El mito del nosotros
No sé si es más apropiado decir que nosotros inventamos historias o que ellas nos inventan a nosotros. Probablemente ambas cosas son ciertas. Llamémoslas mitos, sueños o realidades, necesitamos historias para vivir nuestras vidas. Al fin y al cabo nos recuerdan que somos sujetos, y por lo general dan forma a nuestros propios personajes en una trama que, al menos en parte, creamos nosotros. Esto es especialmente importante en una época en la que muchas fuerzas nos estimulan a que nos tratemos a nosotros mismos como objetos biológicos. Las historias reflejan qué se siente, cómo es ser plenamente humano. Y nos informan de que ser seres humanos significa que vivimos en un mundo en el que estamos profundamente arraigados. Nos muestran que nuestro mundo está siempre delante de nosotros, con nosotros, y detrás nuestro. Tenemos que vivir en lo que podríamos llamar "enmedio". Dondequiera que se encuentre el self, siempre hay alteridad, y contínuamente nos la encontramos, a cada paso. Al igual que las propias historias, éste es un mundo que nosotros hacemos, pero que también nos hace a nosotros. Necesitamos historias para vivir nuestras vidas, porque como humanos, parecemos necesitar significados para poder vivir con coherencia. El derrumbamiento o la pérdida de significado tiende a volvernos locos, llevándonos a la desintegración y a la destrucción.
Las buenas historias, las más valiosas, también nos dicen que nunca podemos saber todo lo que queremos saber. No sólo hay poca certeza sobre lo que es, por así decir, "lo de fuera", sino que no sabemos, con nada que se parezca a una predicción causal, quiénes somos y qué vamos a hacer después. Que la vida nos trata con contínuas sorpresas es lo que Heráclito, el filósofo griego pre-socrático, quería hacer ver cuando dijo que uno no puede bañarse en el mismo río dos veces. Uno no puede entrar dos veces en el mismo mundo, ni siquiera en el mismo self. Por descontado, frecuentemente nos comportamos como si pudiéramos, pero hacer de esto un hábito nos conduce a la represión, a ilusiones de control y a fijaciones neuróticas. Así es la condición humana tal y como se refleja en las historias.
Lo que sabemos, y quizás todo lo que podemos saber, es nuestra experiencia real. No lo que subyace en ella o lo que la causa. Las mejores historias comienzan con nuestros anhelos más profundos, pero nos dejan con dudas y misterio. Estas historias insisten en que vivimos en un mundo difícil, plagado de obstáculos que se oponen a nuestros deseos y nuestras voluntades. Nos dejan claro que vivimos en el tiempo, que hay decepciones, errores y fracasos a lo largo del camino, y que decaemos y morimos. Sin embargo, estas historias todavía apuntan en la dirección hacia una vida plena, a pesar de los inconvenientes. Las historias menos valiosas, o peor aún, las más peligrosas, empiezan con nuestros profundos anhelos y acaban mintiéndonos, con el fin de calmarnos. Éstas nos incitan a creer que el amor es eterno; que podemos ser héroes de eficiente acción o glamouroso estilo; que podemos ser el arma más rápida del oeste o el amante de los sueños de cada mujer o cada hombre, sin tener siquiera que esforzarnos demasiado. Nos prometen que podemos llegar al fondo de las motivaciones humanas; que podemos vencer el mal; o que vamos a lograr la salvación de todo dolor y de toda limitación, y en algún momento, probablemente después de morir, volver al paraíso.
Desde sus inicios, la psicoterapia se ha basado en historias. Hoy en día existen escuelas de la así llamada terapia narrativa, pero son casi las únicas que cuentan historias. En La interpretación de los sueños, Freud decía que nuestros sueños revelan procesos y fuerzas subyacentes, lo cual reflejaba la actitud científica de su tiempo. Pero las historias que creó para explicar los sueños eran tragedias griegas y cuentos de horror gótico de incesto, parricidio y castración. Hoy en día nos satisfacen más como dramas que como explicaciones científicas. Ya en tiempos de Freud, ambos, Jung y Rank, tendieron a abandonar la ciencia y continuaron su fascinación con las historias que impregnan sus teorías.
