La Peste.
Paradojas y Paradigmas del COVID-19.
“Desde este punto de vista, todos llegaron a vivir la ley de la peste, más eficaz cuanto más mediocre. Ni uno entre nosotros tenía grandes sentimientos. Pero todos experimentaban sentimientos monótonos. “Ya es hora de que esto termine”, decían, porque en tiempo de peste es normal buscar el fin del sufrimiento colectivo y porque, de hecho, deseaban que terminase. Pero todo se decía sin el ardor ni la actitud de los primeros tiempos, se decía sólo con las pocas razones que nos quedaban todavía claras y que eran muy pobres. Al grande y furioso impulso de las primeras semanas había sucedido un decaimiento que hubiera sido erróneo tomar por resignación, pero que no dejaba de ser una especie de consentimiento provisional.”
Estos días de excepción, de paréntesis de nuestra aparente normalidad cotidiana, me han evocado en sucesivas ocasiones (en especial al salir a la calle para comprar el pan, o camino al supermercado) a La Peste; la fantástica novela de Albert Camus que leí de adolescente, y que he vuelto a saborear cada vez que me he encontrado en mi vida frente al sinsentido del dolor.
La similaridad es obvia, pero creo que, al igual que la novela, toda esta situación juega un potente papel metafórico que puede ayudar a leernos (como toda obra literaria que se precie).
En La Peste Albert Camus muestra a través de varios personajes diferentes formas de enfrentarse al absurdo que supone estar vivas. Su narrativa aporta miradas diferentes: la del extranjero en voz de Raymond Rambert, la de la negación a través de Richard, el problema de la creación en Joseph Grand, la liberación del pasado en Cottard, y finalmente la rebeldía ante lo existente en la piel de Bernard Rieux.
A través de estas posiciones podemos encontrar palabras que nos ayuden a narrar diferentes modos de situarnos en la vida ante la incertidumbre.
Si sólo la persona que teme a su exilio pierde la noción del aquí y ahora, entonces la rebelde observa para comprender y actúa porque comprende.
De este modo, Camus nos muestra las grandes tensiones a las que nos vemos sometidas: la de la vida frente a la muerte, la alienación frente al compromiso, el deseo frente al tiempo. Todo ello desde un relato valiente en que el autor nos muestra cómo situarnos frente a la experiencia estética de la vida, asumiendo su sinsentido para encontrar paradójicamente un norte al que dirigirse.
Toda realidad quiere asemejarse a la ficción. De este modo, al igual que en la novela, podemos acceder a un profundo significado metafórico que se repite, que no es nuevo, pero que entra en nuestra vida atropelladamente, se produce un Acontecimiento que lo cambia todo, pero que huele a pasado, nos remite a lo que ya nos sucedió y que entraña un Síntoma que se manifiesta de un modo poliédrico, mostrándonos múltiples facetas.
Todo Síntoma encierra en su manifestación su propia solución. La crisis provocada por el COVID-19, nos muestra la necesidad de volver a la comunidad, al cuidado, a bajarnos del tiempo acelerado del capital, de este consumir la vida como un producto…
Pero, sin embargo, este Acontecimiento encierra dentro de sí una terrible paradoja: que para cuidar de las demás debemos aislarnos de ellas. Provocando una tensión entre la necesidad de la comunidad y el alejamiento de la misma para protegernos. Aquello que nos permite ser es precisamente lo que nos enferma.
Es la figura del Contagio: la Otra como problema. La necesidad de otredad es trasnformada por el capital como enfermedad. Es el virus de la subjetivación neoliberal. La piedra angular de la sociedad higienizada.
Y frente al contagio las múltiples respuestas que se despliegan en nosotras. Nos vemos convertidas en personajes de novela. Encarnamos diferentes máscaras: temor, desconfianza, incertidumbre, rebeldía, solidaridad, descreimiento, rabia, negación…
Y es que vivimos en tiempos apocalípticos, donde el calentamiento global, la pandemia, el auge de los fascismos… nos hablan del colapso del sistema. Comenzamos a ver de modo cada vez más cercano el fin del mundo (antes que el fin del capitalismo)… del mismo modo que en los años 80 en relación al conflicto nuclear.
A su vez la globalidad planetaria y la velocidad del contagio nos muestra otra cara del síntoma, que viene a devolvernos una imagen de celeridad desnortada y de hiperconexión que dan cuenta de este tiempo neoliberal del capitalismo tardío que nos atraviesa.
Y junto a ésta, el miedo ante la incertidumbre, que ha prendido con gran virulencia sobre el seco páramo de nuestra vida comunitaria en forma de pánico, tal y como ha ocurrido en las compras en el supermercado de papel higiénico y productos de limpieza, como una desesperada búsqueda de la higiene perdida.
Una sociedad higienizada sobre la cual prende el miedo del contagio, desde las cuales justificar las medidas de excepción como el mal necesario para extirpar la enfermedad, lo sucio, el contagio.
