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La regulación relacional en la intervención social

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La regulación relacional en la intervención social

10 Noviembre 2015
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Al leer a Paul Goodman  podemos encontrarnos su sensibilidad hacia la inocencia y la autenticidad, y una concienciación acerca del valor, de signo negativo, de la socialización y de la adaptación social imperante en la década de 1950 y 60 en su EE.UU. 

Su crítica sobre el proceso de socialización y los fenómenos psicológicos, políticos, económicos y sociológicos con los que argumenta su postura, bien podemos identificarlos en nuestra sociedad actual. 

En este artículo quiero acercarme a ellos, y a las posibilidades que ofrecen Goodman, la Terapia Gestlat (T.G.), Martin Buber,  y mi experiencia como profesional en el campo de la atención social, para aproximarme y defender el valor que tiene para la Intervención Social, el  paradigma relacional.  

Entiendo con Goodman, la diferencia existente entre ser social, y socialización y cultura, separando, lo innato que existe en lo social del ser humano, de los procesos de socialización y aculturación construidos por el sistema imperante. 

Martin Buber escribía hace casi cien años: “el mundo ordenado no es el orden del mundo”  (Buber, 2005, 1923), para recordarnos aquellos momentos de encuentro entre personas, como los mejores referentes y ejemplos de orden y sentido, en nuestra compleja existencia que pretendemos ordenar, como individuos y como sistema organizado. 

La T.G. se construye con la defensa de la experiencia humana y la descripción legítima de su vivencia, y de lo que ocurre entre personas como fuente de verdad y realidad. La adaptación social es entendida, aquí, como un proceso creativo del ser humano relacionado con su entorno, y que va construyendo, junto a él, un estilo de estar en el mundo. 

En cualquier historia familiar, suceden hechos relacionales cuya gravedad es identificada pero que de inmediato son absorbidos y luego olvidados. Se oculta con el tiempo, se niega y parece que nunca ocurrió, ni nunca debió ocurrir. Queda en el fondo de la inconsciencia pero aparece en la figura de tantísimos comportamientos, quedando como fuente de destino para el individuo que lo ha sufrido. ¿Tiene el profesional de la institución social, la capacidad de identificar y manejar estos fenómenos ocultos en lo más arraigado de la existencia familiar, y social, y por lo tanto, del individuo? 

Muchos profesionales de la intervención social se encuentran a menudo con la compleja y terrible tarea de gestionar historias individuales y familiares con un gran deterioro, saliendo en muchas ocasiones, dañados, desencantados y poco motivados por los “escasos” logros alcanzados. Se da en muchas ocasiones, una gran diferencia entre lo que debería de conseguir un profesional ante una familia desestructurada y lo que la realidad es capaz de conseguir. Una realidad en la que el profesional es parte implicada y dañada, ante la compleja lucha entre lo que debería ser y lo que se puede alcanzar realmente. 

El destino se va haciendo en relación con lo que a uno le rodea: al principio, el entorno está compuesto de la familia, en toda su extensión,  la escuela, los vecinos, con los que el niño se relaciona. Después vienen los amigos, compañeros de estudios o trabajo,  las parejas, los enemigos, y todas las personas con las que interactúa. En la adultez, la consolidación de una ocupación, o mejor dicho, el ocuparse de trabajar y crear una familia, o consolidar una pareja, suele formar parte de las intenciones de muchos adultos. El desarrollo evolutivo termina en el fallecimiento, que en la actualidad suele darse alrededor de los ochenta años. Antes, la jubilación da paso a situaciones críticas de reestructuración o decadencia vital, consolidando lo complejo que puede llegar a ser, ser humano. 

Paul Goodman, nos habla de que la persona se desarrolla en su relación con su entorno, a través de su condición innata como ser social. Y que la socialización y la aculturación, así como la adaptación social, son construcciones de un sistema contemporáneo, con sus componentes históricos, en el que cada individuo participa y pertenece, en su cierta medida como puede, se atreve o le dejan. 

La naturaleza humana que Goodman defiende, tiene en su función social, su proceso de desarrollo y evolución, en el cual, en muchas situaciones, la socialización es francamente antisocial. El sistema social y en él, diferentes instituciones sociales, se convierten en fuentes antinaturales, así como lo fueron la familia en el hogar o la escuela de muchos niños. Como escriben Hefferline, Perls y Goodman: “podemos hablar de un conflicto entre el individuo y la sociedad, y calificar algún comportamiento de “antisocial”. También es en este sentido en el que, con toda seguridad, deberíamos llamar “anti-individuales” a ciertas costumbres y a ciertas instituciones” (2002, 1951). 

