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Influencia y cambio

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Influencia y cambio

Mi mirada desde la terapia Gestalt

02 Diciembre 2015
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Abstract: La influencia del terapeuta es una cuestión que siempre me ha preocupado y sigo prestando mucha atención en consulta. Consideró que es un asunto delicado en tanto que las personas que acuden a consulta van a depositar en nosotros su sufrimiento, lo que ellos perciben como sus debilidades, dificultades... Esperando que nosotros podamos darles la respuesta, las soluciones a sus males, considerándonos expertos de la vida. Esto nos sitúa en un lugar complicado, éticamente hablando, en tanto que nos podemos situar como jueces de "lo bueno y lo malo", olvidando que nuestra función no es transmitir cuál es nuestra manera de vivir, sino facilitar que la persona encuentre cuál es la mejor manera de vivir su vida.

 

 

Buenas tardes, para los que no me conocéis, soy Eva Maurí, del grupo Gtv7-8 y mi tesina se titula “Influencia y cambio. Mi mirada desde la terapia gestalt”.

En la presentación voy a centrarme en qué me ha motivado a elegir este tema, aspectos concretos sobre la influencia vista desde la perspectiva de campo y  la teoría del Self y las reflexiones y conclusiones finales. Quiero clarificar que mi trabajo es más una reflexión, donde me he planteado y me sigo planteando muchas preguntas, interrogantes que hoy voy a compartir con vosotros.

No fue tarea fácil para mi elegir sobre qué escribir. Empecé a barajar posibilidades, a mirar qué despertaba mi curiosidad, de qué estaba yo atenta en los encuentros con mis pacientes. Apareció cómo ellos influyen en mi (me hacen pensar en cómo haría yo en su lugar; reflexionar sobre asuntos que yo no tenía en consideración) y cómo les afectaba yo a ellos. Algo que siempre me ha preocupado y ha guiado mi manera de hacer psicoterapia ha sido ejercer influencia sobre los pacientes, sentir que, de alguna manera, les estoy diciendo “mejor, haz esto” o cualquier cosa que pueda coartar su libertad de elección. En mis intervenciones, intentaba influir lo menos posible, con el objetivo de que fuera la persona quien tomara decisiones, quien eligiera. Y empezaron a surgir preguntas: “¿cómo les afecta mi presencia en tanto que terapeuta en sus vidas? ¿Les influyo yo de alguna manera? ¿Mi presencia coarta la libertad de elección del paciente?”.

Suelo describir la psicoterapia como el proceso en el que vamos a intentar devolver a la persona su capacidad de elegir, restaurar la función yo (teniendo también en cuenta el resto de funciones, personalidad y ello), por lo que he pasado gran parte de mi trayectoria como psicoterapeuta ocupada en influir lo menos posible a mis pacientes, aferrada a uno de mis estandartes, “la libertad para elegir”. He procurado quedar siempre al margen cuando tenían que tomar decisiones en sus vidas... hoy me doy cuenta que la influencia tiene matices, un amplio abanico de posibilidades y es imposible no influir… ¿Cómo estar presente sin estar?

Mi temor iba más dirigido hacia el no querer ser introyectada, a que se cogieran mis palabras y se las llevaran a sus vidas, sin tenerse en cuenta a sí mismos, sin llegar a hacer el análisis o la digestión de estas, sin mirar qué es lo que eligen para incorporar y qué se queda fuera.
Tengo claro que, si acuden a psicoterapia, es para que algo cambie y para que yo, en tanto que psicoterapeuta, haga algo que facilite que esto suceda. Pero mi intención era hacerlo sin ser yo quien les aconsejara o les guiara, que fueran ellos quienes decidieran siendo libres, que encontraran la manera de hacerlo por ellos mismos. ¿Nos estaba situando en el paradigma individualista? ¿Los estaba dejando sólos?

