesiones.
El mecanismo por el que esto funciona es muy sutil. No siempre somos conscientes de nuestros propios valores. Nosotros introyectamos esas afirmaciones y nos comportamos como si esa división –puramente epistemológica– existiese realmente; pero no existe esta división en la realidad vital por mucho que una cultura nos lo diga, nunca ha existido, nosotros somos, siempre lo hemos sido, a nivel profundo, seres íntegros. Culturalmente las creencias imbuidas están tan arraigados en los seres humanos que, si se ve amenazado un conjunto de valores, llegaremos a escandalizarnos, nos veremos reducidos a lágrimas, o romperemos relaciones porque no encajan con los amados principios desarrollados a través de la infancia y la niñez o aculturaciones posteriores. Así los ‘choques culturales’ son inhabilitantes, hay un duelo emocional en cada adaptación cultural. La introducción de una nueva cultura significa dejar atrás un reconfortante sentido de “pertenencia cognitivo-emocional” que podría no haber sido evidente. Las relaciones transculturales nos expondrán a un constante cuestionamiento de nuestras coordenadas más seguras y reconfortantes. Esta situación sirve para explicar la tendencia a crear guetos monoculturales dentro de otra cultura o país. Las personas se desesperan de poder compartir nunca la nueva realidad cultural, buscando entonces consuelo en la confluencia con personas de su propia cultura. Esto a su vez puede llevar a una polarización y un fuerte rechazo de cualquier otro conjunto de valores.
El proceso de desaprender una creencia profundamente y volver a aprender una nueva forma de habitar la realidad tiene un nivel de compromiso y humildad casi inconcebible dentro un entorno monocultural. El camino hacia la aceptación de otra cultura es doloroso y se ve exacerbado por la lealtad polarizada hacia las ‘verdades’ culturales. Aceptar esto en lo cotidiano de nuestras vidas nos supone tirar por la borda nuestro estatus, nuestra comodidad, nuestras certezas. Por lo tanto tendemos a abortar este proceso integrativo porque nos amenaza incluso a nuestra identidad. Paradójicamente, a pesar de que nos situemos por completo en uno de los polos, la fuerza del otro polo sigue tirando constantemente para dirigir la búsqueda de la totalidad hacia un equilibrio, a restaurar la integridad. Esto forma parte de la homeostasis vital y propulsa el cambio cultural y social. Por ejemplo, en civilizaciones colectivamente inclinadas hacia el apego y la pertenencia social la gente anhelará la individualidad; y en entornos individualistas las personas se esforzarán por lograr establecer vínculos, y así similarmente para cada dualidad.
Cada cultura, como cada individuo, cada comunidad y cada sociedad, tiene una parte neurótica y una parte sana. El polo negado en cualquier personalidad o cultura podrá aparecer a través de una proyección. Entonces proyectamos lo que nos da miedo, y eso que nos da miedo es de lo que carecemos. Y esto de lo que carecemos fuerza nuestro encuentro para completarnos. Toda polaridad es en el fondo una unidad y la energía que circula entre ambos polos tiende a buscar el equilibrio y/o la integración Perls (1947). Así lo intolerable se persona en nuestras vidas como el abogado de oficio, en nuestra defensa, para que evolucionemos a una mayor integración. Por eso es preciso tolerar lo intolerable, hacer un esfuerzo.
Jung (1933) comenta con frecuencia esta característica proyectiva de las polaridades negadas y por ejemplo cita que un hombre muy racional e intelectual se verá casado con una mujer muy irracional, o vivirá en un entorno poco estructurado. Esto es unidad. Unidad que al no ser consciente en el campo organísmico (cuerpo-mente) se hace así explícita y visible en el campo organismo-entorno, pero unidad al fin y al cabo (Madrona y F. Hearn, 2012). Unidad porque un extremo llamará siempre al otro.
Ocurre igualmente esta reubicación de lo negado en asociaciones transculturales. Es preciso renegociar plataformas metaculturales a cada tanto, ceder en lo esencial y medular, aventurarse en un espacio en blanco donde sólo está la hospitalidad del otro, también perdido en su propio vacío. éste es el terreno fértil para la consciencia, las soluciones creativas, y la movilización hacia una conexión cultural común.