La función social de la naturaleza  humana es innata y necesaria. Así se entiende que el desarrollo del individuo está en función de la relación con su entorno, al igual que éste necesita al individuo para tomar sentido. Muchos autores hablan de un cambio de paradigma, que salpica la filosofía, la educación, la psicología, la economía, la antropología y, en definitiva, al sistema social contemporáneo. El individualismo, que tanta soledad y vergüenza ha causado durante siglos (Gordon Wheeler, 2005) está siendo destronado en muchos autores, pensadores y profesionales, ya desde el siglo XX. 

El paradigma relacional, que se va consolidando en la práctica, entiende que es la relación la que crea al individuo, y que está antes que la socialización y la cultura, por ejemplo en el vientre de la madre, y en  tantos encuentros y desencuentros entre padres e hijos. Este paradigma es entendido en la T.G. como fuente de cambio y participación para despertar el ser social que cada persona necesita y pretende ser. 

Aquí, en la Intervención Social, nos encontramos con un sistema organizacional y con profesionales con una filosofía sobre la socialización francamente antinaturales. Confundimos, en muchas ocasiones, nuestro objeto de intervención, pretendiendo socializar a personas que todavía no se consideran seres sociales ni por ellas mismas ni por su entorno.  La naturaleza humana necesaria para comportarse como un ser social, requiere del desarrollo de las capacidades naturales del sujeto, de sus dotes comunicativas, de su capacidad de resolver conflictos, aún con los profesionales de la institución social; de su capacidad de sentir y expresar con palabras lo sentido; de su capacidad de escuchar y empatizar, poniéndose en el lugar del agredido; de su capacidad de trascender su victimismo y asumir las responsabilidades de su vida, delegando en su entorno la parte de responsabilidad del mismo; de la identificación de aquello a lo que se agarra cuando vienen las dudas sobre el consumo de sus drogas; del sentido de pertenencia, más allá de las obligaciones sociales, a las que ha de respetar y entender. Y tantos otros fenómenos naturales que hacen del individuo ser consciente de su condición social, de su necesidad de tener en cuenta  a sí mismo y al otro,  como fuente y recipiente de su manera de estar en el mundo. Uno no habla y ya está…uno  “habla a…”. 

 A nadie se nos escapa en este campo, las dificultades económicas, psicológicas, familiares, políticas, profesionales (especialización y número), laborales, etc. con las que nos encontramos, tanto los usuarios de las instituciones y los servicios sociales como los profesionales, y la propia institución. Existen proyectos y programas excelentes que pretenden la socialización y la participación de los residentes, de las personas dependientes, de las familias desestructuradas, de los inmigrantes inadaptados, de los menores conflictivos o las mujeres agredidas brutalmente. Muchos de estos programas funcionan en cierta medida, y otros fracasan por diferentes razones. La relación entre las personas que participan de la intervención social, va a determinar la dirección y evolución de cada participante, de cada proyecto, de cada programa. La construcción de la relación va a estar enmarcada en las limitaciones y posibilidades que el entorno familiar y la comunidad social y política les ofrece, y ante este marco determinante y avasallador, la relación profesional-usuario es lo único que queda y puede tender hacia lo natural, hacia la verdad de lo que ocurre entre dos (o más si es un grupo). Para ello el profesional también necesita conocer su naturaleza humana y las dificultades que entraña ser persona, ser social. 

Lo extraordinario que ofrece la T.G. en la Intervención Social, es su concepción real de la dimensión social del individuo, entendiéndolo, en este contexto, como un sujeto en relación con un entorno establecido por el sistema, que pretende devolver a la persona su condición de ser social, en el que sea capaz de ir transformando un entorno elegido por otros (el sistema, la institución y los profesionales) por un entorno, elegido por él, que le permita potenciar sus cualidades de ser social, desarrollando su naturaleza humana. Como escribió Goodman: “Al igual que cualquier otra función progresiva, el desarrollo humano requiere unas condiciones ambientales adecuadas para satisfacer las necesidades y las facultades del niño, del adolescente o del joven en su crecimiento, hasta que sea capaz de escoger mejor y de crearse su propio ambiente”. (1971) Puede que aquellos con los que nos encontramos en el campo de lo social, tengan la edad que tengan, necesiten de un ambiente en el que, nosotros como profesionales, seamos los representantes de ese entorno, en el que seamos capaces de acercarnos, encontrarnos y distanciarnos en ese proceso de autorregulación de la propia relación. 