Quiero rescatar unas palabras que me dijo una paciente a propósito de mi manera de trabajar con ella:
“Sé que me pediste una explicación sobre mi apreciación de la manera que has tenido de llevarme de la mano. He apreciado muchísimo, a posteriori, tu discreción en tus intervenciones. Quiero decir, que en ningún momento me has dado la impresión de saber la respuesta adecuada ni de querérmela imponer, aunque yo te la pedía a gritos. Cuando estaba muy hundida, esta “pasividad” tuya me molestaba, porque hubiese querido que me dijeras claramente “Toma este camino, haz esto o haz aquello”, pero no lo hiciste así, sino que con tus reflexiones y preguntas, dejabas sembrada en mi una semillita que iba germinando poco a poco y haciendo, que era yo quien iba encontrando mi solución y mi camino, de manera que he ido superando mis angustias y mis miedos y encontrando respuestas dentro de mí a todas las preguntas que me hacía. Has tenido siempre confianza en mi capacidad de recuperación, aunque yo me sintiera tan dentro de la oscuridad. Y tu mensaje de que los procesos dolorosos no se tienen que rechazar, sino aprovechar, caló en mí y ahora soy consciente de que el proceso de la separación terapéutica, que para mí fue brutalísimo [sic] (recuerdo aun en mi cuerpo las sensaciones de desgarro interior que sufrí) y que rechacé en más de una ocasión, era necesario justamente para romper el círculo en el que estábamos P. y yo, porque era preciso que pasáramos esta amputación física uno del otro para encontrarnos cada uno.
Y en todo momento sabía con certeza que estabas a mi lado, que te podía pedir socorro y al poco tiempo estabas con tu serenidad que me tranquilizaba.”

Estas palabras me hicieron reflexionar mucho en su día, emocionarme y sentir que ésta era la manera en la que quiero hacer terapia, el lugar que yo quiero ocupar y el modo en el que quiero intervenir, así como tomar conciencia de las veces que no lo hago, o que no sé cómo hacer.

¿Cómo elegir sin ser presa de las circunstancias? ¿Cómo hacer para no ser, como terapeuta, parte de la situación? Si el paciente nos busca, ¿será para que  formemos parte de su momento, por la función que podemos hacer?
Todo esto me lleva hacia el “cómo” estar para el otro, cómo ser una influencia útil.

Inicié este trabajo teniendo presente que me interesaba, y me sigue interesando, la influencia como elemento de campo: no sólo cómo mi presencia puede influir en el otro, sino también cómo su presencia influye en mí, y cómo ésto nos afecta a los dos cuando nos encontramos.

Construimos quienes somos gracias a los otros, nuestras necesidades aparecen al encontrarnos con el entorno, en el campo que nos envuelve y elegimos teniendo en cuenta todo esto. Nuestra intervención nace de la presencia del paciente, y, de igual manera, sus palabras, sus actos, de nuestras palabras y actos… Como dice Michael Vincent Miller recordando al PHG: “No podemos sacar algo de la nada” .

Antes de iniciar este trabajo, para mi la influencia, ejercer influencia, estaba relacionada con posicionarse por encima del otro. Buscar definiciones del término y reflexionar sobre lo que iba encontrando, me hicieron cambiar de opinión y entender que la influencia tiene un amplio colorario y según cómo la pongamos en acción va a hacer que la persona se coloque respecto al otro: por encima, de igual a igual o por debajo. Hoy entiendo que la influencia es el impacto que tiene el entorno, la situación, el otro, en nosotros y viceversa, cómo nos imprimimos este impacto. Son estos impactos los que van a producir efectos, cambios.

Escribir sobre esto me ha ayudado a tomar consciencia sobre cómo quiero estar, en tanto que psicoterapeuta, con el paciente y cómo el encuentro que se dé entre ambos, la calidad del encuentro, nos ayudará a cambiarnos, a redefinirnos, a no quedar fijados en ciertas maneras de hacer, a cambiar la manera de relacionarnos.
Si este cambio se produce, si somos capaces de introducir flexibilidad en la manera de relacionarnos, de introducir ajustes creativos, si somos capaces de aceptar que influimos y somos influidos, este descubrimiento nos abre el camino al cambio social.