La salud en los contactos interculturales
Cada cultura ofrece zonas de salud cuya incorporación, por la vía intercultural, sana de manera automática o inconsciente a personas de otra cultura que sufren carencia en esa misma zona. Por ejemplo, en el oeste, la gran aumento de la espiritualidad oriental y el intereses en la cultura étnica nativa en el último decenio obedece a esa búsqueda colectiva de lo que falta, y es reparativa en un momento en el que la vía occidental se enfrenta a graves desafíos ambientales. La afluencia a Occidente de los inmigrantes también responde a esta búsqueda de lo que falta, ya sea emocional, cognitivo, económico o físico. Ahora bien, para que este proceso mutuamente enriquecedor se consolide es precisa una toma de consciencia. Es un proceso sumamente complejo y un reto máximo.
Los procesos transformadores profundamente vitales como los descritos, personales y colectivos, incorporan una polaridad, el lado oscuro de la cual es la destrucción mutua. Sin embargo, cuando se consigue el punto cero y se alcanzan soluciones creativas, todas las partes involucradas se integran y prosperan en un consciencia acrecentada.
Origen y transmisión de los contenido culturales
Los marcos cognitivos culturales aprendidos desde niños que recibimos vinculados a una emoción de pertenencia, a una costumbre muy adquirida, y a un sentido de ‘todo está en su sitio’, tienen su origen y su función en un pretérito análisis de la realidad, realizado acumulativamente por generaciones y generaciones, y están sujetos a una continua actualización. Un análisis que ha quedado sumergido en el fondo cultural, y que cuesta detectar cognitivamente, pues es difícil separarlo de la emoción de pertenencia y la comodidad o ética anexa. Se ve mejor desde lo externo, desde otra cultura, al igual que se ve mejor el punto ciego propio desde otra persona en terapia o en la amistad profunda.
En todas las culturas hay zonas de la vida psicosocial que no han sido definidas, ni vistas, ni se les ha prestado especial atención desde su origen generaciones y generaciones atrás. Estas zonas ‘naturales’, cercanas al origen, íntegras y sanas de cada cultura son el motivo por el cual personas extranjeras se enamoran de una cultura foránea que les repara la suya de origen, que les da un sentido de mayor profundidad existencial comparativamente a la suya propia en determinadas áreas. Es el equivalente a encontrar en determinadas tierras bosques de árboles milenarios, por contraposición a encontrar únicamente jardines o monocultivos.
Humanamente disponemos de la herramienta de la función analítica de nuestra cognición, que utilizamos cuando nos es precisa, pero que no es lo ‘real’, sino que es una herramienta más para describir y aprehender lo real en aquello que creemos debemos dominar o controlar. Lo mismo hacen las sociedades.
Toda cultura posee su mapa de la realidad arbitrario, generado analíticamente por una discriminación mental colectiva debido a una necesidad ejecutiva y de control. En esta necesidad está involucrada la supervivencia, lo que desencadenó la atención cognitiva y el mapa de lo real que se hizo en su momento y se acumuló y transmitió, y sigue residiendo en profundidades apenas visibles de la psique humana. Este mapa mantiene la actualización de sí mismo, aunque la urgencia original, la esencia cultural, la convicción inicial permanece intacta. Es sentida vital para la propia identidad y supervivencia del individuo y de la colectividad, y por lo tanto resistente al cambio. Los cambios en los valores que preservan su forma de vida son extremadamente lentos, imperceptibles, al igual que los cambios geológicos. Esto que decimos a nivel de pueblos y culturas enteras lo podríamos decir también de cada persona individual, los cambios súbitos son raros, a menudo se producen sólo temporalmente, volviendo a los viejos hábitos a su debido tiempo. Los viejos hábitos tardan en morir.
