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Sobre la revelación del sí mismo del terapeuta Gestalt

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Sobre la revelación del sí mismo del terapeuta Gestalt

15 Mayo 2013
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<p>Revista Figura-Fondo nº22</p>

La  revelación del  terapeuta  se  debate  entre  los  psicoterapeutas  desde los orígenes  de  la  psicoterapia  contemporánea.  Este  debate  es, naturalmente, alimentado  por  paradojas, argumentos cientisistas  o creencias, así como, presupuestos teóricos.  Freud,  por  ejemplo, preconizaba que  el  terapeuta  «sea impenetrable a  los  ojos  de  su paciente  y, que  como  un  espejo, no refleje otra cosa que lo  que se le muestra.» (i) Su concepto de «lo impenetrable»  puede parecernos un tanto paradójico si recordamos que con gusto contaba a sus pacientes sus propios sueños o recuerdos de su  infancia.  Una extraña ceguera permite todavía a ciertos psicoterapeutas o psicoanalistas de hoy en día creer en el silencio de su silencio, en su benevolente neutralidad, en la blancura de la pantalla de proyección que ofrecen a sus pacientes.

La literatura internacional sobre la revelación del terapeuta se hace adepta al «eso depende.»  La pertinencia de la  revelación del terapeuta depende de su contenido, de las razones de ese  descubrimiento, de la personalidad del paciente a quien  se dirige, de la situación y las circunstancias… La búsqueda pone en evidencia que la  revelación del terapeuta reviste consecuencias positivas y consecuencias negativas para la evolución del paciente. 

A  la lectura de lo expuesto, no puedo sino hallar la confirmación de mis interrogaciones y dudas frente a las opiniones y  preconizaciones éticas publicadas, así como, las investigaciones sobre el impacto de esa revelación. 

A partir de mi experiencia psicoterapéutica; como paciente, y de psicoterapeuta supervisado, supervisor y  didáctico, podría lo mismo mostrar tanto las ventajas como los inconvenientes de esas elecciones, los efectos benéficos y los efectos perversos.

Si, como piensa Yalom (ii): «Más que ninguna otra característica, es la naturaleza y el grado de exposición de uno mismo lo que diferencia las  escuelas de psicoterapia», debe haber alguna coherencia con nuestras elecciones teóricas que obran en nuestra decisión de descubrimiento o en su rechazo.  Es sobre algunos aspectos de esta articulación que me propongo centrar mi reflexión de hoy:              

 

1

Una de las  primeras preguntas que se deben hacer cuando se quiere considerar la implicación del terapeuta es la siguiente: ¿Al servicio de quién va a realizarse ese descubrimiento del terapeuta?  Incluso si se supone que nutrirá el proceso terapéutico, intensificará la alianza, introducirá la autenticidad en la relación, no surge de la evidencia de que esta práctica beneficie prioritariamente al paciente. Vendría desde luego, a  confirmar esta hipótesis; una cierta complacencia narcisista del terapeuta en la narración de su propia experiencia; sobre todo si queremos admitir que la intencionalidad de un acto se revela más a través de sus efectos, que en la explicación de los proyectos de quien actúa.

Calmar su propia ansiedad, garantizar su conocimiento por la experiencia, dar pruebas y justificaciones, modelar…son  posturas posibles.

Marta es  una estudiante  de  veintitantos  años. Viene a  verme para  una cita preliminar, con  la intención de iniciar una psicoterapia.  Durante  toda  nuestra cita, yo no logro decir una palabra, hacer una pregunta, dar un informe, así de copiosa es su charla.  Le  doy cita para otra charla preliminar y  le indico que, la próxima vez, podremos hablar realmente de  la  psicoterapia  y fijar el encuadre de nuestros encuentros,  si ella piensa continuar.

Ella  asiste a  la  segunda  cita  igual que  a  la  primera, con una verborrea constante, sin  ninguna  pausa, pero  también  sin  afecto manifiesto.  A  mí  me preocupa  no  poder,  de  nuevo, infiltrarme en su  discurso, aunque  sea  para mostrarle por la experiencia algo de  mi  forma  de  trabajar,  y  sobre  todo,  para poder definir  juntos la  forma de  trabajar.  La  ocasión  se  presenta  de  pronto: su  verborrea  pierde  velocidad, sus  ojos  se  humedecen  cuando  relata  un episodio doloroso de su  infancia;  ella hace una  pequeña pausa  en  su  torrente de  palabras, y  yo  decido aprovecharla mediante un comentario banal como: «Me conmueve percibir tu emoción y tu  tentativa de retenerla cuando evocas ese momento de tu  vida…»  La reacción no se hace esperar y estalla como un latigazo:  «¡Ah  no,  nunca vuelva  a hacer  una  cosa  así!   No quiero saber  lo que  lo  conmueve y  lo  que no. Me conozco  lo  bastante  para  saber  que, si de tal  o cual forma  puedo conmoverlo, me conformaré con  eso  para  poder lograrlo.  Quiero  seguir  siendo LIBRE!»