Entiendo que para la terapia gestalt hay una distinción entre poder y control. Desde la gestalt, hablamos de poder como potencia, por lo que el poder de influencia sería el potencial de co-construir; mientras que cuando la persona siente que no tiene el poder de alcanzar al otro, de influirle, toma el control como herramienta para ser visto por el otro. A mis ojos, el control está relacionado con la autoridad, la imposición y, por tanto, de jerarquias, de estar uno por encima del otro.

En la tesina hablo de las diferencias que podemos encontrar entre el paradigma individualista y el de campo, hoy voy a centrarme sólo en el de campo.

Si algo tengo claro, desde esta perspectiva y desde la experiencia personal, es que no podemos separar qué y quiénes sómos del entorno que nos envuelve.
Lo que aparece en nuestras vidas, tanto como terapeutas, pacientes, o simplemente, como personas, surge del intercambio social.
En palabras de J.M Robine, “es en la relación, en la intersubjetividad, en el diálogo en donde se construye esta realidad, y no en una única psique”.

Bajo nuestra teoría, hablamos de desplegar la experiencia y no enjuiciar, sino “curiosear”. Es querer entender, querer saber cómo sucede, dar luz para ver mejor qué y cómo pasa para el paciente y para el terapeuta en tanto que entorno y, con ello, poder dar un paso más hacia la vivencia completa de la experiencia. Con este desplegar, ejercemos influencia horizontal, ayudamos al paciente a que se detenga y observe la intencionalidad de sus actos y decida si quiere hacer cambios o no.

Es con este paradigma que el terapeuta deja de ocupar el lugar de experto, deja de ser un espectador, un crítico que, al finalizar la historia, emite su valoración, para ser participante activo, co-constructor, co-creador de la situación, para ser un actor más en la escena.

¿Cómo hacer con la influencia en nuestra manera de hacer psicoterapia? El terapeuta no es ajeno al paciente, no es un libro al que acudir para saber cómo hacer, no es quien tiene exclusivamente las respuestas de lo que está sucediendo. Serán ambos, paciente y terapeuta, quienes vayan construyendo el mejor método para la persona. Por tanto, hablaríamos de una influencia horizontal, de igual a igual, donde ambos nos podemos tocar y alcanzar, en contraposición con la influencia vertical de la que hablo en la tesina, que se ejerce desde el paradigma individualista.

¿Puede ser la influencia ejercida por el terapeuta una puerta con la que abrir más posibilidades de ser para el paciente? 
Esta idea se contrapone con mi temor respecto a ejercer influencia, que influir pudiera cerrar opciones en vez de abrir, a la vez que soy consciente de que, según cómo la ejerzamos, puede darse una u otra opción, abrir o cerrar posibilidades.

Veamos ahora la influencia en la Teoría del Self. Voy a ir a lo esencial, contándoos mis hipótesis sobre qué puede estar pasando con la influencia en cada modalidad de contacto.

En el precontacto, organismo y entorno van a permitir que el otro les influya, reconociendo su presencia y realizando movimientos para introducir a este otro en la situación.
En este punto, cuando una nueva experiencia empieza a generarse, nos podemos encontrar con la confluencia. Si ésta aparece en su modalidad de interrupción, ¿hablaríamos de la imposibilidad o bloqueo de ejercer influencia entre organismo/entorno? 

El self está sumido en una nebulosa, incapaz de ver lo que le rodea en el momento actual, en el aquí y ahora, todo es confusión, no hay sensación corporal. En este punto, en apariencia nada mueve al organismo, nada lo toca, no hay impacto posible. ¿Es como si no existiera el entorno actual? ¿como si entorno pasado y organismo estuvieran totalmente fusionados hasta tal punto que la diferenciación es imposible y el organismo no puede pasar al momento presente? 

En mi opinión, la confluencia patológica habla más de una “negación del entorno” presente aquí y ahora. La persona está fijada en una experiencia pasada, como si el entorno del instante presente no existiera. Por lo tanto, no hay nada de lo que diferenciarse, no hay nada que me pueda tocar, atravesar, hacer sentir y despertar necesidades. La persona está fusionada con la experiencia anterior.