Lo real de la T.G., frente a la excesiva intelectualización y abstracción reflexiva, es entendido como la toma de conciencia de los procesos emocionales, cognitivos y comportamentales que experimenta el individuo en su relación con el otro, o con lo otro (por ejemplo un paseo por la naturaleza, o el reposo en un sillón). La relación entre profesionales, entre usuarios,  o entre profesionales y  usuarios de la institución social, es un producto co-creado entre ellos y un fin en sí mismo, que facilita la pertenencia y la participación, si se da la gracia del encuentro, como escribía Buber: “Pero el Yo que sale del acontecimiento relacional hacia la separación y hacia su autoconciencia no pierde su realidad. La participación permanece en él preservada y viva” (1923/2005). 

Según Goodman, el resultado máximo que puede aportar la co-creación de relaciones es el contacto, según Buber, el encuentro. Tanto el contacto como el encuentro tienen significados naturales y religiosos (espirituales) respectivamente, que aportan lo necesario para el desarrollo del ser social, condición imprescindible para el proceso de socialización y participación social. 

Algo tan poderoso y tan trascendental, nunca puede llegar a ser fácil. En el proceso del contacto y del encuentro entre personas, hay interferencias, dificultades que lo impiden, y estas mismas, son condiciones innatas en el ser humano, al igual que su capacidad para la cultura, la socialización y su condición de ser social. Estas interrupciones son identificadas y tratadas en la T.G. y por tanto útiles en la intervención social. Son conceptualizadas como: deflexión, introyección, proyección, retroflexión y egotismo. También se dan los conceptos de desensibilización, proflexión, retención, etc. interferencias inherentes al ser humano que se dan en la relación con el otro, que determinan las dificultades del encuentro, del proceso de  contacto. 

La T.G., con su teoría del Self, nos aporta una lectura y comprensión, precisa y exhaustiva de lo que ocurre en los procesos de contacto, de lo que ocurre en esa co-creación de relaciones que diariamente llevamos a cabo, tanto en nuestra vida privada como en nuestra profesión. 

También la T.G. se nutre de las nociones de Buber y de su perspectiva dialogal, en la que el posicionamiento del profesional, en nuestro campo, va transitando entre el objeto y el sujeto a atender, en su proceso de co-creación de la relación.

Es importante señalar que cuando la T.G habla de atender, o de atención, ésta se dirige tanto hacia lo que le ocurre al individuo, de piel hacia adentro (pensamientos, sentimientos, sensaciones corporales, etc., y sus conexiones y desconexiones) como a lo que percibe de piel hacia afuera (el espacio, el clima,  el  otro y su comunicación no verbal, lo que dice, lo que no dice, su comportamiento, etc.). La T.G. ofrece una especialización sobre lo que le ocurre a la persona en sus interacciones, y así puede entenderse y comprenderse, en la relación, con mayor claridad y conocimiento, necesario para crecer y evolucionar como profesional y como persona. 

La T.G. nos ofrece respuestas a las preguntas: 

  • ¿Por qué esta persona me cae mal, no estoy tranquila con ella, tan solo con su presencia?
  • ¿Qué se despierta en mis sentimientos y pensamientos, que hace que no fluya mi comunicación con algunas personas?
  • ¿Por qué siento tanta afinidad con esta persona?
  • ¿por qué temo estar con esta persona?
  • ¿el llanto de esta persona es natural o es una manipulación?
  • ¿cómo le pongo límites a este niño, menor o adulto?
  • ¿cómo digiero, asimilo e integro todo lo que se me está despertando de mi historia vital, cuando escucho las similitudes del discurso del que tengo enfrente?
  • ¿cómo sé que lo que me cuentan u observo en el otro es parte de mi historia (resuelta o no resuelta)  y qué valor le doy a ello para construir la relación?
  • ¿Cuándo tratar la transferencia y la contratransferencia y cuándo tratar lo que me ocurre con el otro, en el aquí y ahora dela situación en curso?
  • ¿Cuándo puedo esperar un cambio y cuándo no en determinadas personas?
  • Es la depresión o la adicción fenómenos exclusivos del usuario, o puedo identificar ciertas estructuras similares en mi historia pasada, o presente?
  • ¿puedo tratar la depresión o los síntomas de ciertos delirios, o delego ciertas actuaciones en otros profesionales?

Todas estas posibles dudas y dificultades que un profesional puede experimentar, tienen su marco en la relación. Ante una situación en la que el profesional está frente a un usuario con el cual no se siente cómodo y no es capaz de entenderse, cuándo lleva meses intentando conseguir cambios en aquel y éste se resiste, cuando la frustración y la desesperanza comienzan a afectar la relación entre ambos, al no haber habido una prevención de esta situación, siempre puede haber una supervisión con un profesional para que descubra a qué se está enfrentando de sí mimo que no puede entender aún. 