Ante eso,  era  yo quien  necesitaba decir  algo,  notificar mi existencia, buscarle un  sitio a  la  sensibilidad  en  un  torrente narrativo sin afecto… Ella  me  recordó con fuerza quién  está  al  servicio de quién.

 

2

Una  de  las  principales tareas  del  terapeuta Gestalt consiste en permitirle al paciente construir una  gestalt  fuerte, clara y que se imponga.  Con los elementos dispersos de su experiencia,  el  paciente,  ayudado por su  psicoterapeuta,  debe poder hallar una unidad.  Es una de las  fases delicadas del trabajo, una fase en la que se movilizan las  cualidades estéticas del terapeuta,  al  servicio de la  toma de forma,  y  las  cualidades de firmeza para sostener con el paciente la temática emergente, sin  hacerse  cómplice del canto de las sirenas,  de las evitaciones o interrupciones habituales  o  tentadoras.

En ese momento de construcción  o,  como la moda prefiere llamarlo,  de  co-construcción, la contribución del terapeuta es activa y,  a  es a  veces,  al  utilizar materiales extraídos de su propia experiencia  que participarán  en esa tarea.  La dificultad consistirá entonces en contribuir de forma lo bastante discreta  y pertinente a modo de que los materiales no descentren  la  figura que se está elaborando.  Estar al  servicio de  la  figura que se construye  y  no convertirse en la figura que le llama la  atención,  a  un paciente  dispuesto,  a  veces,  a  usar todas  las  escapatorias  en  esta  fase  delicada  de  salida y  confluencia.       

Es  mi  primer encuentro con  la  Terapia Gestalt.  Después  de  varios años de trabajo psicodramático en grupo, encuentro otra forma de Psicoterapia en Grupo. La  novedad a la cual soy más sensible, en  esta primera experiencia, es que hay una propuesta,  una forma de  trabajar en la cual la expresión de las emociones y los afectos  es bienvenida.  

Atravieso una fase difícil en mi  vida, una crisis sin ruido, llena de retro-reflexiones y  silencios,  de interrogaciones  y  dudas,  de incertidumbres, penas, decepciones. Después de unas  horas,  abordo esos temas con  cierta  dificultad,  pues  no  hay nada claro, no sé cómo tomar  las  cosas, no  sé  cómo  darle  nombre  a  lo que estoy  viviendo,  me enredo.   Después de unos minutos,  el  terapeuta Gestalt, con  su  estupendo acento inglés,  me habla de su experiencia: «Sabes,  Jean-Marie, me conmueve tu experiencia y  yo  conozco bien ese  dolor.  Yo también, hace unos años, viví un periodo depresivo y hasta intenté suicidarme…»  Y prosiguió contándome con muchos detalles  su  hospitalización en  Psiquiatría, etc.

Los instantes cuando sus palabras tuvieron un efecto apaciguador en mí,  fueron breves.  Primero confusamente, y  luego  cada  vez con  más  claridad, surgió mi cólera.  Me siento desposeído, está  robando mi experiencia,  me  arrebata  mi expresión, aplasta  mi  emoción.  Él es más  que yo: ¿qué vale mi pequeña melancolía frente a su gran depresión?  ¿Por qué me estoy  quejando si el sufrimiento de los demás  puede ser mucho más  serio?  Y me vinieron a  la mente los recuerdos de la  infancia, durante los cuales mi  sufrimiento no podía ser escuchado con  el pretexto de que había otros que sufrían  por  razones mucho más graves, y que  mi  falta de gusto por tal o cual alimento no podía comprenderse, dada el hambre contra  la que luchaban millones de niños, más desdichados que yo…

Expreso torpemente que no me interesa su historia que no resuelve en nada  la mía.  El grupo  viene  en mi  auxilio,  rápidamente.  El terapeuta parece sorprendido,  disgustado, a punto de retirarse en una habitación adyacente.  Diez minutos  más  tarde,  regresa… para  anunciarnos con una  voz de ultratumba: «ustedes no me  aman, así que me voy, termino con  este grupo y los dejo.» Lo cual hizo ante la estupefacción general.

 

Es otro ejemplo en el cual no sólo las necesidades del terapeuta  marcan el paso sobre  las necesidades del paciente, sino que también es  donde el terapeuta influye en la figura en construcción, le da un significado diferente al que el paciente elabora con dificultad,  e intenta así convertirse en el  centro de  atención del grupo.

