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Reflexiones elegíacas sobre Isadore From

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Reflexiones elegíacas sobre Isadore From

19 Mayo 2013
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<p><strong>British Gestalt Journal, diciembre de 1994</strong></p>

La muerte de Isadore From, ocurrida el 27 de junio de 1994, representa el final de una era para la Terapia Gestalt, el cierre de un capítulo que se ha desplegado cerca de medio siglo. El hilo de sus propias contribuciones se encuentra entrelazado con toda la historia de la Terapia Gestalt. A comienzos de los años 50, se formó un pequeño círculo que se reunía para discutir en el apartamento neoyorkino de Frederick y Laura Perls. Debido a su formación anterior, principalmente en filosofía y no en psicología, va dando poco a poco una forma clara y definida a una percepción importante de la que otros muchos miembros de este grupo fundador habían empezado a ser conscientes: que el umbral considerable de las implicaciones de la ruptura radical de la Terapia Gestalt con el Psicoanálisis, representaban nada menos que una alteración del paradigma fundamental que permitía comprender el comportamiento humano, tomando distancia de las ciencias naturales causalistas en favor de la fenomenología de Husserl y sus sucesores.

Desde este momento la consagración de Isadore a la Terapia Gestalt fue inquebrantable. (Si mi empleo aquí de su nombre de pila parece tener una nota excesiva de familiaridad, me gustaría decir que yo encuentro terriblemente frío y protocolario hablar de él no empleando su nombre de pila. Para todos los que hemos trabajado con él o los que se interesaban en él durante más de cinco minutos, se convertía inmediatamente en “Isadore”. Yo no puedo acordarme de nadie, salvo quizás el fontanero o el cartero que cuando llamaban a su puerta, le llamaran “Señor From”.) Continuó practicando y enseñando la Terapia Gestalt en New York durante más de tres décadas. Igualmente, viajaba a menudo tanto dentro de los Estados Unidos como por Europa, concretamente a Alemania y a Italia, para dirigir grupos de formación y de supervisión. No sería equivocado decir que Isadore From, igual que Frederick Perls, Laura Perls y Paul Goodman figura entre los nombres de los que más han hecho por fijar el rumbo de la Terapia Gestalt. Además, la voz de Isadore From es por lo menos, tan importante como la de cualquier otro en su mantenimiento. Ahora, todas estas voces han callado.

En nombre de las cualidades por las que era venerado Isadore por sus estudiantes se encuentran la integridad y la precisión. Ya fuera como profesor, como supervisor o como practicante, su trabajo tenía siempre una impecable cualidad, la de la meticulosidad y la lucidez, incluso siendo Isadore perfectamente capaz de embarcarse en una expedición intuitiva desenfrenada si la situación le inspiraba en este sentido. Era también perfectamente capaz de vagabundear libremente y, no obstante, estar en la misma onda con las preocupaciones íntimas de su paciente o de un estudiante, y era en gran parte así porque era de los que no necesitan tener razón a cualquier precio. Como todo buen investigador, tenía sus intuiciones para las hipótesis provisionales sujetas más a confirmación que a ser inferidas.

Pero si yo soy contrario a definir con una sola palabra la esencia de la sensibilidad de Isadore, la palabra que yo elegiría sería la pasión. Teniendo en cuenta que elijo una palabra que en nuestra época está muy cargada, necesita que se la defina cuidadosamente. Además, según su costumbre, Isadore habría exigido eso de mí. De hecho, la pasión tiene mala reputación en nuestro mundo moderno. En nuestra perspectiva postromántica, desgarrada y ambivalente que tenemos porque de distintas maneras nos quedamos con el ideal romántico incluso mientras muchos de nosotros parecemos rechazarlo intelectualmente, tendemos a asociar la pasión con las pulsiones irracionales que pueden llevar al fanatismo, a la obsesión o incluso a la violencia. Contemplando el frío temperamento postmoderno, la pasión aparece a la vez como demasiado pasiva y egotista, como un abandono demasiado laxo a las fuertes apetencias internas y a la vez a las fuerzas externas incoerciblemente tentadoras.