Que inventamos historias y ellas nos inventan a nosotros, que nosotros hacemos el mundo y él nos hace a nosotros, y que todo lo que podemos conocer es nuestra experiencia, en la que participamos y creamos: todas estas ideas están cercanas al espíritu de la filosofía llamada fenomenología. Digo cercanas a ellos porque no estoy interesado en tratar de precisar el término en este momento. Simplemente quiero resaltar que es una visión de la condición humana que se encuentra en el corazón de la psicoterapia que practico y enseño, la Terapia Gestalt. Es desde este punto de vista que quiero contribuir con una historia particular, o un mito sobre el amor, una historia con pros y contras que llamo "El Mito del Nosotros".
Este mito de íntima compañía contiene a la vez lo mejor y lo peor de nuestras historias perdurables. Aunque existen muchas variaciones, todas ellas se dirigen hacia la misma necesidad humana fundamental de amor. Captura una de nuestras más elementales aspiraciones -el deseo de unión con otra persona- pero también nos engaña para que esperemos certeza en el amor. ¿Por qué queremos certeza? Por que el amor, que se encuentra entre una de nuestras necesidades básicas, tiene una característica especial: lo queremos desesperadamente, y lo tememos al mismo tiempo. Cuando uno tiene hambre, se dirige al mundo para conseguir comida, cuando uno tiene sed, busca algo para beber. Obviamente hay situaciones en las que la llegada del hambre o de la sed y la fuente de la que provienen falla porque la necesidad está bloqueada o porque los suministros son escasos. Sin embargo, como regla general, las cosas ocurren con bastante fluidez. Cuando necesitamos amor, sin embargo, nos volvemos al mundo para buscarlo -y todo, demasiado a menudo, se convierte en un lío. ¿Por qué? ¿Qué hace que sea tan difícil?
Bueno, creo que las razones son inherentes a un hecho ineludible del desarrollo humano. En el inicio de nuestras vidas, el amor y la dependencia son prácticamente indistinguibles el uno de la otra. Para el bebé o para el niño pequeño el amor, de alguna manera, es una forma de supervivencia. Esto, por sí solo, es suficiente para dar al amor un límite incómodo. Para empeorar las cosas, tenemos probablemente la más larga dependencia de nuestros cuidadores adultos respecto a cualquier otro animal. Una vez vi un documental sobre tiburones. Ahora, no sé si era así exactamente, pero déjenme decirles lo que pensé que vi. Había una escena que mostraba el nacimiento de una cría de tiburón. El bebé de tiburón estaba luchando para salir a través de una especie de huevo o membrana. Algunos tiburones adultos, vamos a llamarlos "padres tiburones", rondaban cerca. Cuando el bebé tiburón se encuentra libre de su huevo, sale y mira con una sonrisa amenazante (así es como lo vi) a los papás tiburones, e inmediatamente sale disparado hacia el mar abierto. Y pensé para mis adentros, apuesto a que no hay tiburones neuróticos.
Para nosotros el mar abierto es un largo camino por recorrer. Empezamos siendo incapaces de distinguir el amor de la dependencia, y una gran mayoría de la gente que conozco es incapaz de distinguir el amor de la dependencia durante el resto de sus vidas. Creo que la cosa más difícil de la vida adulta es separar lo suficiente el amor de la dependencia para encontrar un equilibrio entre ellos, puesto que emergen necesariamente del mismo punto de partida. La lucha por la autonomía comienza pronto, demasiado, pero cómo se da depende de la familia. Consideremos por ejemplo la etapa del desarrollo que llamamos "los terribles dos años" en los Estados Unidos -no sé cómo se llama en Australia, pero estoy seguro de que la pasan- primero como niños, y después como padres. Durante los terribles dos años el niño empieza a decir "no". Descubriendo el poder de decir no (porque hasta este momento el niño mayormente dice "sí" -aunque tengo que admitir que mi hijo empezó a protestar desde el minuto en que nació), el niño empieza a decir no a absolutamente todo, en una especie de éxtasis de negatividad. Entonces, ¿por qué más tarde se convierte en la palabra más difícil de aprender a utilizar de forma confortable o convincente?