La gestalt, como subcultura, repara la discriminación occidental entre cuerpo/emoción y mente, o intenta creativamente repararla, aunque sea a un nivel de superficie. Ha renunciado a ‘hablar acerca de’ las emociones sin estar en contacto real con ellas. La cultura occidental, la educación que recibimos en ella, el entorno, nos dicen que la expresión verbal es equivalente a experimentar la emoción. Los talleres sobre emociones y las terapias corporales a menudo están planteados desde lo separativo-mental. Ello es indicio de que hay en nosotros los occidentales una emoción de duelo, oculta y no consciente, por sus emociones reales, todavía ignoradas para la consciencia cultural. Es lo que andamos buscando reparar, y que la gestalt ayuda a reparar, aunque sea lentamente. Y, sin embargo, en el ejercicio de este papel restaurador, incluso la terapia Gestalt es relativamente ‘verbal’, teniendo en cuenta que está anclada culturalmente en Occidente.
El punto clave es que entendamos que esta arbitrariedad discriminativa no es algo neurótico en sí mismo. Este marco cognitivo mental, con su ancla emocional en una percepción anterior del mundo, forma parte de nuestra conciencia colectiva. Es intrínseco a nuestra forma humana de vivir en el mundo, y por ello es un potenciador y un limitador. Nos potencia en el sentido de que somos privilegiados depositarios de una tradición heredada muy rica, nos limita en la medida en que esa tradición eligió privilegiar unos asuntos e ignorar otros.[v]
Es importante que entendamos que siempre vamos a operar en la realidad desde una discriminación en polos opuestos, desde el olvido de algunas zonas de lo real y el resalte obsesivo de otras. Por lo tanto siempre tendremos la sana tarea de integrar, tanto a nivel personal como cultural. No importa cuánto hayamos vivido y cuanta experiencia adquirido, siempre habremos de integrar una polaridad más, siempre habremos de reparar en algo que nos pasó desapercibido y que es importante.
El refuerzo cultural
Los marcos cognitivos heredados adquieren tal predominancia en una cultura porque hay un refuerzo cotidiano de ellos, hay premio social y emocional a la conformidad con los axiomas culturales vigentes en cada momento. La persona que acepta los axiomas mayoritarios se encuentra vinculada afectivamente a una vasta red de apoyo social y recursos. La persona que entra en una hermandad hermética o se hace militante de una célula clandestina se vincula a un grupo selecto de adoradores o activistas. En la intimidad de las familias también, en gran medida retribuyen a sus hijos más obedientes al consenso, y retiran recursos a los más refractarios, o viceversa, según los valores predominantes en cada familia. Cada marco de referencia, sea cual fuere el sistema de valores, les divide y les secciona externa o internamente. La adhesión se mantiene porque hay retribución emocional-mental-material de pertenencia a un grupo grande o selecto. Esto es relevante, por ejemplo, en el adoctrinamiento político, o en la educación o en la obtención de el acceso a una nueva nacionalidad.
Ahora bien, lo más relevante para nosotros en gestalt es otra emoción profunda y menos explícita de duelo, de aislamiento, de desarraigo, de separatividad, que acompaña a esa escotomización de la integridad de nuestro ser decretado por la mente colectiva, o el grupo concreto, durante generaciones, o como novedad radical que se presenta como evolutiva. Es lo que Freud llamó el ‘malestar de la cultura’, o lo que hemos dado en llamar ‘sectarismo’ que se manifiesta en suma dependencia de un grupo minoritario separándonos del grupo mayor. Así pues todo lo que aprendimos de niños y posteriormente debemos desaprenderlo en terapia. No importa cuan integrado pueda estar un individuo siempre habrá una sensación de que algo falta, una inquietud, una tendencia a la totalidad que busca liberarse de los restrictivos valores culturales
La respuesta del individuo a su marco cultural, o a su marco de pertenencia elegido, es, pues, una respuesta integral cuerpo-mente-emoción-entorno (organismo-entorno).Es una respuesta sistémico-holística, y como tal es preciso tratarla en terapia. No se trata, por lo tanto, de buscar la conversión súbita de nuestra clientela, de intentar arrancar al individuo de su marco de referencia cultural, heredado o elegido. Como terapeutas favorecemos el aprendizaje de respuestas creativas ad-hoc que vayan generando puentes hacia nuevas adhesiones sin seccionar las previas. Porque el cuestionamiento cultural radical adquiere, éticamente, tintes de re-programación, y deja a los individuos a merced de su nuevo grupo de referencia. Las implicaciones son enormes. Y como tal, a menudo, de enorme que es esa respuesta, ni se ve. El reacondicionamiento cultural es un proceso profundo, con un obscuro lado de la destrucción, y exige gran responsabilidad y cautela por ambas partes[vi].