Ya  que  se  trata de contribuir a la elaboración de  la  figura,  al terapeuta se le solicita que elija los materiales que él mismo  va  a  retener y a utilizar en la situación.  Cierto, sean los que sean, nunca serán  neutros.  Su compromiso en la situación, asociado a su ética y a su experiencia clínica, están entre los factores determinantes de sus elecciones. Por lo tanto no me parece posible elaborar una lista de criterios para explicar racionalmente por qué un pintor eligió un amarillo en vez  de otro para  dar el  pincelazo siguiente.  

 

3

De hecho, a través de las respuestas (en acta) a esta pregunta de la revelación, aparece lo esencial de la concepción de la psicoterapia, explícita, pero sobre todo implícita, de cada profesional y la epistemología que ocupa.

Una de las  confusiones epistemológicas más extendidas entre los defensores de nuestro enfoque es la confusión entre los conceptos de «contacto» y de «relación».  En  el  lenguaje cotidiano, las dos palabras son utilizadas con gusto indiferentemente.  La teoría de la Terapia Gestalt hace del concepto de contacto, frente  a  las filosofías y  las fenomenologías (de Sartre a Maldiney, pasando por Szondi, Colli y otros…), un concepto de contornos mucho más precisos. La teoría originaria de la Terapia Gestalt no dice nada,  además, de la «relación», ya sea terapéutica o no; en eso se parece a muchos otros enfoques de  psicoterapias que en su  teorización  sólo conservaron de la «relación» un solo ingrediente, reduciéndola así, según el caso, a la transferencia, a la interacción, al lazo, a la alianza, a la identificación proyectiva, etc.  El contacto, definido como «la  primera y más simple realidad», designa la operación básica que articula un organismo dado con su entorno.  Es la conciencia inmediata que tenemos del campo  y  del comportamiento dirigido hacia él.  Incluso si el contacto articula un sujeto con un objeto vivido como distinto a mí, que ese objeto sea una cosa, una idea, una persona,  es decir que postule un «con» (del latín: cum-tangere), este término no puede reemplazarse sistemáticamente por el de  relación.  La manera en la que yo establezco un contacto visual con una pintura, un alimento, un paisaje no implica en forma alguna una supuesta reciprocidad de la experiencia, lo que no es  el caso en la «relación» incluso si esta última no es necesariamente idéntica o simétrica. (v)

El corpus metódico de la Terapia Gestalt  aporta un  equipamiento conceptual y metodológico para poner a  trabajar  el  contactar,  es decir, cómo un sujeto contacta  al  mundo, y  cómo un  sujeto es contactado por el mundo. Este aparato es inoperante  para describir  «la relación.»

Naturalmente, ese  contactar se pone de manifiesto en  el seno de una relación y conviene  no  perder de vista que dicha relación es un  medio terapéutico y no un fin  en  sí  mismo. (vi)

Y  es  en  la trampa de la puesta  en  evidencia de las  modalidades del contactar, y en particular las del paciente  contactando a  su  terapeuta, que la revelación de la  psicoterapia puede revelarse como un elemento especialmente pertinente.  Es lo que  yo  desearía  tratar de  demostrar,  al apoyarme en la base de los dos límites éticos mencionado e ilustrados más arriba.

 

Existe en nuestra obra fundadora,  Gestalt Therapy, un concepto que yo considero clave, la piedra angular de la edificación teórica  de nuestro enfoque, a pesar de que por mucho tiempo pasó desapercibida. Deseo  hablar  del  «ello de la situación.»  No es sorprendente que ese concepto haya quedado en la sombra en la medida en que nuestros autores  no se  proporcionaron los medios  para  definir más  adelante  su  propuesta. Con  ese concepto, nos llevan  una  vez  más  en  la perspectiva de campo, cuando  incluso  el concepto del «ello»,  tan  central  en  el psicoanálisis, podría  ser  considerado como EL concepto intrapsíquico  por excelencia.  En  la  tradición del  pensamiento psicoanalítico y  para  retomar  el título original de  la  obra  en  la  cual  Groddeck introdujo ese concepto que Freud tomó  después:  «Al Fondo del Hombre: ello» (vii).  El «eso» se  localiza  así  «en lo  más  profundo del ser humano»;  aún  más  profundo que  el  inconsciente, una estructura  secundaria,  mientras  que  el «eso» se  teoriza  como  una  estructura primaria.

Más  tarde aparecen  Perls y  Goodman  que  nos  proponen  el «eso de la situación», una  deslocalización radical del eso:  ¿El «eso» deberá  buscarse  en la situación?  La  consecuencia  que  yo  saco de esta  propuesta  es  que  el surgimiento del «eso» depende de  la  situación, que  la intencionalidad  es producida  por  la  situación,  y  que darle  forma al «eso»  en  forma  de  deseo, necesidad, apetito, puesta  en  marcha  se realiza  por la función-yo del self, no sin intervención  de  la  función-personalidad.  El campo  es  fundador, primero, bajo el impulso  y  la  organización del  «self», él  mismo función del organismo además de  lo que  lo rodea, él  mismo creador y  creado por  el  campo.

