Implicaciones sociales de la Terapia Gestalt
Lo que me importaría dibujar, introducir y, sobretodo, discutir aquí, no concierne tanto a los diversos compromisos que los unos y los otros pueden tomar en la ciudad, a las funciones sociales que podemos ejercer a través de nuestros roles, como al conjunto de las consecuencias sociales que van ligadas a la forma de terapia que proponemos. Prolongo así una reflexión que ya inicié en el seno de la Sociedad Francesa de Gestalt hace algunos años bajo el título de “El cambio social comienza con dos” [1].
Considero, en efecto, que la sucesión de contactos establecidos entre el terapeuta y su cliente, su organización en una relación, cualquiera que sea la aproximación utilizada, contribuye a modelar las relaciones sociales y la inscripción de los clientes en el tejido social. El pragmatismo americano ha mostrado que los medios definen y colorean los fines, así que los resultados obtenidos serán modelizados por las modalidades aplicadas. Hipotetizo que una experiencia terapéutica vivida mediante la Terapia Gestalt no tendrá los mismos efectos que una experiencia psicoterapéutica vivida con un psicoanálisis lacaniano, con un psicoanálisis jungiano o con un análisis bioenergético. Soy también consciente de que aun siendo de una misma aproximación, podremos constatar las grandes variaciones ligadas a la persona del terapeuta, a su sistema de valores, a su concepción del hombre, a su propia historia.
Querría limitar mi reflexión a lo que me parece implícita o explícitamente ligado a la teoría y al método, y me apoyo sobre la sabiduría antigua de los estoicos, y más particularmente de Epícteto [2], quien nos invitó a saber distinguir “lo que depende de nosotros de lo que no depende”.
Vamos un paso más allá. El título - y el contenido- de un libro de James Hillman, un psicoanalista jungiano muy conocido, me impresionó con su publicación en 1992: « We've had a hundred years of psychotherapy, and the world's getting worse. » [N.de la T.: Hemos tenido cien años de terapia, y el mundo ha empeorado] [3] ¡Esto sugiere que la terapia de la Gestalt no ha sido la única en tener un impacto limitado! ¡El título de este libro podría incluso sugerir que tiene un impacto negativo, si queremos establecer una relación de causa-efecto! Yo no sé si el mundo es peor debido a la psicoterapia, pero creo que la terapia puede contribuir a introducir algunos efectos perversos, en particular el egotismo, la separación, la desresponsabilización.
El egotismo
El egotismo es definido en Terapia Gestalt de forma paradójica, ya que designa un exceso de referencia a sí mismo, demasiado funcionamiento en modo yo, lo que se traduce, entre otras cosas, en una ralentización de la interacción en la frontera por un exceso de control, una insuficiencia de espontaneidad, de dejarse ir, que puede llegar hasta un corte del contacto. Definición paradójica, pues este exceso de funcionamiento en modo yo es presentado por nuestros autores en el capítulo que consagran a las “Pérdidas de la función yo”. Lo que viene a decir que este exceso de control del contacto ejercido por la función yo no es el resultado de una elección del yo...
Isadore From puso en evidencia a lo largo de su enseñanza cómo la psicoterapia, y la Terapia Gestalt en particular, creaban una suerte de neurosis artificial al acentuar la interpelación y el desarrollo de la función yo (o ego). “¿Qué ves? ¿Qué sientes? ¿De qué eres consciente? ¿Qué es lo que tú eliges?”. Estas preguntas repetidas centran al paciente sobre sí mismo. Esta neurosis egotista, de acuerdo con From, sería el trasunto gestaltista de la neurosis de transferencia, neurosis creada por la situación analítica como instrumento de trabajo para elucidar la neurosis infantil. La disolución de la neurosis egotista, así como la disolución de la neurosis de transferencia, son consideradas indicadores del final de la cura. From reconoció que veía aquí un límite en estos dos enfoques, que no siempre sabían dirigir el proceso a su término: saber disolver los instrumentos que habían creado para poder operar.