La pasión, no obstante, también puede significar cualquier cosa mucho más activa y concentrada, como cuando hablamos de ser absorbidos apasionadamente, de tener nuestra atención y nuestro compromiso apasionadamente centrado en el tema del momento. Isadore estaba apasionado en el sentido que Kierkegaar debía darle al espíritu cuando escribía: “La pureza del corazón es querer algo”. Pocas personas parecen capaces, Isadore era de los que podían, tanto personal como intelectualmente. Esta pasión implica una seriedad fundamental, teniendo en cuenta que no se trata de una seriedad que pesa cansinamente sobre el alma a la manera de la teología puritana. Se trata más bien del tipo de seriedad alegre que el historiador holandés J. Huizinga, en su maravilloso libro, Homo ludens, describe como una verdad civilizadora. Huizinga piensa que su forma profunda de juego está en el centro mismo de la cultura, del arte y de la religión. En la práctica de Isadore From, estaba igualmente el centro mismo de la psicoterapia.

Isadore nos habría explicado que la pasión, en este sentido, no es pasiva, tiene mucho de agresión. Aquí aún, es necesaria una definición precisa. Cuando él hablaba de agresión, deseaba que fuera comprendida en el sentido positivo que la Terapia Gestalt le atribuye en tanto que poder benéfico de expresión personal y de creación del que dispone el ser humano para hacer cualquier cosa, o para hacer que algo se produzca, para ser rápido en restablecer su persona en el mundo y también recibir de él. No se trata del ejercicio hostil de poder combatir contra los otros que es generalmente la concepción que se tiene en nuestros días de la agresión. Isadore remarcaba que una reacción tal no es válida para originar una agresión libre y espontánea, sino que es el síntoma de una agresión rebajada, un estado que lleva a la gente a buscar el control y la certeza de sus relaciones. Este tipo de agresión hostil deriva del miedo de la impotencia o de la codicia engendrada por las necesidades frustradas.

Para ilustrar el sentido positivo de la agresión en Terapia Gestalt, Isadore hacía la distinción entre escuchar un fragmento de música, lo que él consideraba como agresivo ya que en esta experiencia el auditor se compromete con su personalidad, su historia y, por otra parte oír música, que él pensaba que era una absorción más generalizada, sin objetivo y por consiguiente más vago. From afirmaba que el mismo tipo de distinción era válido con respecto a mirar y ver. Puede que sea difícil entender o ver esto pero la gente que dice a menudo: “veo lo que quieres decir” probablemente está a punto de introyectar o de mantenerse a distancia de la conversación. Estas observaciones son índices para el terapeuta que mantiene su necesidad de explorar más allá.

En efecto, estos índices representaban para Isadore el signo visible que indicaba una perturbación del contacto. La ausencia de contestación por parte del paciente preocupado en llorar o sus elogios sin reserva, llevaban a Isadore a presuponer que se trataba caracteriológicamente de una introyección habitual. Era entonces capaz de continuar haciendo todo lo que podía para suscitar las críticas del paciente, sondeándole delicadamente al mismo tiempo para evaluar el grado de angustia provocada por sus sugerencias. Si alguno recurría a una forma de expresión global, abstracta, para describir su vivencia en términos generales, Isadore decía a sus estudiantes que era preciso presuponer una proyección ya que una vaguedad tal, en el momento del contacto entre las personas,  crea un espacio virgen que sirve de pantalla a la proyección.

Del mismo modo, para demostrar cómo funcionan las proyecciones en las protestas excesivas, se complacía en disecar estas pequeñas formas lingüísticas de intensificación que la gente emplea automáticamente. A los participantes en un stage de formación, les pedía: “¿Qué preferís que se os diga: Os quiero u os quiero verdaderamente?”. Decía luego: “La segunda proposición os debe incitar a poneros un poco en guardia, porque el que habla puede estar a punto de proyectar que no va a ser creído, esto hace pensar que él mismo duda”.

Igualmente, Isadore revelaba esta especie de tumores ritualizados que parecen provenir de uno mismo, por ejemplo la expresión corriente: “ya sabes” intercalada en todas las frases. Demostraba cómo esta expresión refleja una expectativa escondida de confluencia. El “ya sabes” atrapa al auditor en su confidencia, como si el que habla le dijera: “Estamos tan cercanos que tú sabes lo que tengo en la cabeza”. Cuando alguien empleaba el “ya sabes” de esta manera, Isadore solía contestar: “No, no sé, eres tú el que me lo está diciendo”, afilando así la diferencia entre los dos self que se esfuerzan por entrar en contacto por la palabra y la escucha. Para Isadore, la preservación de estas diferencias es una parte importante del trabajo terapeutico. Sin diferencias, las relaciones se disuelven en una cara.