El trabajo en el campo de la intervención social, requiere de una precisión exquisita, como la de la muñeca del cirujano vascular. Si uno se equivoca puede tocar partes que no proceden, que no están dispuestas a ser curadas o que apenas van a generar cambios en la persona; e incluso puede provocar situaciones de riesgo de lesión: consumo de drogas, intento de suicidio, agresiones a profesionales, a hijos, etc…aunque a veces, estas situaciones puedan parecernos insalvable, y otras veces así lo sea. 

Volviendo al eje social-socialización que nos presenta Goodman, en el cual el nivel de asimilación de la cultura y las costumbres determinan la posición respecto al centro, en el que se encuentra cada uno, en la institución social nos encontramos diferentes grados de desarrollo en estas diferentes dimensiones. Hasta qué punto la filosofía de la empresa, la cultura organizacional y los recursos del profesional (teóricos-técnicos y humanos) son más afines a facilitar la socialización del usuario o su condición de ser social. Una condición de ser social, que se entiende, en la línea de Goodman, favorece el desarrollo y mantenimiento de su naturaleza humana, siendo capaz de trascender y comprender los valores de la cultura, las costumbres y la socialización, en su propio desarrollo evolutivo como ser en el mundo. 

Entonces ¿Qué hacemos con la cultura y la socialización del adicto, del inmigrante, del privado de libertad, del enfermo mental,  del menor o del mayor  recluido en instituciones sociales? Están llenas de jergas, jerigonzas, diagnósticos, estigmas, mamías, peculiaridades, estilos y hábitos consolidados durante meses y años. Desde el bando del profesional, socializado y aculturizado en su medida, ¿los adaptamos a lo nuestro o nos adaptamos a lo suyo?... Siempre podemos acudir a lo que tenemos en común: nuestra capacidad y necesidad de entendernos, de encontrarnos, como seres sociales que somos. 

Evidentemente, habrán muchos que se queden en el camino, prácticamente todos, como todos nosotros, y es parte de nuestra misión como profesionales, identificar y valorar las posibilidades del desarrollo de cada uno de los participantes, respetando hasta donde quieren, se atreven y están dispuestos a llegar, como nosotros y con nosotros. Es un proceso paralelo de participación y reflexión, donde, los profesionales, somos parte integrante de ese proceso de desarrollo y parte valorativa del mismo, en el cual, profesionales y usuarios estamos incluidos. Se trata de entrar y salir de la relación y valorar su trayectoria y su dimensión. 

Según nos encontramos escrito en el nuevo diccionario enciclopédico universal, editado en el año 1985, la cultura, para un sociólogo comprende: “todos los procesos y valores, tanto sociales como materiales, que integran una civilización (…) implica el conjunto organizado de respuestas adquiridas y valores asimilados, el acervo de actividades humanas, no  hereditarias o ingénitas, que comparten los miembros de un grupo. La cultura cifra y resume toda la experiencia vital de cada individuo”.  En la institución social nos encontramos personas que se sienten pertenecientes a un grupo determinado, asignados a él por su entorno o/y por ellos mismos, por ejemplo: “drogodependientes”; “enfermos mentales”; “inmigrantes”, “personas mayores en residencias”; “mujeres maltratadas”; “menores conflictivos”; “privados de libertad”; “discapacitados psíquicos o intelectuales”; “discapacitados físicos”, etc.  Si entendemos que los profesionales no pertenecemos a estos grupos (de momento), que la comunidad pertenece a otro sistema cultural, tenemos ya de inicio una diferencia de identidades, de actividades y comportamientos, de maneras de resolver los conflictos, la angustia, de entender valores esenciales de manera diferente, etc. A ello le podemos sumar la relación de dependencia que genera la relación Usuario-Profesional, y los fenómenos psicológicos y relacionales resueltos y no resueltos,  que aportan cada uno de los participantes (profesionales y usuarios). 

El campo institucional resulta complejo, y muchos de nosotros sabemos que lo es, porque lo vivimos día a día, ocho horas de jornada laboral, año tras año. La T.G. estructura y pretende encontrar un orden en este campo complejo de intervención, atendiendo a todos los fenómenos explicados, y considerando la naturaleza humana y su dimensión espiritual como fuente y finalidad para el encuentro entre culturas, a través del encuentro entre personas, y así facilitar una integración entre los aspectos saludables de cada cultura, y los fenómenos naturales de la condición social de cada uno. 