Si hay impedimento para que una nueva figura emerja, se está intentado que el entorno actual no influya en nosotros, no se está reconociendo su existencia, al menos, no plenamente.

Por tanto, la confluencia va a dificultar el ejercicio de influencia mutua entre organismo y entorno, ya que favorece la retirada del organismo en la vivencia pasada y el no-contacto del entorno actual.

En la toma de contacto, la persona puede identificar cuál es el deseo, dando poco a poco el sentido a las sensaciones que va sintiendo en el cuerpo, identificando hacia qué o hacia dónde le mueven estas sensaciones. El organismo, gracias a la participación del entorno, puede ir dando sentido y dirección a las sensaciones corporales que se despertaban en la fase anterior.

¿Qué puede suceder en este punto? 
La excitación se encuentra con la introyección, donde el contacto se vea afectado por los introyectos. 
En el introyecto, el organismo se ha atribuido algo que pertenece al entorno (el deseo, una idea, sensación, etc) pero sin ser una elección de la persona, sino, más bien, una “imposición” del entorno. El organismo no somete a escrutinio lo que le viene dado por el entorno, lo asume sin más, sin valorar si es lo que quiere, lo mejor para él, sin agredirlo ni “digerirlo”, sin decidir si encaja con lo que la persona es o quiere para sí.
De tal modo que la respuesta no es co-creada, sino que viene dada por el entorno, los otros, lo que vengo definiendo como “influencia vertical”. Es el entorno quien le dice al organismo lo que necesita, quien sabe lo que es mejor para él, sin tener en cuenta lo que el organismo siente y necesita.

Si la persona sale de la confluencia, empieza a sentir la necesidad. En este momento, puede no haber suficiente apoyo en el campo que ayude a sostener la excitación que generael deseo. Si no se puede sostener la excitación, dedicar tiempo para valorar las posibilidades, puede generarse un alto nivel de ansiedad. 
La falta de apoyo es demasiado angustiante para ambos, organismo y entorno, por lo que el introyecto “salva” la situación, rescata de lo insoportable. 

Es en esta modalidad de contacto donde nos podemos encontrar con mayor claridad bajo la influencia vertical del entorno hacia el organismo. Los introyectos están alimentados por la influencia que ejercen los otros sobre nosotros cuando nos dicen lo que esperan de uno mismo, qué es lo mejor sin tener en cuenta lo que el individuo quiere para sí y sin que pueda cuestionar estas ideas, quién es y qué necesita.

En mi opinión, es esta modalidad de contacto con la que más cuidado debemos tener en psicoterapia. Como terapeutas se nos puede otorgar el poder de la sabiduría, ser quienes mejor sabemos qué le conviene a la persona y, por tanto, los que tenemos la respuesta a cómo debe hacer la persona ante una situación, sin tener en cuenta si es lo que realmente le conviene, si es lo que ella quiere y si es lo mejor para ella en ese momento. 

Si la excitación que produce el deseo no ha sido interrumpida por un introyecto, el organismo, gracias a la inclusión del entorno, puede identificar la necesidad emergente, por lo que el proceso de contacto continúa y surge la emoción.
En este punto, la figura pasa del interior (organismo)  al exterior (entorno), y la satisfacción necesita de ambos para poderse llevar a cabo.
Para que haya emoción, organismo y entorno deben estar claramente diferenciados, a la vez que relacionados, en tanto que la persona siente la necesidad y el entorno ofrece posibilidades de satisfacción. Tal y como yo lo entiendo, la emoción es el choque de dos mundos, el del organismo y el del entorno, en una galaxia que sería el campo. Y se requiere que ambos, organismo y entorno, se influyan para que la emoción pueda surgir.
En este momento de encuentro y ajuste entre organismo y entorno puede aparecer la proyección. 
Con ella, el organismo evita la novedad de la situación, sustituyendo lo desconocido del otro por lo conocido propio. Este movimiento facilita que el organismo se acerque al entorno de una manera más segura, sin la gran angustia que puede despertar el abismo de lo no-conocido.
El organismo coloca fuera, en el entorno, la historia conocida propia o emociones que le son difíciles de sentir, bloqueando cualquier movimiento que pueda venir de ahí. ¿Intenta que el entorno no le influya? El organismo toma el control, mientras que en el introyecto es el entorno quien toma el control.
Si el organismo proyecta en el entorno sus propias emociones, como si vinieran de allí, ¿cómo se están influyendo organismo y entorno?