Esta instancia sobre las distinciones minuciosas e incluso ínfimas era esencial en la manera como Isadore concebía la psicoterapia. Pensaba que el cambio y el crecimiento progresaban a pasos pequeños más que con avances espectaculares. A este respecto, se oponía con fuerza a Frederick Perls; Isadore pensaba que la asimilación por parte del paciente de pasos pequeños era mejor la del drama engullidor. Además, los pequeños cambios pueden provocar diferencias importantes. Si se aporta un cambio incluso diminuto, a la configuración de una gestalt establecida, resultará de ello una nueva configuración.

Así, en su trabajo, Isadore dedicaba una atención extrema virtualmente a cada gesto o palabra idiosincrásica con los que nos mostramos a los demás, a la manera de sentarse, a la de caminar, a la manera de decir buenos días o adiós, a la manera de respirar plenamente o no y (según él lo había sacado de los primeros escritos de Reich), a todas las maneras en las que la ansiedad y el carácter se inscriben bajo la forma de tensiones corporales o (contribución propia de From) se manifestaban en un lenguaje vago o evasivo. O, todos estos fenómenos pueden ser observados en lo que pasa entre el terapeuta y el paciente, y seguidamente, el terapeuta puede inmediatamente devolver sus observaciones al paciente para su comprobación con su vivencia.

Esta interactividad directa entre observación y vivencia era, según Isadore From, el sentido primero del momento presente en Terapia Gestalt. Basado en el fundamento de fragmentos de índices tangibles, sin interpretaciones o invenciones (él los llamaba sus “experimentaciones”) se presentaban a menudo como inspiraciones poéticas y síntesis. La fuente última de sus inspiraciones eran, no obstante, en su mayor parte lo que es inmediatamente dado y, después, se escapa fácilmente: la evidencia en cualquier forma. El método inherente a esta forma de psicoterapia podría describirse como la fenomenología práctica. Y enseñando, Isadore se esforzó en enseñar a sus estudiantes cómo ponerse en acción ellos mismos. Cuando hacía demostraciones, disecaba pacientemente, paso a paso, sus observaciones y sus conclusiones. El oscurantismo y la mistificación no le interesaban para nada.

A pesar de la importancia que concedía a la presencia física, a la imaginería onírica y a todos los otros tipos de índices disponibles que podrían ser utilizados por el terapeuta, Isadore consideraba no obstante que era la palabra la que encarnaba el acto eminentemente humano de expresión de sí mismo y de comunicación. Para él, el lenguaje claro era una señal de salud. Cuidaba su dicción como un poeta, y sus enunciados como si fuera un lógico. El lenguaje, para Isadore, significaba las palabras del hablar cotidiano de la tribu, lo que una influyente escuela de filosofía del siglo veinte ha llamado el “lenguaje corriente”, y no la jerga, la terminología abstracta y demasiado rebuscada de las ciencias sociales y de la psicología. Y hay que entender que cuando enseñaba Terapia Gestalt utilizaba términos como “frontera-contacto”, “retroflexión”, “confluencia” y otros, términos con los que diferenciaba los enfoques freudianos dominantes. Pero del mismo modo que él demostraba su empleo, explicaba estos conceptos con  términos lo suficientemente claros y precisos para que sus implicaciones no tuviera error posible. Decir de Isadore From que él fue el Wittgenstein de la psicoterapia no sería una comparación muy extravagante.

Los principios de la Terapia Gestalt, contrariamente a algunas tendencias dominantes del pensamiento occidental, se niegan a volver a llevar la naturaleza humana a una serie de dualidades, tales como consciencia y biología, interno y externo, ideal brillante y tierna apariencia. Por esta razón, entre otras, la Terapia Gestalt a menudo ha sido comparada al budismo zen y a otras filosofías orientales, una comparación que no deja de tener algún mérito. No obstante, el Este no representa el puesto de observación en el que Isadore From ponía su mirada sobre la Terapia Gestalt. Cada una de sus fibras era la de un pensador humanista occidental. También, como su amigo Paul Goodman, prefería encontrar las posibilidades de una psicología unificada en la tradición clásica occidental. Pensaba, como Kant que fue quizás el primero en proponer esta idea en los tiempos modernos, y como los poetas románticos ingleses y alemanes del siglo XIX así como los pensadores del movimiento orgánico como Bergson, William James y John Dewey, que se es a medias el creador de lo que se percibe.