Algunos padres se sienten muy ansiosos por las negativas de su hijo, por lo que abruman al niño para que no lo diga. Pero el no del niño es crucialmente importante, porque es el inicio de su más completa separación de identidad respecto a sus primeras dependencias. Hay, por supuesto, algunas separaciones más tempranas. La primera aparición del sentido individual del "Yo", la separación psicológica de la madre o de otro cuidador adulto, está acompañada de ansiedad. Éste es probablemente nuestro primer conocimiento de la ansiedad, aunque no necesariamente nuestra primera experiencia de ella. Podríamos decir que el sentido del self y el conocimiento de la ansiedad nacen en el mismo momento. La teoría clásica psicoanalítica lo llama "ansiedad de separación primaria". En mi libro, Terrorismo Íntimo, hablo de ello como ansiedad de abandono. Pero también hay otra importante ansiedad del desarrollo. Si los padres, durante los terribles dos años, no permiten al no del niño evolucionar libremente, si, por ejemplo, están demasiado ansiosos y evitan el no del niño, fortalecen otra clase de ansiedad a la que yo llamo ansiedad de ser engullido. (Para ser exactos, hay algunas cosas a las que uno no puede permitir que el niño diga no, pero los padres deben ser sensibles a qué batallas vale la pena combatir). La ansiedad de ser engullido es el miedo a ser devorado, controlado, colonizado por los grandes y potentes cuidadores de los que uno depende. Todos crecemos luchando en algún grado con estas dos ansiedades existenciales: la ansiedad de abandono y la ansiedad de ser engullido.
El desarrollo humano es producto de un intercambio, un contínuo toma y daca entre dos impulsos básicos y algo opuestos: la necesidad de pertenecer y unirse íntimamente, que incluye una medida de dependencia, y la necesidad de conocer y expresar la propia identidad, solitaria, idiosincrásica y testaruda. Cuando uno llega a la adolescencia, la principal tarea del desarrollo es reconciliar e integrar estos dos tipos de necesidades. Déjenme llamarlas los reclamos del "yo" y los reclamos del "nosotros". Los problemas con esta difícil integración llegan cuando en el transcurso del crecimiento ha habido una sobredosis de cualquiera de las dos ansiedades, la de abandono o la de ser engullido. El trabajo de integración requiere la libertad de decir no, tanto como de decir sí. Pobre del niño cuya capacidad de decir no haya sido convertida en tabú o estrangulada. Entonces él o ella llega a la vida adulta batallando o aferrándose a un "nosotros" paternal internalizado, anclados en ese lugar a través de la ansiedad. Y desde entonces se produce una íntima entrega a otros sentimientos, tales como una necesidad desesperada o una amenazadora pérdida de uno mismo.
Durante la pubertad y la adolescencia -un tiempo de lucha con estos delicados equilibrios- la cultura occidental tiende a machacarnos con el Mito del Nosotros. En su más alta idealización y forma definitiva, es conocido como el amor romántico. Aprendemos que vamos a enamorarnos en una tarde encantadora. Dos extraños se van a encontrar hablando, o comiendo, o haciendo cualquier otra actividad en una reunión social, y sus ojos se encuentran. El sentido de sus vidas hasta ese momento de repente se desvanece allí mismo. Es como si un tornillo se suelta, y una puerta en el alma se balancea y se abre. En un trance del destino, este incipiente y nuevo "nosotros" sale de la fiesta o de la cena a buscar la noche. Hay luna llena, y los sauces balancean sus ramas sobre la ribera sobre la que "nosotros" caminamos. Hasta los pájaros cantan una canción distinta esa noche sólo para "nosotros". El amor romántico es una experiencia maravillosa, y de ninguna manera quisiera privar a nadie de experimentarlo. No podría, en cualquier caso.
El problema en el paraíso llega cuando la gente se aferra a ese sueño de amor bello y pasajero y lo convierte en un ideal o ideología en el que basar la intimidad ordinaria del día a día. Me refiero a hacer una vida juntos en el transcurso de los años o quizás décadas. Como los padres benevolentes que impiden al niño decir no por el bien de la armonía familiar (una forma temprana del Mito del Nosotros), el ideal romántico dulcemente disuade el desacuerdo, el conflicto honesto, la capacidad de las dos personas a decirle no a la otra abiertamente. Por lo tanto, esto deja a las parejas varadas en los bancos de la adolescencia con la tarea aún inconclusa de reconciliar las reivindicaciones de ser uno mismo y de estar con el otro.