En tanto que el organismo no es capaz de reconocer las emociones que siente o le despierta el entorno, no está admitiendo que el entorno hace impacto en él y, por tanto, no permite que le influya, no reconoce que le “afecta”, que tiene capacidad de tocarlo, atravesarlo y producir cosas en él. Con esto, la persona no puede ver que el entorno tiene cosas que ofrecerle, se crea una barrera entre ambos que impide que el organismo alcance al entorno y viceversa. No pueden formar parte el uno del otro, no pueden influirse.
Si el organismo no es capaz de reconocer que está afectado por el otro, que despierta emoción en él, será difícil que el encuentro entre ambos pueda continuar, ya que no será capaz de identificar qué del entorno le puede satisfacer, no podrá tomarlo, fusionarse, enriquecerse, nutrirse y crecer. Ni él, ni el entorno.

Si el entorno influye en la situación, ¿el organismo siente que pierde poder? ¿La proyección es la manera en la que el organismo se “defiende” de la posibilidad de ser influido por el otro, ya que esta influencia significaría una pérdida de poder?

Salvada la proyección, organismo y entorno continúan en el proceso de identificar y alienar posibilidades hasta  encontrar la mejor opción para ese momento dado. Pero, de nuevo, puede aparecer la angustia, la ansiedad, demasiada excitación, y el movimiento que se dirigía hacia fuera, el “ir hacia” el entorno, el mundo, para satisfacer el deseo, puede modificar su dirección y volver hacia el individuo.  Estaríamos ante la retroflexión.

¿Hablamos aquí del miedo del individuo a influir en el entorno? ¿A ser demasiado? ¿A que la intención de influir acabe siendo demasiado para el otro y sea más una imposición?

En mi propia experiencia y en la de gran parte de mis pacientes, la retroflexión es debida a percibirse como una gran potencia, con el temor de ser devastador, ser una arma de destrucción masiva. La percepción que tiene la persona de ser potente es cierta, ya que cualquier movimiento que haga cambiará el instante que está viviendo, cambiará al entorno y al campo. El error está en asumir que esto va a ser necesariamente devastador.

El temor de ser demasiado, de que la influencia que se va a ejercer esté más en la línea de control, de anular al otro, de aniquilar, ¿nos hace pensar que vamos a quedarnos solos? Ante esta posibilidad, es el propio individuo quien bloquea su propia influencia.

Cuando la agresividad de ir hacia y tomar es percibida como violencia, emerge una necesidad de protección hacia el otro y hacia sí mismo. Esta necesidad de protección, ¿es para no aniquilar al otro y, por tanto, no quedarse sólo? El individuo no se da cuenta de que, al quedarse fijado en la retroflexión, se está quedando sólo igualmente. Al no poder hacer el movimiento de tomar, no puede incluirse en el entorno ni incluir al entorno.

¿Hay en la retroflexión una falta de compromiso del individuo en tanto que “no se muestra” en la situación?
Entiendo que en la retroflexión hay una falta de compromiso e implicación parcial, no total. Si el organismo no se hace presente, no puede tomar del otro, con lo que no puede llegar a formar parte del otro. Si no se forma parte, es difícil permanecer. 
¿Está el organismo comprometido en la situación bajo la modalidad retroflectiva? 
Creo que intenta estarlo, la retroflexión es su manera de estar comprometido, es de la única manera que puede hacer con el compromiso en este momento. 