Esta forma radical de epistemología (que, como tantas otras formas de radicalismo, es igualmente una vuelta a algo muy antiguo) incluye la subjetividad del que conoce en lo que es conocido. Esto surgirá hacia finales del siglo XVIII en oposición a los prejuicios del Siglo de las Luces según el cual el conocimiento objetivo representaba el único conocimiento válido. Lo que los de las Luces se habían negado a poner en su lugar, otro de sus otros resultados, fue una ruptura definitiva entre sujeto y objeto, cuerpo y espíritu, el Yo y el Tú de la experiencia humana. Habiendo perdido así su conexión íntima con la alteridad, el Self debía esforzarse en tratar de reapropiárselo por conquista. Este esfuerzo encuentra su expresión en la célebre fórmula de Bacon que quiere que el conocimiento, se trata del conocimiento objetivo de la naturaleza, sea el poder. La ciencia se convierte en las ciencias aplicadas, inaugurando la era de la tecnología.

En nuestro siglo para nosotros, la nueva epistemología fue retomada por los psicólogos gestálticos, tales como Wertheimer y Koffka, quienes estaban convencidos de hecho de que  el acto mismo de la percepción completa es lo que es percibido y que así es como los humanos construyen los conjuntos unificados (cuyas características son la forma y la estructura) constituyendo su experiencia misma. Una insistencia similar sobre el elemento subjetivo en el conocimiento aparece en los primeros filósofos fenomenológicos como Brentano y Husserl. El denominador común de estas ideas revolucionarias, desde Kant a los fenomenólogos pasando por los románticos, se encuentra en la tentativa de llenar la brecha entre sujeto y objeto para restaurar la continuidad entre el espíritu y la naturaleza que había sido una de las premisas fundamentales de la civilización occidental desde la Grecia antigua hasta el final de la Edad Media.

Todas estas ideas constituyen el contexto intelectual en el que Isadore From unió sus fuerzas a las de Frederick y Laura Perls con Paul Goodman. Su pensamiento se distingue por la realización conjunta con que llevaron al dualismo que amenazaba no solamente con la ruina cultural, sino también con la neurosis individual. Dieron, por lo tanto, un paso fundamental. Condensaron su investigación de la unidad en algo inmediatamente aplicable al sufrimiento individual, a saber una nueva psicoterapia.

A pesar de que Frederick Perls se instala en California para presidir el desarrollo y la transmisión de su versión de la Terapia Gestalt, que permanece centrada en la experiencia del momento pero se encuentra cada vez más asociada a técnicas emparentadas con el psicodrama para llegar a una descarga emocional catártica. Paul Goodman, después de un corto período durante el cual trabajó como psicoterapeuta y enseñó la teoría en base a la cual había escrito muy poderosamente, se pasó a sus otros terrenos (si bien su pensamiento social y político estuvo siempre constantemente coloreado por los principios de la Terapia Gestalt). Recayó en una gran medida sobre Laura Perls e Isadore From poner en práctica el espíritu primero de la Terapia Gestalt, en concreto para su enseñanza.

Isadore From se convirtió en un purista en relación a la Terapia Gestalt, y a este respecto, fue él, a pesar de los profesores y los practicantes notables, la voz de un conservador (en el sentido de conservar y no en un sentido político). En el transcurso de los últimos años, había puesto en guardia constantemente sobre la contaminación en Terapia Gestalt debida a las contracorrientes y las mareas denunciando el fárrago y los vestigios de numerosos enfoques psicoterapéuticos que han surgido por todas partes en el siglo XX. No obstante, y contrariamente a lo que algunos han querido pretender, Isadore no era un ideólogo. El esmero laborioso que le llevaba a definir lo que era coherente con la Terapia Gestalt y lo que no era no era reivindicarla como superior a ninguna; la motivación de esta demarcación se encontraba en las quejas persistentes de Isadore de que si las características específicas de la Terapia Gestalt no eran rigurosamente diferenciadas de otros métodos y teorías, la Terapia Gestalt se perdería en el barullo. Ciertamente, el hilo de la historia ha demostrado claramente que su queja no era injustificada.