Precisamente lo que hacemos en formación y en terapia (gestalt u otras), y resulta un proceso personal complejo y profundo que no todo el mundo supera, es discriminar toda unidad identitaria cohesiva originaria, y ponerla en solfa dándole el nombre de introyecto o neurosis –u otros– para adquirir nueva conciencia de ella. Se aborde desde el ángulo que se aborde la terapéutica (cognitiva, emocional, corporal, transpersonal, coaching, conductual...) el objetivo es darse cuenta de que lo que creíamos unitario por imperativo, lo que creíamos esencial a nuestro ser, es una convención que excluye grandes áreas de nuestro ser genuino. Aprendemos en cualquier terapia que nuestra forma verbal-mental-valorativa de estar en el mundo y expresarnos está ligada a un fondo emocional fijo y que la rigidez cultural que nos estaba minando lentamente (tornándonos inquietos e infelices) estaba determinada en definitiva por introyectos o hábitos definidos en origen de modo arbitrario, como respuesta a urgencias y prioridades quizás ya pretéritas. Un similar proceso preside conversiones religiosas o políticas, incluso los cambios en la dieta o condición económica.
Egos Culturales
Cuando la persona se libera de algo de lo recibido y observa sus emociones reales se percata de que nunca las ha tenido en cuenta, y puede llegar a la conclusión de que nunca había experimentado esas emociones, o muy pocas veces. Se desencadena el entusiasmo del neófito. Sin embargo lo que esa persona hace en realidad es atreverse a dejar ir ese pensamiento fijo, culturalmente dictado, liberando la emoción de pertenencia fijada a ese pensamiento, emoción que estaba en el fondo y era invisible aunque siempre estuvo allí. Entonces la persona se percata de que esa emoción de pertenencia única y culturalmente dictada no es la única emoción, que tiene otras emociones muy ricas, otras emociones que no son las fijadas por ese pensamiento cultural. La persona, en este tipo de conversiones culturales o subculturales se entusiasma, comienza a sentir emociones nuevas y se vivifica. Le parece que en su existencia anterior la emoción estaba muerta, la vida estaba muerta.
Sin embargo ese pensamiento o máxima dictada culturalmente, que operaba desde un fondo no visto, no hubiera tenido fuerza si no estuviera fijado emocionalmente. No existe el pensar puro. No se acatan las ideas si no se tiene vinculación emocional con ellas. La cognición es una herramienta más para la supervivencia con su emociones intensas asociadas.
Lo que existía, entonces, era un ‘ego emocional’, una subpersonalidad en términos de Assagioli (Ferrucci, 1982) adherido a un ‘ego mental’ dictado culturalmente, provisorio de identidad y de confort de pertenencia, formando una unidad egoica pensamiento-sentimiento (ambos siendo aspectos del mismo ego). Se trataba de un ego rígido y dominante, una unidad que subyugaba a los otros posibles egos mental-emocionales del ser, una ‘neurosis cultural’ mantenida a base de mucho gasto energético en la exclusión de lo demás. Sólo de ésta manera se podía experimentar identidad, emoción de pertenencia y, por tanto, cohesión social. Así operan las culturas, necesariamente. La transculturalidad permite ver esto (si uno se preocupa de verlo en lugar de proyectar), al confrontarse en un mismo territorio vital varias ideas-emoción culturalmente recibidas que son muy diferentes. En el tumulto resultante a esta confrontación, que opera haciendo visible toda la estructura cultural ideológica-valorativa-de apegos de ambas culturas, se presenta una nueva constelación de retos y problemáticas. Lo deseable son los ajustes creativos, pero no están garantizados. Es importante reconocer, pues, que tales confrontaciones también pueden crear guetos, dar lugar a cruzadas y provocar un genocidio. El lado obscuro es la destrucción mutua.