Me parece innegable que la Terapia Gestalt no tiene el monopolio del efecto egotizante de la terapia. Muchos autores han puesto de relieve la cultura del individualismo y la cultura del narcisismo que se han desarrollado particularmente a lo largo de los últimos decenios. Cito, por ejemplo, algunas lineas de Christopher Lasch, extraídas de su célebre estudio “La cultura del narcisismo” [4].
“Los principales aliados [del hombre psicológico del siglo XX], en su lucha por lograr un equilibrio personal, no son ni los sacerdotes, ni los defensores de la autonomía, ni los modelos de éxito de tipo capitanías de industria: son los terapeutas”.
Un poco más tarde, continúa:
“La terapia se ha establecido como la sucesora del individualismo arisco y de la religión: esto no significa que “el triunfo de la psicoterapia” haya devenido en una nueva religión en sí. De hecho, la psicoterapia constituye una anti-religión, no porque se centre en las explicaciones racionales y en métodos científicos de curación, como sus practicantes querrían hacernos creer, sino más bien porque la sociedad moderna “no tiene porvenir”, y, por tanto, no presta ninguna atención a lo que no tenga que ver con sus necesidades inmediatas.”
Y de nuevo:
“Aunque los terapeutas hablan de la necesidad de “amor” y de “significación” o de “sentido”, definen estas nociones en términos de satisfacción de necesidades afectivas del paciente. Apenas se les ocurre (…) animar al paciente a subordinar sus necesidades y sus intereses a las del prójimo, a alguien, a cualquier causa o tradición exterior a su querido “yo”. “El amor”, en tanto que sacrificio de sí o humildad, y la “significación” o el “sentido” en tanto que sumisión a una lealtad más alta, son sublimaciones que aparecen en la sensibilidad terapéutica como una opresión intolerable, una ofensa al sentido común y un peligro para la salud y para el bienestar del individuo. Liberar a la humanidad de nociones tan atrasadas como el amor y el deber es la misión de las terapias postfreudianas, y en particular de sus discípulos y divulgadores, para quienes la salud mental significa la supresión de las inhibiciones y la gratificación inmediata de las pulsiones”.
El humanismo, del que algunos gestaltistas dicen formar parte, es uno de los últimos avatares del individualismo. Se ha reprochado mucho a Perls su “oración de la gestalt”, a menudo considerada como una manifestación egotista: “Yo soy yo - tú eres tú. Yo no estoy en el mundo para cumplir tus expectativas y tú no estás en el mundo para cumplir mis expectativas. Si nos encontramos, estará bien, si no nos encontramos, no podemos hacer nada”. Hoy en día, esta frase puede ser en efecto tomada irónicamente como una invitación al egotismo insensato si la consideramos en nuestro contexto social y cultural contemporáneo. Pero, como han puesto en evidencia algunos autores: “En el contexto en el que Perls formula su “oración” (la sociedad americana de los años sesenta), en el que las personas no eran capaces de separarse de adhesiones que funcionaban mal, esta afirmación tomaba un valor curativo”. [5] En nuestra sociedad de hoy en día, donde se es invitado a seguir el propio camino, a cuidar de uno mismo “porque yo lo valgo”, estos son valores y modalidades bien instaladas y bien explotadas por los comerciantes del desarrollo personal.
Está lejos de mí la idea o el proyecto de negar la importancia de la individuación, de la diferenciación, y por tanto, para ella misma, de un egotismo necesario y sostenible. Todo ser humano tiene que construir un delicado equilibrio entre su necesidad de diferenciación identitaria y su necesidad de vínculo. Las patologías de la experiencia narcisista son una de las formas de fracaso de la construcción de una dialéctica entre estas dos necesidades antagonistas: privilegian el lado de la identidad en detrimento de la pertenencia.