En cuanto dos seres humanos están en presencia  uno del otro, la  situación  que crean  y desarrollan  es  una  situación de contacto.  Esta situación genera el surgimiento de un «esto», es decir,  de una presión,  de una dirección de sentidos y  de razones, de una  intencionalidad en  la cual el otro tiene un lugar,  por mínimo que sea,  aunque sea  negado.          

 

En otras palabras, ante la  presencia del otro se crea en  cada uno una prueba, que puede quedar en el  orden de  lo implícito,  del  no-consciente, pero que anima el  ser con  el otro.  Yo iría  hasta  expresar la hipótesis de que,  en toda situación de puesta  en  presencia, se crea siempre el deseo de afectar al otro, de crear en él una prueba específica,  («Mírame», «Reconóceme», «Déjame en paz, no me dirijas la palabra», «Muéstrame que me ves», «Ámame», «Deséame»…)

Interrogado sobre su objetivo, sobre la forma como desea afectar al otro, el sujeto no podrá dar sino una  respuesta formada por sus intenciones conscientes, su proyecto deliberado o reconstruido por el ideal del  «yo»,  las representaciones que tiene  de sí  mismo y  otros factores que constituyen lo que la Terapia Gestalt llama «la función-personalidad.»  Ahora  bien,  esta modalidad no da lugar a  un darse cuenta del ahora, de la novedad de la situación, de lo desconocido y de la sorpresa de  una modalidad de presencia  del otro que  no  imaginábamos.

 

¿Entonces,  cómo conocer algo del impacto de mi  presencia sobre el otro más allá de los presupuestos y de las suposiciones  que tengo respecto de mí? Al interrogar al otro sobre su  forma de ser afectado por  mi  contacto y  sus variaciones de instante  en  instante. «Todo pasa como si la intención del otro habitase  mi  cuerpo o  como si mis intenciones  habitaran el suyo.»  Escribió estupendamente Merleau-Ponty (viii).  Por esta razón, la  revelación de la prueba del psicoterapeuta, inscrita estrictamente en el «aquí y ahora» de la situación y lo efímero de ella, halla  su  plena justificación.

 

Esther es una joven mujer de unos cuarenta años. Ella  es  psicoterapeuta y terminó su formación conmigo y mi equipo hace una docena de  años. Después de terminar su formación, no tuve oportunidad de volver a verla ni escuché  hablar de ella , hasta esta sesión que inicia un ciclo de perfeccionamiento profesional al cual se inscribió. 

Yo propongo una  sesión voluntaria con el fin de disponer de un material en común para su análisis  y la  elaboración teórica  y metodológica.  Los extractos de la conversación siguiente fueron posibles gracias a la  grabación  integral  del video. Sólo se  cambió  el nombre  de la paciente.  

En la primera parte de  la  sesión  que  aquí  resumo, ella  está  agobiada por los sollozos y  sus  palabras  surgen con  dificultad entre los espasmos del llanto.

 

(…)

Esther

Nunca  me  he  sentido amada // ni apreciada //  ¡Eso lo  sé!  //  En mi vida // siempre me he esforzado // para que me reconozcan // como hija // y jamás / / jamás lo he logrado… Así que  ahora eso // lo sé // y ya no lo busco…

Ahora, necesito que me reconozcan // mi marido… supongo // que elegí // el cónyuge que elegí // es  porque es  igual!  La relación es la misma. // Tengo // una relación con él // como si fuera // con  mi  madre… y,  en este momento,  lo que necesito // es que mi  esposo me reconozca. ¡Creo que no se da cuenta de lo que le digo!

Trato de decirle que me reconozca… y  él, dice que lo  fastidio, que lo  molesto, que no soy madura.  ¿Por qué  tendría  él que decir cualquier cosa de si  lo que hago está bien?

¡Y  yo necesito que me lo digan!

Y si él no es capaz  de darme eso, ya no quiero seguir con él.

Me  es difícil decírselo, sin embargo lo intento, y él, me agrede, me interrumpe, porque dice que soy  agresiva cuando hablo, porque tengo miedo, y  no estoy segura de  mí…

JMR

Esther, - soy muy sensible – de la – forma en que se manifiesta tu dolor. – más que lágrimas – tengo la impresión de percibir – una forma – de asfixia – de sofocamiento.

Esther

No lo sé…

JMR

¿Cómo es tu respiración, ahora?  

