Las interrupciones del contacto
Toma de contacto, introyección, proyección, retroflexión, confluencia, egotismo.
"La regla es: jamón ayer y jamón mañana, pero nunca jamón hoy."
La Reina Blanca en A través del espejo (Lewis Carroll)
Las interrupciones del contacto de las que hablaré en este capítulo se producen en la fase de toma de contacto. Son la introyección, la proyección y la retroflexión. Hay dos fenómenos más que se consideran interrupciones del contacto: la confluencia y el egotismo. La primera tiene lugar en el precontacto y la segunda justo antes del contacto final. Los capítulos La confluencia y El egotismo, respectivamente, están dedicados a ellas.
Las interrupciones del contacto son "la elección (creativa) del Yo de evitar el desarrollo de la excitación durante las distintas fases del ciclo de la experiencia de contacto con el entorno, con la finalidad de evitar la experiencia que provoca la falta de apoyo para aquella excitación.'' [Margherita Spagnuolo Lobb, Psicoterapia de la Gestalt, p. 116, Ed. Gedisa, 2002] Se llaman "pérdidas'' o "perturbaciones'' de la función Yo porque en ellas la función Yo pierde su capacidad de llevar adelante el proceso de contacto. Como elección creativa, todas ellas tienen un funcionamiento sano que se hace evidente cuando la retirada del contacto es una buena solución para el organismo, por ejemplo en caso de un peligro real, y un funcionamiento patológico, en el que la interrupción del contacto responde a un intento frustrado de resolver situaciones inacabadas. Lo patológico de esto es que la interrupción del contacto impide explorar un entorno que podría satisfacer la necesidad con un ajuste creativo adecuado. La diferencia fundamental entre la interrupción sana y la patológica es el awareness que tiene la persona, lo consciente que es de estar interrumpiendo el contacto.
Un ejemplo simple y rápido de las interrupciones sería el siguiente: estoy en una fiesta y quiero bailar con una chica. ¿Cómo sería el proceso? Si me interrumpo en el momento de la confluencia, ni siquiera llegaría a sentir que tengo ganas de bailar. Ahí acaba la cosa. Sin embargo, si empiezo a notarme las ganas de bailar en el cuerpo y me asusto, podría interrumpirlas con un introyecto: "yo nunca bailo''. Si finalmente admito que tengo ganas y que lo debería probar, puedo entonces mirar a la chica pero no atreverme ni siquiera hablar con ella, proyectando que "ella no quiere bailar conmigo''. Si considero que quizá ella sí quiera bailar conmigo, a la hora de acercarme a preguntarle me puedo cortar: me coloco en un rincón, de manera que me vea, y empiezo a bailar conmigo mismo con la esperanza de que ella venga a pedírmelo a mí. Se esto no funciona, al final me lanzo, me dirijo a ella y le pregunto si quiere bailar conmigo. Aún estoy a tiempo de interrumpir la experiencia: si me dice que sí, puedo bailar sin implicarme al cien por cien, mantieniéndome tenso y alerta por si acaso; si me dice que no, puedo hacer como que me da igual y buscar otra actividad rápidamente para evitar sentir el disgusto que me he llevado. Vivir el contacto sería diferente: o bailar con ella metiéndome de lleno en el baile, o meterme de lleno en el disgusto hasta que se me pase, con sufrimiento pero con dignidad. En ambos casos tendría una experiencia plena que me produciría crecimiento. Con las interrupciones anteriores me quedo a medio camino.
La introyección
La introyección aparece cuando la propia necesidad comienza a hacerse presente y a aflorar en la consciencia. Si el entorno no apoya el desarrollo del deseo, el Self se apropia del deseo de otro. La persona sustituye su propia necesidad por la necesidad de otro. Este mecanismo se llama "introyección''; el elemento ajeno que se vive como propio es un "introyecto''.
La introyección es necesaria a veces para incorporar elementos del entorno. Por ejemplo, las normas de un juego necesitan ser introyectadas, memorizadas "en crudo'' hasta que con la experiencia se van asimilando y el jugador no necesita pensar ellas deliberadamente para jugar. Están integradas. Lo mismo pasa con el aprendizaje de una segunda lengua. Al principio, y durante mucho tiempo, hay que introyectar sus reglas, su fonética y su vocabulario. Sólo con mucha práctica puede uno dominarlo y considerarse bilingüe. En estos ejemplos, la función Yo introyecta elementos externos como paso previo a la asimilación. De alguna manera, la introyección viene a hacer una función parecida al buche de algunos animales: una cavidad donde se puede almacenar comida e irla reblandeciendo hasta que la digestión sea posible.
La introyección patológica se da cuando el elemento introyectado no puede ser traído de nuevo a la consciencia para ser agredido, cuestionado. Me lo he "tragado'' entero y ya no sale. Permanece en el cuerpo como un cuerpo extraño.
Hay muchos ejemplos de posibles introyectos: los proyectos paternos respecto a cómo ha de vivir su vida el hijo pueden ser introyectados por él y acabar siendo experimentados como propios, sin realmente hacer el trabajo de desmenuzarlos y quedarse sólo con lo que realmente desea para sí; las normas respecto a qué y qué no se debe hacer en un contexto social se pueden introyectar y la persona puede acabar viviendo en términos de "debo/no debo'' en vez de "quiero/no quiero''; incluso las percepciones corporales se pueden distorsionar a través de los introyectos: yo a veces siento necesidad de comer porque son las dos e interpreto que tengo hambre, pero esa hambre no es real: es un efecto de mi introyecto "se come a las dos''.