El desentendimiento y la desresponsabilización
Sin disgustar a Christopher Lasch, necesitamos entender lo que nos sucede; no hay nada más angustiante que permanecer sin sentido -de hecho, esto es la definición misma del terror- y no hay nada más tranquilizante que tener una respuesta. La respuesta causalista es la más accesible y ofrece una segurización asequible. Las diferentes terapias nos incitan mediante su método a buscar las causas en la historia personal, en la sexualidad infantil, en el genograma y en las transmisiones transgeneracionales, en los secretos de familia, en las estructuras interaccionales, en el lenguaje que estructura nuestras interacciones, en los genes y la herencia biológica, en los traumas personales o sociales, etc. Al psiquiatra fenomenológico Arthur Tatossian (6) le gustaba articular la autonomía y su opuesto, la heteronomía:
"Toda terapia (...) presupone el condicionamiento heteronómico de lo vivido o del comportamiento que ella abarca, e importa poco que esta heteronomía sea ejercida por algún desequilibrio de las sinapsis neuronales, por una organización particular del inconsciente o incluso por el "infortunio" mismo del Dasein".
La relación que establecemos con lo que instituimos como causas es una relación de heteronomía, como si las causas fueran un cuerpo extraño en la experiencia y se propusieran sistemáticamente como "circunstancias atenuantes".
Es, sin duda, una respuesta a este exceso de desresponsabilización, generado, entre otros, por la banalización del enfoque psicologizante y por un psicoanálisis mal digerido, lo que llevó a Perls, con todo lo artificial que le conocemos, a insistir en la respons-abilidad: "Toma la responsabilidad de lo que sientes, toma la responsabilidad de tu emoción, sé consciente de que fuiste tú quien fabricó este sueño, esta situación, este conflicto, este síntoma, etc.".
Cuando estaba trabajando en el concepto de "situación", me encontré con la obra de un filósofo español de la primera mitad del siglo XX, José Ortega y Gasset. Una de sus formulas llamó mi atención, "Yo soy yo y mis circunstancias" (7), en tanto que integraba la problemática de la situación y las circunstancias dentro de los contornos de la identidad. Con motivo de una intervención en España, pude preguntar a colegas a propósito de este filósofo del que desconocía su existencia hasta ese momento, y de su fórmula. Luego me enteré de que esta fórmula había sido descontextualizada e integrada en el lenguaje popular, un poco como había ocurrido con el famoso "El infierno, son los otros" (8) de Sartre. Así, cuando un empleado llega tarde al trabajo debido a los atascos y se le piden explicaciones, utilizará fácilmente la excusa: "Yo soy yo y mis circunstancias". ¡Así, estamos muy lejos de la filosofia abierta por Ortega y Gasset!
En nuestro equipo de formadores hemos presentido y después observado rápidamente posibles efectos perversos, desde que hemos comenzado a radicalizar la referencia a la perspectiva de campo en la formación de terapeutas Gestalt. Si ésta es tomada como alternativa a la perspectiva intrapsíquica, puede generar una atenuación de la responsabilidad personal en provecho de la de la situación, del contexto, como en las modalidades que hemos evocado antes al hablar de Ortega y Gasset.
Por tanto, en el trabajo inscrito en una epistemología de campo, sabemos que todo lo que está presente impacta en el contacto, incluídos los elementos dispersos que no son tenidos en cuenta. El reconocimiento explícito por el terapeuta de su parte consciente de influencia, de sus defensas así como de sus eventuales proyecciones, de su contra-transferencia, de sus implicaciones o contra-implicaciones introduce una dinámica de la responsabilidad ligada a la situación, de instante en instante.
La reducción de lo social a lo psicológico
La divulgación del pensamiento psicologizante a veces ha contribuido a reducir lo social a lo psicológico: las luchas de clase o las reivindicaciones sindicales son rebajadas a problemas no resueltos con la autoridad o con el padre, la complejidad de los vínculos superpuestos en las pequeñas comunidades (como la nuestra) son teorizados en términos de incestuosidad, la violencia en los barrios como un déficit del Superyo o de integración de la Ley, la guerra es vista en términos de identificación proyectiva y el compromiso político como una necesidad de reparación, etc. Considero esta reducción de lo social a lo psicológico una señal de arrogancia, como si tuvieramos la certeza de tener las claves de la compresión del mundo.