Esther

Creo que no respiro bien. Siempre tengo bloqueado aquí. (muestra su diafragma)

JMR

Hace un momento, cuando comenzamos la sesión dijiste algunas palabras acerca de ti. Dijiste que en ese momento te sentías muy triste, que llorabas mucho, y en especial  cuando estabas sola.  ¿Qué te hace elegir llorar de preferencia cuando estás sola?                           

Esther

(Llora)  Porque me siento sola. Cuando estoy con los demás, supongo que debo ser adulta, sensata, así que eso, lo reservo para mí…

JMR

¡Y  para  nosotros también!

Esther

El  deseo de llorar  aquí… al  principio  yo  no quería,  luchaba  por no llorar. ¡Pensaba que no era una buena forma de comenzar con el grupo!  Y después, pensé que me daba igual. Mis lágrimas, mi tristeza, aparecieron porque sentí que me sentía  muy feliz de haber sido elegida para venir con este grupo,  eso me decía que la gente me apreciaba,  y eso me da una especie de reconocimiento.

JMR

¡¿Y  es  la  clase de reconocimiento que necesitas?!

Esther

(asiente)

JMR

¿Y esa exigencia de reconocimiento, parece que la  focalizas totalmente en tu marido?

Esther (sollozando)

Sí. Me  costó trabajo.  Comencé a llorar hace uno  o dos meses, pero yo no lo sabía… estaba triste,  estaba triste… y  no comprendía: primero me sentí triste y triste y triste, después sentí la soledad.  Necesito una relación, quiero la relación, la  necesito!  ¡Punto final!

[…]  (Ella continúa  y  desarrolla el tema.)

JMR

Entonces… en  la situación en  la que nos encontramos ahora,  tú y yo,  me  hace preguntarme si  lo que  pasa no tiene algo en común con  lo que pasa en tu vida: percibo tu sufrimiento,  puedo entenderlo, pero no  logro SENTIR cuál puede ser tu necesidad en NUESTRA situación.

Puedo imaginar cuál puede ser tu necesidad en la relación de pareja… y en tu vida, pero en el ahora de nuestro encuentro, no logro sentirla.

[Primera etapa en la revelación del psicoterapeuta, para intentar abrir a la paciente hacia  un componente de la experiencia al cual no parece prestar atención: el ahora, la presencia de otro, destinatario de su expresión]

Esther

Supongo que venir a sentarme aquí y hacer el esfuerzo de explicar cómo me siento ( vuelve a sollozar), me obliga en cierto modo a ordenar lo que siento. Acabo de darme cuenta de que probablemente  lo  necesitaba… y te elegí… para que tú me digas que lo  necesito para crecer sanamente.

JMR

Esperas que  yo te confirme que tu necesidad es legítima.

Esther [asiente con  la cabeza,  llorando]

Sí, eso es  lo que necesito… escuchar que no estoy  loca por eso…

JMR

El…

Silencio-reflexión

Hay algo que pasa  y  realmente es extraño…

Porque puedo ver,  puedo ver, que me muestras  con  intensidad tu tristeza… y eso crea en mí algo muy seco, como si  no me conmoviera!  Y  no sé  por qué no  me conmueve tanto lo que tú  me dices.     

¡Estoy  muy sorprendido!  ¿Me gustaría entender… por  qué  me conmuevo tan poco?  Me digo que sin duda tiene que ver con la forma como pasa eso.

[Segundo escalón  para ascender en  la utilización del sí mismo del terapeuta, en  vista de que el primero no parece haber sido captado plenamente por la paciente]

Esther

[silencio y después calmada]

¡Tal vez no sé pedir que me tomen la mano o que me reconozcan, me dicen que busco el  pelo en la sopa o que doy vueltas!

JMR

¡Tienes la  impresión de que eso podría volver a  ocurrir conmigo!  No obstante no tengo deseos de decirte…

[tercera tentativa, invitación a abrir los ojos hacia la situación en el  ahora]

Esther

¡No! ¡No!

JMR

¿Entonces por qué no puedo conmoverme realmente?

Esther

(alza los hombros) No lo sé…

JMR

Si  mis sentimientos no se han movido en este momento del encuentro contigo, es un poco como si  no me sintiera una verdadera persona…

¿Así que, por  qué no sería yo una verdadera persona contigo?  ¡En general, tú eres más bien una persona que me conmueve!  ¡Siento afecto por ti, y  tú lo sabes!

[Subo otro escalón con  mi invitación a apoyarse en lo que pasa en el «aquí-y ahora» de su  contacto.  Mi propia insistencia comienza a darme problemas pues temo generar vergüenza  en  Esther.  Para que su atención se dirija con precisión hacia  el  «ahora» y no hable con una generalización abusiva,  necesito que  mi prueba constituya  una figura en el «ahora»  y  que venga –con asombro – a contradecir el efecto habitual que forma  parte del fondo de esa figura]

Esther

Sí, lo sé.