Quizás era un poco inflexible en lo concerniente a la aceptación de los beneficios que la Terapia Gestalt podría sacar con la asimilación de ideas nuevas vehiculadas por jóvenes terapias que han surgido en torno a ella. Después de todo, él estaba bien situado para saber lo ecléctica que había sido la Terapia Gestalt en su separación del Psicoanálisis, de la Psicología Gestalt, de la fenomenología y del existencialismo con las técnicas derivadas de las terapias de orientación corporal así como de las artes escénicas. Su inquietud creciente venía de las tendencias en el interior de la Terapia Gestalt misma. Estaba alterado por las últimas enseñanzas de Frederick Perls ya que parecían apuntar a conseguir estados de conversión y, además, potenciaban técnicas mucho más llamativas pero que dejaban poco sitio para la teoría. Se preocupaba también de que, en parte como resultado de los esfuerzos de Perls y en parte en razón de la cultura americana, gente que sólo tenían una vaga formación en Terapia Gestalt la combinaban prematuramente con otros métodos y vendían esta amalgama como si se tratara de una integración coherente. Finalmente, se preocupaba porque el texto principal, a saber la transformación extensa efectuada por Paul Goodman de las formulaciones originales de Perls, aparecida en el segundo volumen de la obra en la que habían colaborado con Paul Hefferline, estaba agotada desde hacía muchos años.

Entre las contribuciones a la Terapia Gestalt que Isadore From dejó tras él, figuran una apreciación incrementada de sus raíces así como la demostración de hecho de que su teoría y su práctica forman un todo abundante y coherente. Simplemente consideraba, muy justamente creo yo, que la Terapia Gestalt debe, en primer lugar, estar sólidamente anclada en lo que en ella es su base misma. Juzgaba que su obra en la vida era perseguir este objetivo.

Entonces que continúe evolucionando y quizás ampliándose, la Terapia Gestalt tiene necesidad, sin duda ahora más que nunca, de agarrarse a la herencia de Isadore From. Es ésta una cuestión de autopreservación ya que se desliza por la escalera y se agarra a la barandilla. No obstante, se trata únicamente de autopreservación ya que es también la mejor manera para la Terapia Gestalt de ensanchar sus horizontes. Isadore habría podido añadir, si solamente hubiera estado aquí para poder decirlo una vez más, que la práctica sana de la Terapia Gestalt exige que tengamos en el espíritu que las integraciones más fructíferas provienen de encuentros entre personas o escuelas de pensamiento que tienen separadamente una existencia propia claramente definida.
 

Nota del traductor (al francés)

    “Cuidaba su dicción como un poeta y sus enunciados como si fuera un lógico”.
    Esta descripción hecha por Miller del lenguaje de From podría aplicarse también perfectamente a su propia palabra.
Traducir, desde hace mucho tiempo, ha sido mi segundo trabajo, e incluso el primero durante los años que fui empleado por las instituciones de las Naciones Unidas como traductor e intérprete de conferencias. Igualmente, he enseñado durante mucho tiempo traducción y lingüística aplicada en la Universidad de Montreal. Para mí se trata de un terreno conocido y muy bien cimentado. No obstante, la traducción del texto de Miller ha sido una tarea especialmente difícil.
Filósofo erudito, profesor de semántica en una prestigiosa universidad americana, crítico literario en el New-York Times, Miller es autor de numerosos escritos sobre Gestalt. Su expresión y su sintaxis son siempre precisas y ricas, pero igualmente desconcertantemente libres. El conjunto es a veces desconcertante. En homenaje a Isadore From que fue nuestro maestro y amigo común, me he esforzado en hacer justicia a este texto que describe con elegancia y precisión no solamente el lugar que Isadore From ha ocupado en la historia de la Terapia Gestalt, sino igualmente los orígenes y la especificidad de esta última. Espero que este soberbio camafeo que Miller nos ha cincelado sea apreciado por los gestálticos de lengua francesa.

 

Este artículo apareció en lengua original americana en el British Gestalt Journal, vol.III, nª2, en diciembre de 1994. Ha sido traducido al francés por Noël K. Salathé y editado en francés con la amable autorización del autor y de Malcolm Parlett, director del British Gestalt Journal.

Este artículo ha sido traducido por Carmen Vázquez Bandín en el Centro de Terapia y Psicología de Madrid en 1996 del original Réflexions élégiaques sur Isadore From publicada en la Rev. GESTALT, nª 9, 1º trimestre, 1996, pp.129-138, de la Societé Française de Gestalt.

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