Max Pagès había inventado en su tiempo el concepto de "teorías muñón" para designar, dentro de una disciplina, la presencia de representaciones simplificadas de disciplinas vecinas "incorporadas al sistema teórico dominante y necesarias para su funcionamiento" (9). Esta modalidad de funcionamiento caracteriza los sistemas de pensamiento de pretensión hegemónica, y el psicoanálisis no tiene el monopolio. Manifiesta la necesidad que tiene una disciplina de representar las disciplinas vecinas, ya que es imposible de construir, por ejemplo una psicología o metapsicología, sin una mínima representación de lo social por un lado y de lo biológico por otro. En nuestro terreno, se ve también brotar una "neurogestalt", así como se ha podido ver florecer del lado de Cleveland y de sus adeptos una "sistémica Gestalt" o una Gestalt de las organizaciones. El reconocimiento de la importancia de las aproximaciones vecinas me parece ciertamente primordial pero es posible que existan otros modos de reconocimiento diferentes del engullimiento, total o parcial. Nótese por tanto que el repliegue sobre la propia disciplina es igual de esterilizante y sectario...: la disciplina adoptará rápidamente un modo de funcionamiento de tipo religioso, de una religiosidad incluso integrista y comunitarista.
La articulación entre lo pulsional y lo sociopolítico ha sido siempre dicífil de cuestionar. En otras palabras, ¿cómo resolver el dilema entre la espontaneidad del individuo y la estructuración social abierto por Freud en "El malestar en la cultura"(10)?
Para elaborar su respuesta personal a las cuestiones del malestar humano, Freud atribuía al "malestar en la cultura/civilización" la incompatibilidad entre las necesidades individuales y las obligaciones sociales, y como única solución: la adaptación funcional de las necesidades del individuo a las exigencias de lo social. Así pues, la introyección se convirtió en la modalidad dominante que permitía interiorizar las reglas sociales para hacer que se conviertan en "superyó".
Pero esto no impidió a Freud escribir, en una carta a su amigo Pfister (11): "Debemos convertirnos en el mal, trascender las reglas, sacrificarnos, traicionar, conducirnos como el artista que compra sus pinturas con el dinero que su mujer guarda para el hogar o quema los muebles para calentar la habitación donde va a colocar a su modelo. Sin una cierta criminalidad no hay verdadera realización." ¿Habría una discrepancia entre su posición pública y sus elecciones privadas, o se trataría de una paradoja, si no de un oxímoron?
Conocemos la primera respuesta de Perls: él propone su concepción de la agresividad de desestructuración como necesaria para la supervivencia y para el crecimiento psíquico y existencial.
Un segundo aspecto de su respuesta: al definirse como inseparables organismo y entorno, toda situación se vuelve función de esta relación contextualizada, y no una alternativa.
Tercera respuesta: Es precisamente en esta frontera donde se puede desplegar el ajuste creador, alternativa al dilema planteado por Freud en términos de elección entre represión/regresión o sublimación.
¿Cuál es el ajuste creador propuesto por la Terapia Gestalt?
Perls y Goodman se solidarizan con los reproches que se lanzaban en aquella época en contra del psicoanálisis, que era juzgado como demasiado adaptativo a la sociedad. Ellos no niegan la necesidad de adaptación por la que el individuo es transformado para concordar con las exigencias sociales, pero añaden de manera indisociable la creación, la adaptación creadora (y no solamente creativa), es decir, transformadora del medio en un mismo acto, en modo medio.
Lo que depende de nosotros
A mis ojos, la potencia excepcional de la Terapia Gestalt, al menos de la que se practica enmarcada en el paradigma de campo, reside en su capacidad para poner en práctica la combinación de tres modalidades de acción, tres ejes de trabajo con nuestros pacientes.
LA CONSTRUCCIÓN DE LA IDENTIDAD
Un primer eje de trabajo concierne a la construcción de la identidad y la individuación. La Terapia Gestalt no es la única psicoterapia que tiene un impacto en la deconstrucción y reconstrucción de la identidad. Pero su referencia a la unidad de la experiencia, su uso del trabajo a través de la consciencia inmediata, sus herramientas que le permiten articular la función personalidad en la experiencia vivida aquí-y-ahora, dándole un lugar al ello de la situación, etc., contribuyen a dar una fuerza particular a nuestro método.