JMR

¿Entonces,  cómo es  que  en este momento que es  intenso y  dramático,  yo tenga un corazón de  piedra?   

 

[Una etapa suplementaria dentro de la insistencia de la formación de figura, con palabras aun más confrontantes, ya que ella me hizo un gesto de que había escuchado (Sí, lo sé.) cuando le dije (Siento afecto por ti y tú lo sabes.)

Esther

Tengo la impresión de que me hago la  víctima, o actúo como niña... Pero  no creo actuar como una víctima manipuladora.

JMR

No, yo tampoco lo creo.

Esther

No sé.

JMR

Algo se está aclarando, ahora que intento emplear palabras contigo.  Creo que te  veo como muy sola… Y  que no estás conmigo.

[La sensatez  toma  forma  poco  a  poco  y  viene  a  aclarar  lo que  pasa.  

Corro el  riesgo  de  abrir  la  hipótesis que  se  ha  creado  para  mí,  pues  la escalada de nuestra interacción podría  conducirla a un callejón  sin  salida humillante.]   

Esther

Sí,  estoy  sola.  Me  siento  sola.

JMR

¿Sí,  pero cuándo estás  sola?

Esther

Todo el  tiempo,  toda  mi  vida.

JMR

No estamos en  «toda la vida».  En  la  vida,  hay  momentos  especiales: momentos de encuentro,  momentos de aislamiento,  momentos de encuentro, momentos de aislamiento… ahora  nos  estamos  encontrando.  Y sin embargo, creo que  te  veo  sola,  encerrada en  tu dolor y  tu soledad, como si yo no estuviera aquí para ti.  Por  lo que  no  estoy  conmovido.  Como  si  tal  vez  no te dirigieses  a  una  persona ,  sino que te  dirigieses  a  una  audiencia.

Tal  vez no es justo  lo que te estoy diciendo: busco contigo comprender lo que pasa…

Esther

(reflexiona en silencio)

Veamos… sé que estoy sola, sé que me aman. Tengo la pequeña  sensación que el reconocimiento que no he tenido de  mi madre durante toda  mi  vida  ocurre  lo mismo con  mi  pareja,  y,  y, y… Tal  vez  le  exijo demasiado pero es  una necesidad que tengo.  

JMR

No sé… no sé de qué se trata; pero puedo proponerte una hipótesis que me parece parcial, que no me parece, desde luego, que cubra la totalidad de lo que pasa con tu compañero o con tu madre.  Es algo a  propósito del  «cómo», del «cómo con el otro».

Y te propongo intentar algo ahora: te propongo intentar escucharme ahora; que hagas de cuenta que estoy contigo,  que hagas de cuenta que estoy conmovido, preocupado por ti…

[Doy un paso más: la revelación  ya no me parece necesaria; ahora puedo sólo conservar  mi compromiso como contribución a la construcción de la  figura]

Esther

(Niega con la cabeza, alza los hombros, y llora diciendo:  No sé. No sé.) 

JMR

¡Yo tampoco sé cómo, intentémoslo!

¿Te interesa?  ¿Te  interesa que yo esté presente en tu experiencia?  ¿Presente por completo, incluyendo emocionalmente?  

Esther

Sé que… no  sé,  Jean-Marie!

¿Tal vez  hay  algo  en  mí?

Siento que tú me  aprecias…

No necesito tu aprobación.  Siento que  tú  me  aprecias y  que no necesito tu aprobación.

Para mí, eres alguien que tiene valor.  ¡Puede que no se esté  diciendo aquí,  pero me ayudas a entender mejor… si no, yo estaría llorando sin  parar, todo el tiempo, por esos problemas!  Es por eso que quise trabajar contigo, para ver  las  cosas que se me escapan.  Todo eso está en realidad más trabajado de lo que he podido contar.  No lloro todo el tiempo como lo hago ahora.

(Silencio, ella me  mira)

Recibo tu  sonrisa.  Te agradezco tu sonrisa.

(Llora)

¿Puedes  abrazarme?

JMR

¿En este momento, qué sentido tendría eso para ti?

Esther

(Llorando)  ¡Supongo que sería el reconocimiento que no he tenido!

JMR

Con mucho gusto deseo tomarte entre mis brazos,  pero siento que tengo una duda…

Esther

Yo también, no veo eso con  mucha claridad.

JMR

¡Puedo hacerlo, podría tomarte entre mis brazos, pero te repito, sin… emoción!   

(Ella  asiente con  la  cabeza)

¡Si te tomo entre mis brazos, preferiría hacerlo… con  cariño!  

Con el cariño que siento generalmente por ti y  que aún  no ha aparecido.