Nos interesa profundizar aún más en esto. Un ‘ego mental’ no puede, por sí mismo, subyugar a los egos emocionales: cada idea/palabra tiene su campo semántico latente, su carga emocional/objetual acumulada por generaciones de pertenencia a una creciente red de placeres colectivos, hábitos, precauciones, miedos, odios y lealtades. La cultura se transmite por la lengua materna, que fusiona indefectiblemente verbo y apego, categoría y sensación, idea y piel. A través de la confluencia de la díada original madre-hijo/a se trasmiten los contenidos culturales a las nuevas generaciones mediante una emotiva lengua materna cuyo vehículo es el contacto con la piel. Y así la cultura nace y se mantiene en una confluencia. Así, cuando discriminamos el sentimiento del pensamiento y deshacemos esa asociación cultural que se ha vuelto rígida al darse por hecho[vii], nos damos cuenta de que hay un mandato cultural ligado a una emoción ¡que a partir de ahora fluye! y cuya fluencia posibilita o da curso de inmediato a un pensamiento ¡que también fluye! Tal evento revitaliza la persona, se hace de nuevo creativa y perceptiva como lo fue en la niñez. Se integra, empieza a pensar y sentir de manera única y personal, porque se libera simultáneamente de la trabazón de los dos polos, pensar y sentir, trabazón que impedía su fluir porque existía una confluencia no consciente entre ambos. En adelante el juego pensamiento-emoción será caleidoscópico, lo que llamamos riqueza interior o una subjetividad libre.
Esta libre fluencia, como presenta convincentemente Peat (1987), tiene lugar en toda su riqueza en los momentos transicionales entre dos culturas o subculturas, o entre dos relaciones significativas, o en momentos de grave crisis colectiva o personal. Pasado este momento inicial de ‘liberación’ y emergencia de lo antes no-visto, de lo antes selectivamente excluido, desarrollamos de nuevo, andando el tiempo, una vinculación entre el nuevo principio cognitivo cultural regente y una nueva emoción de pertenencia. Esto lo podemos ver, por ejemplo, cuando nos iniciamos en un nuevo deporte u otra actividad y acabamos cambiando de amigos. Por otra parte, el haber ya atravesado un cambio cultural nos va a dar automáticamente más flexibilidad para futuras transiciones, siempre y cuando hayamos podido asimilar el miedo y el duelo por el abandono cultural anterior y no nos hayamos bloqueado.
En definitiva, aplicado todo esto al territorio concreto de la gestalt, lo que aprendemos realmente en la sala de terapia y en los grupos de formación gestálticos es a discriminar sentimiento de pensamiento, a darnos cuenta de que, trabados como están, no fluyen, se refuerzan mutuamente en una situación fija neurótica. Aprendemos a ‘liberar’ las emociones, y también liberamos la mente. Es esa separación la que nos permite volver a unir mente y cuerpo luego de nuevo, pero ahora de una manera consciente, en una nueva organización personal-cultural que es flexible y fluida. De esa dualidad que con trabajo y padecimientos logramos discriminar se forma ahora nuevamente una unidad consciente, completándose el ciclo del awareness integral.
Conclusión
En este artículo hemos tratado de describir el proceso de introyección cultural a través de una exploración del condicionamiento cultural, la herencia cultural y la cohesión cultural. Hemos sostenido que cada valor y afirmación cultural está intrínsecamente ligado a un sentimiento de pertenencia y que esto es muy difícil de detectar en entornos monoculturales. Cada valor y afirmación personal está unido a un sentimiento de unicidad interior y es muy difícil de detectar su relatividad tanto en entornos monoculturales como multiculturales. Cualquier afirmación cultural y personal originaria viene nacida de una determinada división epistemológica pactada y reforzada que es una clara ruptura con la unidad integral del ser. Si no somos conscientes de esto, se convierte en una ruptura interna que amenaza la integridad de nuestra relación con el todo. Esa carencia, esa ruptura, la compensamos con el sentimiento de pertenencia y con la sensación egoica de unidad. En este sentido el sentimiento de pertenencia nos impide la conciencia y la clara visión del juego de los opuestos, lo que fomenta la proyección. Una conciencia más plena de las polaridades y su papel en la mejora de la consciencia resulta puesta al descubierto en la confrontación de dos culturas diferentes, o en ciertas situaciones de relación. Tal encuentros deben ser trabajado por el fin para ambos partes a crecer hacia la plenitud. Tales encuentros deben ser trabajados con la finalidad para ambas partes de crecer hacia la plenitud.