La atención a los momentos de presencia abre el acceso a lo que es "realmente" vivido, más allá de las representaciones, fijaciones, ideas y otras introyecciones.
EL ACCESO AL MUNDO VIVIDO DE LOS DEMÁS
Debido a su modo particular de implicación, incluso a su propio desvelamiento, el terapeuta gestalt está en una modalidad en la que aparece ante su cliente de una manera que lleva a éste a constituirlo como un otro y, por ende, a preocuparse de la alteridad. La reclusión egotista o la indiferencia hacia la vivencia del otro, tan características de nuestra sociedad contemporánea, son así confrontadas. El contactar y el ser contactado son ocasiones de medir el impacto sobre el otro y el impacto del otro sobre mí que, más allá de la reflexividad, contribuyen a la construcción de la identidad, constituyendo progresivamente al otro en tanto que otro, es decir, permitiendo el aprendizaje del idem y del ipse, de la igualdad y de la diferenciación, de la alteridad radical del otro.
RELACIÓN INTERSUBJETIVA, VÍNCULO, PERTENENCIA...
La conciencia misma de la existencia del otro mediante el trabajo de contacto permite la recomposición de la distancia intersubjetiva. La perspectiva de campo en la que se inscriben la ética y la epistemología del terapeuta gestalt introduce los procesos de flujo y reflujo relacionales, es decir, unos movimientos que permiten la transición de lo indiferenciado a lo diferenciado y de lo diferenciado a lo indiferenciado. Esto es también lo que a veces se llama la dialéctica "fusión/separación", con su séquito de consecuencias como dependencia/autonomía, influencia y manipulación. La experiencia de los fenómenos inherentes a la relación terapéutica - no sólo reducida a los fenómenos de transferencia - constituyen un terreno de experimentación del vínculo y de la pertenencia que son extensamente deficitarios en nuestro contexto social.
Bajo mi punto de vista, el proyecto social de la Terapia Gestalt se encarna a través de estas tres direcciones de trabajo y requiere la implicación de las tres, que no pueden ser disociadas. Es evidente que, según las fases de la terapia y el proceso específico de cada díada terapéutica, será una u otra de estas modalidades la que será puesta en figura y temporalmente privilegiada. La especificidad del enfoque gestáltico, sin embargo, requiere la integración de estos tres ingredientes, sin que se pueda pretender por ello que la acción terapéutica se limite a estas direcciones. La elección de estas lineas de trabajo constituye en sí misma una elección de sociedad y una elección política.
Un acto social esencial: el reconocimiento
Numerosas generaciones de psicoterapeutas y psicoanalistas, con Winnicott a la cabeza, han remarcado la importancia de la demanda de reconocimiento que reside en el corazón de la demanda terapéutica. El sufrimiento, los síntomas y las modalidades psicopatológicas de la existencia ganarían más al ser consideradas a la luz de esta problemática y no solamente en términos de caprichos de la líbido o de defensas contra la angustia. Axel Honneth (12), filósofo alemán sucesor de Jürgen Habermas y en la estela de Hegel, mostró como la evolución social es construida por una sucesión de luchas reales o simbólicas en las que el individuo no busca tanto la supresión o la eliminación de su adversario sino ser reconocido por él en su individualidad. Honneth retoma así los mecanismos de formación de la personalidad, tal y como han podido ser ilustrados por G.H. Mead, representante del pragmatismo americano, y por Donald W. Winnicott, del psicoanálisis, para proponer su análisis socio-histórico y psicosocial. Los marcos que él propone me parecen más que pertinentes considerados en el contexto psicoterapéutico. El vínculo de reconocimiento se construye con el amor, el derecho y la solidaridad. La confianza en sí se construye mediante el reconocimiento obtenido a través del amor. El respeto por sí mismo es contruido mediante el reconocimiento a través del derecho, el reconocimiento jurídico. La autoestima, a su vez, se construye mediante el reconocimiento que da la solidaridad social.