Lo que pasa finalmente es que este sueño de un perfecto nosotros, de ser dos como uno, como Adán y Eva en el Jardín antes de la manzana, termina en una traición. Y así ha de ser, porque a pesar de que esto es maravilloso para el primer amor adolescente -y espero que todos nosotros, incluso a mi edad, podamos de vez en cuando renovar experiencias del primer amor adolescente-, no proporciona ninguna base firme sobre la que construir una vida de intimidad. Y con tan poca base para la formidable disciplina de construir una relación íntima, las personas tienden a caer en una profunda decepción. Bien sea una hora después de hacer el amor por primera vez, o a la mañana siguiente, o después de la luna llena, o un año después del matrimonio, da igual cuándo ocurra, al final llega la decepción. La decepción puede ser una etapa inevitable del amor -yo tiendo a pensar que es así- pero el cielo sabe que empeora, a menudo de forma fatal, cuando dos personas descubren que no son una unidad, sino dos soledades luchando para coregrafiar unas diferencias que pueden generar innumerables posibilidades de fricción.
Como terapeuta Gestalt con muchísima experiencia trabajando con parejas, he pasado mucho tiempo recientemente pensando en Adán y Eva, porque pienso que es una pareja infinitamente intrigante. ¿Dónde más en la historia se cuenta con un mito de la creación que no está basado en animales mágicos, ni en semidioses, sino en una simple pareja de clase media que se lanzan a la historia humana haciendo lo que cada pareja casada siempre ha hecho? Se bombardean el uno al otro en una secuencia contagiosa de malos juicios; culpan al otro cuando las cosas van mal. Observad, por cierto, que Eva es la única que cae en la tentación. A través de los tiempos el Génesis se ha utilizado como un escrito legal para sugerir que la mujer no puede controlar sus impulsos animales, así que los hombres deben mantenerlas en su sitio. Éste es el mito masculino de la caída. La verdad, sin embargo, es que Eva es, en la primera pareja, el miembro que al menos tuvo algo de iniciativa. Adán inventó la masculinidad pasivo-agresiva. Él cree en lo que no es más que otro mito: el del chico bueno. Puedes quedarte en el Jardín del Edén, que te ofrece la mejor propiedad inmobiliaria del planeta y todo lo que quieras, siempre que obedezcas a Dios Padre. En esta versión, Eva es una chica mala, pero ¿está realmente gobernada por sus impulsos más salvajes? No, está tentada por una curiosidad intelectual -quiere saber más. ¿Y por qué no debería ella estar interesada en conocer más? Aunque, para estar seguro, se espera de uno que no sea demasiado curioso; todos somos castigados por ser demasiado curiosos.
Basta que Eva le diga a Adán es "prueba esto, es bueno", para que él se vaya con ella y pruebe un bocado de la manzana. Con lo cual aparece Dios. Adán y Eva se esconden tras los arbustos, porque ahora saben que están desnudos y se avergüenzan. Dios dice, "Adán, ¿dónde estás?" Si nos damos cuenta, Él ni siquiera menciona a Eva. Y Adán contesta, "Estoy aquí, en los arbustos, Señor. Estoy desnudo". "¿Quién te dijo eso?" pregunta Dios. "Fue la mujer", responde Adán, "la mujer me hizo comer la manzana". Y éste es el inicio de la búsqueda marital de chivos expiatorios y de la lucha de poder que continúa hasta nuestros días. Es todavía una parábola utilizable, esta historia de Adán y Eva. En el Jardín del Edén podrían haber mantenido una unión perfecta, un perfecto nosotros. Por supuesto,también estaban desnudos allí pero no les molestaba en lo más mínimo. Entonces comieron la manzana, ¿y qué descubrieron? El conocimiento del bien y del mal, y el conocimiento de que morirían. Éste era el conocimiento prohibido que podría hacerlos como Dios. Ahora Adán y Eva se miran el uno al otro, y ellos "saben" que están desnudos. Así que se ponen las primeras hojas de higuera.