No deja de resultar paradójico (como tanto en esta crisis) la urgencia con la que hacernos cargo de las personas sin hogar frente al slogan #yomequedoencasa, que ha provocado la habilitación de plazas residenciales, las cuales (bienvenidas sean) nos enfrentan al umbral de nuestra tolerancia hacia las mismas. ¿Existe una tasa de pobreza o sinhogarismo que podemos tolerar? ¿Toleramos la gente sin hogar (o lumpenproletariado) hasta que puedan convertirse en un factor de contagio?
Y frente al Síntoma el papel de la Psicología. Terapeutas hablando desde su supuesto conocimiento experto dando diferentes consejos paternalistas sobre cómo llevar esta crisis, desde una concepción de la crisis ceñida únicamente a una mirada normativa del confinamiento dirigida a la clase media.
Y es que, como desde la poliédrica mirada de la Peste, el coronavirus también nos enfrenta al espejo a todas aquellas personas que trabajamos con personas… Nos confronta con preguntas, como… desde qué personaje de la Peste trabajamos? ¿Nuestro fin es que nuestros pacientes se adapten a la crisis lo mejor que puedan o sepan? Al igual que Cottard ¿nuestro objetivo es adaptarnos felizmente al aquí y ahora de la crisis? ¿Es calmar el síntoma, ayudar a que Richard pueda escapar de Orán?
Estos años de subjetivación neoliberal nos han llevado a abrazar un concepto individualista y normativo de la persona que acaba resultando a todas luces reduccionista. Tal y como afirma Ian Parker en “La Psicología como Ideología”: “En esta sociedad, incluso los momentos de infelicidad que conducen a reflexionar sobre los problemas del mundo se convierten en síntomas de una patología que han de ser erradicados. Así, en una cultura psicologizada se refuerza la alienación y se reprime cualquier consciencia de sí misma”. Corremos el riesgo, pues, de seguir reduciendo nuestro trabajo a meros consejos reduccionistas que censuran la rabia, los comportamientos disruptivos… desde una concepción normativa de la persona donde la razón, la adaptación razonable al entorno es el principio de la salud mental, al equilibrio.
Sea cual sea la etiología de la crisis (otro síntoma (ay!) de estos tiempos, no podemos realmente afirmar nada con seguridad, todo es incertidumbre o fake new), sea una forma de ocultar una crisis económica que se venía acercando, una consecuencia del conflicto comercial entre China y EEUU, la lógica desprotección generada por una sociedad hiperhigienizada, el calentamiento global y su incidencia sobre seres humanos y animales, … lo cierto es que esta crisis tiene relación directa con esta sociedad del capitalismo tardío y su impacto para la sostenibilidad de la vida sobre el planeta.
En ese sentido abordar las problemáticas personales como si tan sólo fueran individuales se me antoja especialmente sangrante.
La pandemia nos arroja frente a la realidad de que soy en cuanto somos, que somos ajuste a una situación, a un tiempo histórico y sociopolítico determinado, y sólo desde la consciencia de éste podemos entendernos o comprender una determinada práctica psicológica (o humana) liberadora, que como al doctor Rieux nos enfrente al dilema entre rebeldía o adocenamiento, y que llevó a este médico a luchar contra la peste por las calles de Orán.
Entre la posición más paranoica (muy razonable) y la adocenada (quizá necesaria para poder sobrellevar este día a día) nos manejamos entre dos fuerzas paradójicas: apoyar el bien común quizá sea caer en la dinámica del terror social y no hacerlo colabora con poner en riesgo la capacidad de nuestro sistema sanitario para atender a las personas en grave riesgo para su salud.
Quizá la manera de tomar el síntoma en consideración para abrirnos a la consciencia que nos trae sea precisamente trabajar en dicha consciencia, en este ajuste, esta frontera… sin paliativos, radicalmente.
Así pues, cabe hablar en estos días de extrañamiento sobre cómo politizar este malestar para que pueda ser terapeútico: en la exigencia de menos medidas de excepción y más políticas públicas de salud, en la reivindicación por la mejora de nuestra sanidad, en el apoyo a las iniciativas solidarias de la comunidad basadas en el apoyo mutuo, en pedir menos beneficencia y más y mejores servicios sociales, en volver a recuperar nuestras maltrechas relaciones comunitarias y colocarlas al frente de nuestra salud mental.
Quizá este Acontecimiento nos traiga una nueva consciencia sobre la necesidad de recuperar las redes de apoyo, lo común, nuestro sistema sanitario y de servicios sociales, de poner en cuestión el modo (insostenible) de vida capitalista neoliberal… o quizá no, y esta herida del contacto físico, este miedo al contagio, esta herida, nos hagan más vulnerables a la manipulación, a comprar más seguridad aceptando medidas autoritarias, que nos acostumbre a la barbarie y nos haga más serviles a los intereses de las élites político-económicas del planeta… o quizá ambas coexistan… lo que es seguro es que no saldremos de la misma forma de la que entramos, al estilo que nombraba Murakami al invocar la tormenta : “Cuando la tormenta haya pasado, tú no comprenderás cómo has logrado cruzarla con vida. ¡No! Ni siquiera estarás seguro de que la tormenta haya cesado de verdad. Pero una cosa sí quedará clara. Y es que la persona que surja de la tormenta no será la misma persona que penetró en ella. Y ahí estriba el significado de la tormenta.”
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Gracias Iña por recordarme