Honneth retoma la cuestión que preocupó a Winnicott a lo largo de su vida: "¿En qué proceso de interacción la madre y el niño logran salir de la unidad indiferenciada, para aprender a aceptarse y a amarse como personas independientes?" (13). Este reconocimiento significará entonces "el doble proceso por el que nos liberamos y, simultáneamente, nos vinculamos emocionalmente a la otra persona (...) [Esto no es tener] en cuenta al otro en un nivel cognitivo, sino en el sentido en el que el afecto por el otro conlleva la aceptación de su autonomía" (14). Es, pues, mediante el amor del otro como construimos la confianza en nosotros mismos.
En apariencia, el reconocimiento que Honneth llama "jurídico" concierne al psicoterapeuta de una manera más periférica. Sin embargo, el autor sigue el ejemplo de G.H. Mead "al considerar que el reconocimiento social de los derechos legales encuentra su colorario psíquico en el desarrollo de la capacidad de relacionarse con uno mismo como una persona moralmente responsable" (15), y es mediante este reconocimiento como se puede adquirir la capacidad de comprender los propios actos como una manifestación, respetada por todos, de la propia autonomía. El reconocimiento jurídico es también el derecho a existir.
Por último, es a través de la solidaridad como se construye la autoestima. «En la medida en que yo vele activamente para que consigan desarrollarse las cualidades propias del prójimo, aquellas que no son las mías, nuestros fines comunes se realizarán.» (16). La comunidad de valores, la ética compartida está en el primer plano. Su ausencia genera vergüenza, humillación y daños.
Estas tres formas de reconocimiento están en marcha en la relación terapéutica. Los déficits de una u otra de estas formas de reconocimiento son constitutivas de perturbaciones que conducen a algunas personas a llamar a la puerta de nuestras consultas. Nosotros sabemos que estas condiciones intersubjetivas constituyen las condiciones necesarias para la realización individual de uno mismo, y la filosofía de la Terapia Gestalt contemporánea, así como su metodología, han sabido evolucionar paralelamente a las evoluciones sociales y psicológicas del mundo contemporáneo.
La Terapia Gestalt no tiene raíz: tiene un rizoma, es decir, una suerte de arborescencia subterránea que no jerarquiza las influencias sino que abre a la complejidad. No es psicoanalítica, no es fenomenológica, no es reichiana, no es una rama del pragmatismo o de la Psicología de la Gestalt, ni siquiera es una síntesis armoniosa de todas estas semillas: es dialéctica, con todas sus fuerzas en tensión, puesto que la Terapia Gestalt original se quería explícitamente bio-psico-social. Aunque nuestra práctica se desarrolla esencialmente en el diálogo singular entre un terapeuta gestalt y su cliente, el proyecto político, social y psicosocial de la Terapia Gestalt se puede encarnar en cada minuto de un trabajo en el que el contacto es el hilo conductor.
Al igual que en la Terapia Gestalt la dependencia es tan importante como la autonomía, la espontaneidad llamada infantil tiene tanta importancia como el carácter deliberado, el conflicto y la agresividad son tan importantes como el amor y la ternura, la sexualidad pregenital es tan importante como la genital, de la misma manera la falsa dicotomía individuo/sociedad no puede ser conservada. Desde luego, la complejidad de la situación terapéutica nos lleva a elegir ciertas modalidades de trabajo cuando los profesionales de la intervención social eligen otras, pero toda nuestra filosofía, nuestra ética y nuestra metodología deben apuntar al contacto entre el ser humano y el mundo, con el fin de que se prolongue en lo cotidiano el sostén, la pertenencia y la solidaridad que han presidido la constitución de la relación terapéutica. Pero no soñemos...