Reconocimiento
Los autores desean agradecer a Belinda Harris el trabajo realizado por ella en la edición y adaptación de su proyecto original.
Bibliografía
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Isabel Fernandez Hearn es socióloga clínica, terapeuta gestalt, intérprete y traductora, mediadora y especialista en asuntos transculturales. Nació bi-cultural, padre español y madre británica, residiendo alternativamente en España y Gran Bretaña en un movimiento geográfico pendular que refleja su interior con turnos de un valor establecido a otro, sin haber encontrado aún su punto cero. Este artículo la aproxima a él.
Sinesio Madrona Rodenas es licenciado en Psicología, formado en terapia rogeriana, psicoanalítica y gestáltica. Está interesado en la psicología transpersonal y los procesos de desarrollo de la consciencia. Es autor de una teoría matemática del desarrollo de la consciencia: https://www.tendencias21.net/La-consciencia-como-espiral-matematica_a39220.html
Notas
[i] También podría ser una emoción de shok, si el individuo comprende de pronto el horror de una situación.
[ii] Aunque la descripción del concepto awareness es suficientemente explícita en el PHG para referirse a una consciencia motora-perceptual-emocional-mental, hay aproximaciones gestálticas (Naranjo, 1989; Schnake, 1995). que hacen una dicotomía muy acentuada entre lo motor-perceptual-emocional y lo mental. En estas descripciones el darse cuenta es sobre todo un darse cuenta motor-perceptual-emocional y tienden a rechazar lo mental. Así, aunque para muchos gestálticos hablar de awareness integral es redundante, emplearemos aquí esa expresión cuando queramos dejar especialmente claro que nos estamos refiriendo a ‘ese’ awareness motor-perceptual-emocional-mental.
[iii] La cultura es un fenómeno extremadamente complejo y dinámico y tendemos a experimentarla en términos de polaridades. Si nos diéramos cuenta de ello (aware) seríamos entonces conscientes (conscious) de la red de polaridades interconectadas y de las gradaciones existentes dentro de la zona de cada polaridad. La creatividad que emerge del punto cero es capaz de integrar ambos extremos de la polaridad.. Por ejemplo el self del campo organismo-entorno es ese punto cero. La vivencia del punto cero sólo puede experimentarse directamente. La paradoja, como polaridad, es el mecanismo por el cual se desarrolla un nuevo nivel de complejidad de la conciencia (Madrona, 2013).
[iv] Una “normalidad” que al mismo tiempo experimenta ciertos cambios o “modas” a través de las sucesivas generaciones en un movimiento a menudo pendular.
[v] Por supuesto que hay una situación política y moral implícita en cada marco cultural. Pero aquí no vamos a entrar de momento, nos centramos en la generación psíquica de lo cultural, en la conciencia posible y probable de lo cultural.
[vi] Esto es relevante en relación con el estilo terapéutico confrontativo defendido por Perls.
[vii] Cuando hablamos de introyecciones culturales rígidas tenemos que aclarar e insistir (siguiendo PHG, 1951, pp. 22-28) que no lo hacemos considerando que los valores culturales sean malignos per se. No es que las culturas imponen necesariamente una tortura de incompletitud a su miembros. Al igual que en Berger y Luckmann (1968), entendemos que la cultura es una figura sobre un fondo, una “construcción social” de la realidad en torno a una escala de valores de supervivencia.
Imagen cedida por: Israel Guiot