Esther

Sí, lo sé, no es el momento.

JMR

¿Buen momento o no… cómo podríamos crear ese instante entre nosotros?

Esther

(Silencio)

De pronto,  se me presentó una imagen: cuando le pido cosas a  mi  compañero, de cierta manera,  él no dice nada, dice cosas diferentes y  es posible que eso no le afecte!  Se me ocurrió de  pronto.

JMR

Estoy tentado a  decirte…

No sé cómo decirlo.

Tengo la impresión de que tus lágrimas no son  para mi.. tú no me las envías. Lloras  de ti para ti.

Esther

(Asiente con  la  cabeza)

Sí.

JMR

Entonces eso no me concierne!  Y tal vez  ocurre  lo  mismo con  tu  marido.  ¿No crees?

Esther

(Alza los hombros)  ¡Puede ser!

JMR

¿Cómo podrías dirigirme tus lágrimas?

Esther

No  lo sé.

JMR

¡Inténtalo… sin  reflexionar!

(Silencio)

¿Puedes imaginar que yo podría recibir tus lágrimas? 

(Gesto con las manos como una copa en su dirección)

¿Cómo podrías hacer para que yo las acoja,  que las reciba?

(Silencio)

Esther

Necesito, creo,  voy  a  decirte algo, pero creo que voy  a  decirlo porque es así como se dice en la teoría.  Pero no sé si es  porque así  lo  siento.  ¡Sí, pero es igual que antes!  Necesito que tú me ames y que me tomes en tus brazos, pero…

No ahora, porque me pondría así.  (Me muestra llorando el rincón del salón  y hace el gesto de encogerse)

JMR

¡Pero eso es lo que sabes hacer (ella asiente);  es decir, usar tus lágrimas para cortarte!

Esther

¿Usar  mis lágrimas para cortarme?  ¿Cortarme de qué?

JMR

¡Del otro,  del  contacto! 

(Silencio)

¡Si te vas al rincón,  cortarás el contacto!

Esther

Creo que debo dejar de llorar. (Por  vez primera ella toma un pañuelo que está a sus espaldas).

JMR

Yo tengo otra propuesta que hacerte.  Y no es para tomarte en mis brazos para estrecharte, sino darte durante algunos instantes mi hombro… para que llores sobre él.

Esther

(Ella asiente)

Sí, sí, prefiero tu hombro a un abrazo.

(Yo me aproximo un poco.  Ella se aproxima a su vez y coloca su cabeza sobre mi hombro sollozando durante 30 segundos.  Después se retira)

Es  como si toda la responsabilidad que yo tenía. Y al ofrecerme tu hombro, me ofrecieras un poco de reposo.  Al  pedir ese abrazo, era sin  duda para descansar un poco.  ¡Sí!  Descansar de tanta responsabilidad… Sí,  puedo descansar un poco, sí, yo creo que es eso.  Me siento muy sola para llevar la carga.

Me siento muy sola, es lo único que vi.

Es siempre lo que he  visto de mi madre: llevar sola la carga.

Y hay muchas cosas, y siento que llevo sola la carga.         

JMR

Sí… Sí…

Hasta el punto… hasta el punto de  no ver… que hay  personas a tu lado, que podrían jalar la carreta contigo.

Esther

(Ella asiente largamente con  la  cabeza,  en  silencio.)

¡Sí!  Creo que proviene de eso…

(Continúa asintiendo con la cabeza.)

Sí… creo que es eso…

(Silencio largo)

JMR

Tú no ves señales de reconocimiento de parte del otro, pero… para que él pueda darte señales de reconocimiento, tal vez  también deberías hacerlo existir… en  tu experiencia.

Esther

(Ella asiente con la cabeza, en silencio)

¡Sí, es lo que vi!

¡Gracias!

JMR

¿Lo  dejamos aquí?

 

En esta ilustración, el terapeuta (en esta ocasión: yo) abre a su paciente el acceso a su rencor, sin saber a dónde lo llevará su expresión, pero con el deseo de que el conocimiento del impacto sobre el otro promueva que la expresión del paciente sea integrada como uno de los parámetros de la experiencia.  Como la paciente lo dijo, ella ha tenido muchas veces en su propia terapia la ocasión de explorar el contenido de su sufrimiento, el callejón sin salida de su reivindicación, la génesis de su intento imposible.  ¿Había ella tenido la posibilidad de aprender algo del ahora?  ¿De medir mejor el impacto de su forma de contactar?

Así, la  revelación  del psicoterapeuta toma todo su sentido: no es tanto para revelar los elementos de su historia y  de su experiencia, ni tampoco para evocar su  camino profesional  y su supervisión como es el caso a menudo; sino para ilustrarle como el otro es afectado, casi un «otro generalizado»  incluso si no se trata  de perder su  propia especificidad, y por ese medio restaurar a su paciente al «estar con él.»