¿Está el individuo pidiéndole algo al entorno mediante la retroflexión? ¿Está pidiendo al entorno que haga algo que le facilite un compromiso más activo? ¿Es la retroflexión la única manera que tiene el organismo a día de hoy para influir en el entorno? ¿Es su manera de decirle “quiero estar, quiero formar parte de ti, quiero que tú formes parte de mí, pero para ello necesito saber que tú también vas a estar, saber que no te voy a aniquilar o que tú no me vas a aniquilar a mí”? 
Si despliego mi potencial de influir, ¿podremos permanecer ambos?

En el momento del contacto final, organismo y entorno van a fusionarse en el encuentro. El self puede necesitar tomarse unos instantes, en los que permanecerá controlando su exposición en la situación para no dejarse llevar, permanecerá en una actitud deliberada para valorar si se ha hecho todo lo que se podía hacer, si se han tenido en cuenta todas las posibilidades y se han valorado correctamente con el fin de evitar algún peligro o sorpresa. A esta actitud se la conoce como egotismo.

¿Qué sucede cuando el egotismo se vuelve patológico?
Si el organismo mantiene su individuación en esta fase del contacto y no permite que el entorno pueda influir en él, el organismo va a ejercer control sobre el entorno, por lo que no va a ser posible que introduzca novedad en el self. El self no se nutre y, por tanto, el individuo no puede crecer ni cambiar. El self se siente vacío en tanto que no consigue reunir a organismo y entorno.

En la persona está el miedo al nosotros, a formar parte de la experiencia, a que, si formo parte de algo, puedo desaparecer... ¿también a que el otro sea más potente que yo? ¿A que me anule? ¿A que me pierda?

El egotismo impide la co-creación, se niega la experiencia del otro y el sentido que se da a lo vivido es construido unilateralmente.
¿Estamos bajo la modalidad egótica cuando, como terapeutas, intentamos dar soluciones al paciente? Si nos mantenemos en una postura egótica, no dejamos que el paciente nos influya, estamos ocupados en el paciente en tanto que objeto, deja de interesarnos él para ocuparnos del “problema” que trae.

Si salvamos el obstáculo del egotismo, nos encontramos en el post-contacto, es el momento de retiro en el que el self asimila el contacto y la novedad aprehendida de éste. La vuelta de lo psicológico a lo fisiológico.
Pero, el post-contacto no está exento de interrupción.
La confluencia es la modalidad de contacto que puede aparecer en este punto, intentando evitar la separación y procurando mantener al organismo en pleno contacto, rechazando la retirada.
El organismo hace “como si” el tiempo no existiera, en un intento de eternizar el nosotros, ya que la vuelta a la individuación, la separación, es demasiado angustiante. Hay miedo al abandono y a la soledad.

Esta es la misma confluencia que aparece al inicio del proceso de contacto y la que ya he abordado cuando hablaba de la fase de precontacto.
En la confluencia queremos permanecer en el contacto para seguir en un NOSOTROS, olvidando que, si dejamos que la experiencia siga su curso, si la asimilamos, el nosotros quedará inscrito en el YO, el otro formará parte de mí siempre. Mientras que si forzamos un nosotros eterno, el otro estará al lado del yo, no EN el yo.

Si quedamos anclados o atrapados en la experiencia anterior, ¿es posible una asimilación de la experiencia vivida? Si no se da esta asimilación, ¿hasta qué punto aprendemos de lo vivido y, por tanto, este hecho queda inscrito en la función personalidad? Si no se da este paso, ¿influye la experiencia en nosotros? ¿Influye el otro en nosotros?

Si estamos ante una confluencia patológica, ¿estamos ante la dificultad para afrontar la novedad?, ¿ante la dificultad para pasar del nosotros pasado al yo actual?, ¿ante el miedo a ser un individuo único y dejar de formar parte de un nosotros pasado?, ¿el miedo a un otro desconocido?, ¿el miedo a dejarse tocar y traspasar por el otro novedoso?... ¿El miedo a la influencia de algo que desconozco?