En situaciones que ocurren en el campo de la intervención social, nos vamos a encontrar con personas cuya cultura es diferente a la nuestra, como ya hemos mencionado. Una cultura, desde la perspectiva mencionada del sociólogo, que defiende una singularidad que a nuestro entender puede ser perjudicial para su salud y su participación en la sociedad. La cultura de la jeringuilla, de la raya o el canuto; la cultura del manejo del delirio y la alucinación; de las costumbres líricas y gastronómicas, del robo, el abuso y la agresión; del recuerdo continuado del pasado y de la proximidad de la muerte, etc. La T.G. entiende que el individuo desarrolla una gran variedad de creatividad para ajustarse y adaptarse a una vida compleja y, en ocasiones, con una gran dosis de sufrimiento.  Así se intenta comprender y respetar los procesos de adaptación que tiene cualquier ser humano,  que dan como  resultado unos  estilos de vida y de estar en el mundo,  con una cultura propia, en muchas historias, perjudiciales para sí mismo y para su entorno. 

La T.G. dispone de las herramientas conceptuales, metodológicas y humanas para facilitar el regreso a la propia naturaleza, de todas estas personas que fueron perdiendo parte de ella, en sus procesos adaptativos y creativos disfuncionales para sí mismos y para los demás. El grado de dependencia que se da en la intervención social, de inicio, pretende ser transformado en una relación de interdependencia, en la que  profesionales y  participantes se encuentren con su propia naturaleza humana, y ello les sirva para conectar y crecer. El profesional ha de estar atento en un continuo proceso de atender hasta dónde puede contactar con la persona del usuario, respetando las resistencias de éste y de sí mismo, y las posibilidades de encuentro entre los dos. 

Todos nosotros sabemos cómo hemos quedado tras un contacto con otro ser humano. Como diría Perls, desde un saludo con un vecino hasta la expresión emocional y energética del dolor y el orgasmo compartido. 

Escucho frecuentemente en la terapia de grupo con personas que están tanto en proceso de deshabituación de sustancias como de participación social, la satisfacción que experimentan cuando la panadera del barrio les vende su pan con una sonrisa, en lugar de mostrar miedo o rechazo. Esta experiencia se repite continuamente con vecinos y familiares. También son frecuentes las devoluciones que nos hacen a los profesionales del centro, en cuanto a sentirse atendidos, entendidos, acompañados, respetados, confrontados y queridos.   

Todos estos valores que se encuentran en nuestra naturaleza humana, en nuestra comunidad,  como profesionales y personas, necesitan ser encontrados en uno mismo para que se dé el encuentro con el otro. Entender mi miedo al cambio, me ayuda a entender el miedo al cambio en el otro. Entender el valor de mi soledad, de mi singularidad, me ayuda a valorarlas en el otro. Entender mis bloqueos e interferencias en el contacto, me ayuda a entender y acompañar al otro en su descubrimiento y superación cuando estoy con él. Sentirme parte de la co-relación me hace agradecer a los otros quién soy yo cuándo estoy con ellos.

La T.G. toma de la Regulación Organísmica de Kurt Goldstein, la capacidad y tendencia del ser humano a encontrar un equilibrio, en el día a día,  y una evolución hacia su desarrollo y realización. La cultura y las costumbres ofrecen equilibrios a veces poco naturales y saludables, otras veces le dan sentido a lo lúdico o a lo comunitario. Es nuestra función como profesionales co-crear una relación que potencie la naturaleza humana, en la que sus participantes vayan dándole un sentido a sus fenómenos psicológicos y relacionales, su cultura y sus costumbres, siendo capaces de trasformar y mantener todo aquello que le permite su desarrollo y su evolución como ser social en la modalidad y dimensión de la sociedad que ellos deciden vivir. Como decía Goodman, es la relación lo que se autorregula, todo lo demás es consecuencia y fin en ella. 

Paco Cuenca es el director de la formación la terapia Gestalt en la atención socio-sanitaria

Bibliografía. 

  • Buber, M. (1923/2005). Yo y Tú. Caparrós. Madrid
  • Paul Goodman (1971) Problemas de la juventud en la sociedad organizada. Ediciones península. Barcelona. 
  • Perls, F., Hefferline, R. y Goodman, P. (1951. 2002) Terapia Gestalt: Activación y crecimiento de la personalidad humana». Ferrol, Sociedad de Cultura Valle Inclán.  Colección "Los libros del CTP". Madrid. 
  • Wheeler, G. (2005). Vergüenza y Soledad: el legado del individualismo. Cuatro Vientos. Santiago de Chile. 

 

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