 

Una de las mayores dificultades de esta forma de exposición de sí mismo reside en el manejo del lenguaje.  Puede lastimar al paciente, obligarle a cargar con la responsabilidad de sentimientos, a veces, desagradables que pueden habitar en el terapeuta, y así avergonzarlo.  ¿Cómo revelar su  hastío o su cólera – si de todos modos es de cierta utilidad – sin lastimar al paciente?  En vez de abrir algo de la experiencia en curso, tal expresión de parte del psicoterapeuta podría más fácilmente cerrarla al invitar implícitamente al paciente a una mayor retro-reflexión o complacencia.

La  revelación  del sí mismo del  psicoterapeuta, es preciso recordarlo, no es un fin en sí mismo.  No me parece siquiera un principio necesario. Es sólo una herramienta de trabajo al servicio del  análisis del contacto y de su transformación, no es sino una de las  formas posibles del compromiso del terapeuta Gestalt con la situación.

 

Jean-Marie Robine

 

Notas

(i)  Freud S. (1912). Recomendaciones a los médicos que practican el psicoanálisis en  «The Standard edition of the psychological Works of Sigmund Freud (Vol. 12 pp. 1-120). Londres: Hogarth Press. (2000). Traducción francesa: #Conseils au médecin dans le traitement psychanalytique».  En Œuvres Complétes, tomo XI, PUF 1998).

      

(ii)  Yalom, I.D. (1985). The theory and practice of group psycotherapy. New York: Basic Books.

 

(iii)  Sartre J.P.: Carnets de la drôle de guerre, Gallimard 1995, en especial las pp. 400sq. Maldiney h. : « La dimension du contact au regard du vivant et de l’existant. De  l’esthétique-sensible à l’esthétique artistique » pp. 177 sq.  y  «Esthétique et contact » pp. 1995 sq., en Schotte J. (Ed.) Le contact,  (i)  Freud S. (1912). Recomendaciones a los médicos que practican el psicoanálisis en  «The Standard edition of the psychological Works of Sigmund Freud (Vol. 12 pp. 1-120). Londres: Hogarth Press. (2000). Traducción francesa: #Conseils au médecin dans le traitement psychanalytique».  En Œuvres Complétes, tomo XI, PUF 1998).

        

(iv)  Perls F.S., Hefferline R. Goodman P. (1951). Gestalt-therapie, trad. Francesa, l’exprimerie, Burdeos, 2001, ver cap. 1, & 1,p. 49 de la edición francesa más abajo. Biblioteca de pathoanálisis, Ediciones Universitarias /De Boeck Université, Bruselas, 1990 Szondi L. Introduction à l’analyse du destin, Pathel Mathos, Nauwalaerts, Louvain/Paris 1983 Colli G. (1982): Philosophie du contact, Cahiers Posthumes II, traducción del  italiano  por P. Farazzi, Editions de l’éclat, 2000.

 

(v) Para desarrollos más amplios, ver también mi artículo, que además data de hace poco y  merecería ser retomado: «El contacto, primera experiencia» (1990) reeditado en Robine Jean-Marie, Gestalt-therapie, la construcción de sí mismo, L’hamattan, 1998.

 

(vi)  Habría mucho más a escribir sobre este tema, en el momento cuando la  «relación» tiende  a ser planteada como parangón de lo que es  terapéutico, olvidando incluso que la patología es también un producto de la relación.

 

(vii)  Se trata del título de la primera edición en francés  lo que sería reeditado más tarde bajo el título «El libro del esto» (1963) en la Biblioteque des idées de Gallimard, y a partir de 1973, en la colección «Connaisance de l’inconscient» y después  en la colección Tel).

 

(viii ) Merlau-Ponty, M. (1945). Phénoménologie de la Perception, Gallimard 1976, pp. 215-216. Ya he utilizado esta cita cuando desarrollé el tema de la intencionalidad resumida aquí en el capítulo «La intencionalidad en Carne y Hueso.»  En Robine J-M., Se aparece  en  el otro. L’exprimerie, 2004.

 

Revista Figura/Fondo - Mexico - n° 22 - 2007

Jean Marie Robine. Fundador y ex-director del Institut Francais de Gestalt-thérapie, miembro titular del Collège de Gestalt-thérapie, psicoterapeuta y didacta reconocido por elSyndicat National des Praticiens de la Psychothérapie y fundador de la revista Gestalt y de los Cahiers de Gestalt-thérapie, miembro del consejo editorial del "International Gestalt Journal" y de Studies in Gestalt Therapy-Dialogical Bridges. Autor de 6 libros de Terapia Gestalt, traducidos a varios idiomas.

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