Tras escribir este texto, me pregunto si tener en cuenta la influencia que ejercemos como terapeutas gestalt y desde dónde lo hacemos (horizontal o verticalmente), nos hace tomar más responsabilidad en el proceso terapéutico. Tomar esta responsabilidad, ¿hace que estemos más implicados y comprometidos como psicoterapeutas?

Mi postura hoy es clara. Creo firmemente que debo ser consciente y tomar responsabilidad en cómo estoy influyendo cada vez que hago una intervención, cuál es el mensaje que le estoy transmitiendo al paciente.
Somos terapeutas, no omnipotentes, no necesariamente somos un modelo a seguir sobre cómo vivir la vida, por lo que la terapia no consiste en mostrarle al paciente nuestra manera de vivir, sino que él sea capaz de elegir cómo quiere vivir, cuál es la mejor manera para él.
No hay una única manera de ser sanos. Hay muchas maneras de estar sanos, tantas como ajustes creadores sean posibles. Nuestra misión es abrir posibilidades, sin indicar a la persona cuál es el camino; que tome consciencia de cómo está viviendo, del proceso, de cómo afecta al mundo y como el mundo le afecta a ella.

Litchenberg nos dice que “El gran desafío de la vida moderna es poder relacionarnos con el otro desde nuestra vulnerabilidad como seres humanos, pero que esto no signifique ceder nuestra responsabilidad como agentes, o nuestra capacidad como seres influyentes”.

A mis ojos, nuestra vulnerabilidad es, entre otras cosas, nuestra capacidad de tocar y ser tocados por el otro, y es gracias a esto, a la influencia que el otro nos produce y producimos nosotros en el otro, que podemos introducir movimiento y cambio, que podemos mirarnos y reconocernos, que nos podemos relacionar y crecer.

Jean-Marie Robine titula su nuevo libro “El cambio social empieza a dos”, una frase que me fascinó y cautivó cuando se la escuché en un taller. Me hizo tomar consciencia de la gran responsabilidad que tenemos los psicoterapeutas para con la sociedad, sea cual sea nuestra orientación.
Mi apuesta como psicoterapeuta y mi elección de la terapia gestalt como teoría en la que apoyarme se basa en entender la influencia como un fenómeno bidireccional,  en el que ambos, terapeuta y paciente, somos agentes activos, comprometidos en el acto de la psicoterapia y en nuestro papel dentro de la sociedad.
Creo en una terapia democrática, consensuada, donde ambos, terapeuta y paciente pueden expresar e influir al otro, y es de esta manera como el acto se co-crea, teniendo en cuenta a ambos, siendo vistos y reconocidos ambos.
Evidentemente, en tanto que psicoterapeuta tengo conocimientos que el paciente no necesariamente tiene, pero estos conocimientos no se basan en saber de qué manera hay que vivir, sino en abrir opciones y tener presentes las distintas posibilidades, en no olvidar que somos seres sociales, que somos quienes somos gracias a las influencias que recibimos y ejercemos. No es suficiente saber cómo los demás me afectan y cómo yo afecto a los demás, cómo me influyen y cómo influyo, sino que estas influencias van más allá, se transmiten de unos a otros. 
Debemos tomar consciencia de la importancia del acto relacional, primeramente el que se da en la psicoterapia, sin perder de vista que esto se va a trasladar a la vida cotidiana y, por tanto, que otros van a verse afectados por lo que hagamos en terapia. Y ésta es nuestra responsabilidad para con la sociedad, ayudar a la persona a tomar consciencia de cómo ella construye sociedad, cómo nuestros actos construyen la sociedad, y cómo la sociedad nos construye, cómo el cambio social empieza a dos.
Si no permitimos que el otro nos influya o no nos damos permiso para influir en el otro,  si no nos otorgamos este poder recíproco, difícilmente habrá cambio, difícilmente podremos crear una sociedad democrática, relaciones democráticas... Un mundo más sano.

Muchas gracias por vuestra atención.

 

Imagen cedida por: Israel Guiot

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