La proyección
Una vez la excitación se ha puesto en marcha, y si no se ha interrumpido mediante una introyección, el organismo se tiene que confrontar con el entorno, tiene que mirar fuera. La información que proporciona el entorno es incompleta y se hace necesario "completarla'' mediante la información previa de que se dispone. A esto se le llama "proyección''.
La proyección es necesaria para vivir. Nuestra capacidad de inferir nos permite predecir qué puede pasar en el entorno. Para conducir un coche, por ejemplo, necesitamos ser capaces de predecir qué harán los otros conductores a partir de muy poca información. Una pequeña sacudida en el vehículo de delante, por ejemplo, nos puede alertar de un peligro inminente y advertirnos de que debemos frenar. En las relaciones con los demás necesitamos grandes dosis de ``presuposición'' respecto a qué van a hacer y qué no, para no tener que estar obsesivamente pendientes de cada mínimo movimiento.
Sin embargo, la proyección se hace patológica cuando nos hace incapaces de ver más opciones en el entorno que las proyectadas. Esto ocurre cuando hemos vivido en un entorno que no fuera capaz de acoger nuestra excitación. Si, por ejemplo, nuestro entorno ha sido en algún momento incapaz de contener nuestra ira permitiéndole que se exprese, una manera de evitar asumir esa ira es proyectarla en los demás: son los otros los agresivos, no yo.
La retroflexión
Cuando se ha localizado qué hay en el entorno que nos puede satisfacer la necesidad, es necesario "ir hacia'': agredirlo y destruirlo para que la asimilación sea posible. Si consideramos, erróneamente o no, que el entorno no puede proporcionarnos lo que necesitamos, podemos poner en marcha el mecanismo de la retroflexión y ejecutar la acción sobre nosotros mismos. En otras palabras, el organismo se toma a sí mismo como entorno al que agredir.
La retroflexión puede ser una interrupción sana. Por ejemplo, puede ser necesaria cuando el entorno realmente no puede satisfacer mi necesidad. Si me entran ganas de acariciar a mi pareja o que ella me acaricie, pero ella no está, puedo retroflectar la caricia y acariciarme a mí mismo mientras me acuerdo de ella. Si tengo que decirle algo a alguien, puedo prepararme para ello, como si fuese un ensayo, diciéndomelo a mí mismo y escenificando el diálogo en mi cabeza. En general, las formas sanas de la retroflexión son una preparación para la acción.
Sin embargo, una experiencia continuada de un entorno no nutritivo puede fijar la retroflexión y convertirla en patológica. La persona ya no va hacia el entorno, sino que hace de entorno de sí misma, queda autocontenida: se agrede en vez de agredir a los demás, se masturba en vez de buscar un contacto sexual, se enzarza en pensamientos obsesivos en vez de hablar con quien necesita hablar, canturrea para sus adentros pero es incapaz de cantarle a alguien, etc.
En terapia
Las interrupciones patológicas del contacto acaban teniendo una repercusión en el cuerpo. Para mantenerlas hacen falta unos patrones de tensión corporal que acaban convirtiéndose en la fisiología secundaria. En la introyección, por ejemplo, puede haber dificultades con la náusea. La proyección que ve al entorno como agresivo cronifica una postura defensiva: hombros tensos, mirada de alerta. En la retroflexión el cuerpo se puede ver afectado de muchas formas. Las enfermedades somáticas, por ejemplo, son una forma de autoagresión del cuerpo y pueden originarse en una retroflexión de la agresión.
En terapia intentamos ayudar a la persona a completar sus procesos de contacto. En el ejemplo del chico que quiere bailar que puse al principio, los terapeutas querríamos ayudarle a llegar al final de la experiencia, quiera finalmente bailar la chica o no. En la sesión de terapia el terapeuta es el entorno del paciente y como tal ha de procurar el apoyo necesario en cada momento para que el proceso de contacto se pueda desarrollar. El artículo de Marghertia Spagnuolo Lobb Un apoyo específico para cada interrupción del contacto es extremadamente clarificador a este respecto.
En mi experiencia
El proceso que he seguido durante los dos últimos años, para el cual ha sido muy importante la formación y la terapia personal, ha tenido que ver con la destrucción de mis introyectos. En particular, en este tiempo he tenido que revisar mis conflictos con mi orientación profesional. Hace unos años estaba sudando tinta para acabar una tesis doctoral sobre traducción por ordenador, con la que pase las de Caín. Cada vez era más evidente que yo no quería hacer aquello. ¿Y por qué estaba allí? Poco a poco fueron revelándose toda una serie de introyectos relativos a cómo debía ser yo, o mejor dicho, cómo creía que debía ser: profesor de universidad, ingeniero, investigador brillante, reconocido, etc. Para poder acabar la tesis, por ejemplo, tuve que pasar por una fuerte crisis en la que llegué a confrontar la posibilidad de no acabarla, que hasta entonces había sido inimaginable. Después de eso necesité un año para hablar con mi director de tesis y decirle que ya no quería seguir investigando. Y necesité otro año más para decidirme a pedir una reducción de jornada en la Universidad y hacer así los primeros pasos para, eventualmente, dejarla. Cada uno de estos pasos ha necesitado una crisis para romper la imagen que tenía de mí mismo y rehacerla a mi gusto. Me sigue interesando la Informática y la investigación pero ya no son algo a lo que debo dedicarme. Ahora son recursos que tengo disponibles para usar a mi conveniencia cuando necesite.