Jean- Marie ROBINE
Formador en Terapia Gestalt,
Psicólogo clínico
Institut Français de Gestalt-thérapie
Burdeos-Paris
Notas a pie de página y referencias bibliográficas
[1] Robine J.-M., «Le changement social commence à deux», Revue Gestalt, n°29, dec. 2005
[2] Epictète, Entretiens, in Les Stoiciens, La Pleïade, pp.808 sq
[3] Hillman J. & Ventura M. We’ve had a hundred years of psychotherapy, and the world’s getting worse, Harper SanFrancisco, 1992, traducido al francés en 1998 con el título Malgré un siècle de pssychothérapie, le monde va de plus en plus mal. Ulmus Company, Londres
[4] Lasch C., (1979) La culture du narcissisme, Paris, Champs-Flammarion, 2006, p. 41
[5] Salonia G., «Changements sociaux et malaises psychiques», en Francesetti G., Attaques de panique et postmodernité, Bordeaux, L’exprimerie, 2010, p. 52. Ver también Crocker S.F. Truth and Foolishness in the ‘Gestalt Prayer’, The Gestalt Journal, vol. VI, n°1, spring 1983- trad. francesa. «Vérités et sottises à propos de la prière gestaltiste» Mini-bibliothèque de GT n°112, IFGT 2010.
[6] Pratique psychiatrique et phénoménologie (version abrégée et provisoire), tapuscrit pour un séminaire du groupe de recherches de phénoménologie psychiatrique de Bordeaux. No datado (años 70), sin publicar.
[7] Fórmula que mantuvo el British Gestalt Journal para dar título a una entrevista que publicaron en su revista. Entrevista traducida y publicada como el capítulo 7 de J.-M. Robine, S’apparaître à l’occasion d’un autre, Bordeaux, l’Exprimerie 2004. [N. del T.: libro traducido al castellano como Manifestarse gracias al otro en Los Libros del CTP, España]
[8] Sartre, en una entrevista en 1964, escribía: «"El infierno son los otros" siempre se ha entendido mal. Se ha creido que yo quería decir con eso que nuestras relaciones con los demás estaban siempre envenedadas, que siempre eran relaciones infernales. Sin embargo lo que yo quiero decir es algo totalmente distinto. Yo quiero decir que si las relaciones con el prójimo son retorcidas, están viciadas, entonces el otro no puede ser sino un infierno. ¿Por qué? Porque los otros son, en el fondo, lo más importante que hay en nosotros mismos, para nuestro propio conocimiento de nosotros mismos. Cuando pensamos en nosotros, cuando intentamos conocernos, en el fondo usamos los conocimientos que los otros ya tienen sobre nosotros, nos juzgamos con los medios que tienen los otros, y que nos han dado, para juzgarnos. Diga lo que diga sobre mí mismo, siempre entra dentro el juicio del otro. Sienta lo que sienta de mí, entra dentro el juicio del otro. Lo cual quiere decir que, si mis relaciones son malas, me meto en una dependencia total del otro y por tanto, en efecto, estoy en un infierno. Y existe una cierta cantidad de gente en el mundo que están en un infierno porque dependen demasiado del juicio del prójimo. Pero esto no quiere decir en absoluto que no podamos tener otras relaciones con los demás, esto señala simplemente la importancia capital de todos los demás para cada uno de nosotros.»
[9] Pagès, M. L’analyse dialectique : propositions. Conferencia introductoria al Colloque de Spetzès. Documento interno del Laboratoire de Changement Social, Université Paris VII, 1990
[10] Le malaise dans la culture, 1929, Œuvres complètes, tome XVIII, Paris, PUF 1994
[11] Freud, carta a Oscar Pfister, citada en Rieff, P. The triumph of the therapeutic: uses of truth after Freud, Chatto and Lindus, London, 1966, p. 107
[12] Honneth A.(1992) La lutte pour la reconnaissance, trad. franc. Paris, Ed. du Cerf, 2000
[13] Ibid. p. 121
[14] Ibid. pp. 131-132
[15] Ibid. p. 144
[16] Ibid. p. 157
Traducido en el Laboratorio de traducción de Gestaltnet.net:
Traducción: Eva Maurí Cresencio
Revisión: David Picó Vila
Imagen cedida por: David Gonzalvo