Siempre se ha dicho que lo que sintieron era vergüenza. Su nueva conciencia-de-sí-mismos sobre su desnudez es el comienzo de la vergüenza sexual, y esto continuó con la guerra judeo-cristiana sobre el placer sexual. Quizás fue así, pero a mí me gustaría añadir algo a esta noción. Creo que ésta pudo haber sido también la primera experiencia de decepción íntima. Quizás Adán y Eva se miraron ahora el uno al otro con la conciencia de cambio y muerte y vieron por primera vez en la desnudez del otro las señales de la edad y la decadencia. Y se dijeron el uno al otro "¡Oh, tú no eres realmente como pensaba que eras! Ya tus pechos están empezando a caer un poco... Ya te está saliendo un poco de barriga". Hay todavía vergüenza en esto, pero también decepción. Es lo que pasa en toda relación cuando ambos abandonan la fase del sauce llorón, el canto de los pájaros y la luz de la luna, en otras palabras, cuando pasan del estado extraordinario que llamamos amor romántico al amor común. Ésta es una transición muy difícil, y creo que nuestra cultura necesita bastante desesperadamente apoyar esto creando nuevas historias que nos ayuden a vivir un amor común en el contexto de la vida cotidiana. Esto podría ser lo que significa amar en el aquí-y-ahora. Uno puede ver dificultades en esto, por supuesto: una cosa es decirle a tu pareja "te quiero apasionadamente", "te quiero con locura", pero, ¿cómo decirle a alguien "te quiero comúnmente"? Llevar esto a cabo, una vez que el encaprichamiento amaina, puede ser la más heroica obra de arte.
Soy un terapeuta Gestalt que tiende a evitar el lenguaje especializado de la Terapia Gestalt cuando escribo, aunque obviamente tengo que hacer referencia a él cuando enseño. Y soy un psicólogo que tiende a alejarse, siempre que sea posible, del lenguaje técnico de la psicología. Empecé mi vida intelectual escribiendo poesía y estudiando literatura, y tomé esas asignaturas en dos universidades americanas. Me disgustan enormemente el trato y la jerga abstracta con la que la psicología y las ciencias sociales abordan la situación humana. Así como me gustaría complementar el mito de un amor romántico extraordinario con un romance de lo ordinario, me gustaría también restaurar el lenguaje ordinario para el ejercicio de la psicología y la psicoterapia. Esto me da un parentesco con un famoso ciudadano de Viena, Ludwig Wittgenstein, quien insistió en que los filósofos utilizaran el lenguaje de nuestra conversación cotidiana con el fin de traer la filosofía a casa desde su vuelo abstracto por la estratosfera metafísica.
Pero dejadme recurrir de todas formas a un poco de jerga de Terapia Gestalt para todos aquéllos de vosotros que estáis familiarizados con sus términos. Quizás es obvio que cuando hablo sobre el sueño de un "nosotros" fusionado, creado en aras de la certeza en el amor, estoy hablando de una importante instancia de lo que en Terapia Gestalt se llama confluencia. La Terapia Gestalt define la confluencia como el modo de unión que carece de conciencia de la frontera que separa a los seres o entidades y que permite conservar las diferencias que los distinguen en el acto de unión. Y la idea de vida en el Edén, nuestro mito más famoso del "nosotros" original, implica la ausencia de un límite así. Que el Edén es un estado de confluencia fijada queda claro por el hecho de que es totalmente estático y sin conflicto, una condición en la que todas las necesidades son satisfechas sin esfuerzo. Podríamos decir que este jardín arquetípico representa la confluencia esencial y perfectamente sana entre padres e hijos que supone la primera etapa del desarrollo humano. Pero después de eso, allí ya no ocurre mucho más. Demos gracias a Dios por la manzana.
Habida cuenta del desagradable descubrimiento de que estamos solos y de que vivimos en el tiempo, donde nada permanece igual, quizás siempre necesitamos recordarnos a nosotros mismos que también vivimos nuestras vidas contra un fondo de confluencia. Este fondo se compone de nuestra inserción en la naturaleza y nuestra dependencia de la conexión con los demás. Aunque estamos solos en última instancia, en el mundo también estamos en casa, en virtud de este fondo confluyente. En momentos de absorción en el otro apasionada o mística, el sentido de conexión se convierte en el primer plano. Ambos, la soledad y el tiempo, parecen desaparecer. Es un bonito lugar para visitar, pero no puedes vivir allí.
El problema con nuestro mito tradicional del amor romántico es que implica una fijación de la confluencia en primer plano. El resto de la vida tiende a ser relegada a segundo plano. Vas a una fiesta y ves a una pareja que conoces cogida de la mano. Siguen cogidos de la mano durante el resto de la noche y tú piensas para tus adentros, "¿No es maravilloso? Todavía se aman lo suficiente después de veinte años de matrimonio como para ir cogidos de la mano toda la noche". Pero cuando te acercas y le dices a uno de ellos, "¿Cómo estás?", el otro contesta, "Ella está bien". Y desde esta nueva perspectiva miras más detenidamente a sus manos entrelazadas y te das cuenta de que sus nudillos se están poniendo blancos. Es un aferramiento mortal, un estado inamovible al que nosotros llamamos una gestalt fijada. Este tipo de fijaciones son siempre la base de la patología en la Terapia Gestalt. Esta pareja con las manos cogidas es como mirar una puesta de sol. Cuando la miras por primera vez, puede ser una visión estupenda de una belleza vital, pero si te mantienes mirando, los nervios ópticos y los músculos comienzan a fatigarse, y la excitación desaparece de tu mirada. Lo que otorga a la puesta de sol su viveza, su particular grandeza, desaparece de tu mirada y realmente ya no la ves más. La fiesta se convierte en un funeral.
El riesgo profesional del amor romántico es que es tan emocionante, como una hermosa puesta de sol entre dos personas, que las parejas se ven tentadas a hacer de él una gestalt fija. El resultado es un "nosotros" congelado, dos personas mirándose entre sí hasta que ya no se ven la una a la otra. Y su vida juntos parece aburrida y monótona y muerta. En este punto pueden empezar las luchas de poder entre ellos llevadas por la ansiedad, si no por otra razón; al menos así pueden demostrar que están todavía vivos. Ciertamente podríamos utilizar un mito del amor basado en un conjunto de imágenes y posibilidades diferente. En Terapia Gestalt nos gusta insistir en que el contacto entre las personas necesita incluir el respeto por sus diferencias, lo cual enfatiza la separación tanto como la unión en cada encuentro. Insistir en la separación, junto a un fondo y a momentos de estar juntos confluentemente, da un respiro al amor, y permite a ambos el sí y el no que siempre debe existir entre dos personas y, por lo tanto, resucita el sentido de que el amor puede ser un acto contínuo de libre elección.
Pero el amor basado en la libertad de elegir -la libertad para permitir que las cosas cambien, la libertad de estar solos o juntos tal como uno desea- puede llegar a sentirse como arriesgado y ansioso, especialmente para aquéllos que dependen en gran medida del vínculo entre el amor y la dependencia. La ruptura de la confluencia romántica puede también abrir las puertas de la violencia. En mi país se puede leer en los periódicos con demasiada frecuencia sobre alguna mujer o novia más que ha dicho, "Te dejo. Ya he tenido suficiente. Estoy harta. Hasta aquí." Como consecuencia, es encontrada muerta a golpes o de un disparo. Su marido o novio le ha respuesto, en efecto, "Si yo no puedo tenerte, nadie puede". Quizás esto nos muestra, entre otras cosas, que la reivindicación tradicional de que las mujeres son el sexo dependiente es una mentira cultural conveniente, propagada por los hombres y, hasta tiempos recientes, suscrita por la mayoría de las mujeres. Me parece que sólo la dependencia en una relación puede llevar a un hombre a recurrir a esas medidas violentas y desesperadas. Éstos no son precisamente actos de amor.
Lo que hay implicado cuando un hombre exige a una mujer que se quede a toda costa es hasta demasiado obvio. Sugiere que los hombres puede que sean el sexo más dependiente al fin y al cabo, dependientes de las mujeres para servirles como madres. Así como las mujeres necesitan continuar adentrándose más plenamente en su propio poder, lo cual lo han venido realizando como un movimiento organizado en los últimos veinticinco años, los hombres necesitan un movimiento propio que les ayude a aprender a separarse psicológicamente de su desesperada hambre de amor-odio hacia sus madres. Entonces podríamos tal vez estar preparados como cultura para imaginar historias de amor basadas en un mejor equilibrio entre la entrega al espíritu colectivo y la decisión de no seguirlo, entre la expresión de uno mismo y el trabajo en equipo, entre honrar las propias necesidades y honrar las de los demás. Os pregunto, ¿para qué vale la pena el amor si no incluye estas libertades?
Michael Vincent Miller
Traducido en el Laboratorio de Traducción de Gestaltnet.net
Coordinadora de la traducción: Raquel Quinto Gómez
Colaboradores: Carmen Del Barrio Porto, David Picó Vila
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