El dualismo en psicología transpersonal
Prólogo para gestaltnet
El punto de vista del ser humano respecto de sí mismo, y el de la psicología en particular, pues se dedica a ello, es antropocéntrico. Es, al igual que el pensamiento geocéntrico de centurias pasadas, un punto de vista egocentrado que no tiene en cuenta que somos parte del Universo y el último peldaño de la evolución de una realidad única (no digo que ésta sea una realidad ‘material’, pues ésa es otra cuestión; la ‘realidad’ de la que yo hablo está más allá de la dualidad espíritu-materia o mente-materia, o como decimos en gestalt, mente-cuerpo, o en términos de física cuántica, de la dualidad onda-partícula u observador-objeto). Así toda la psicología está o bien impregnada de esta mirada egocéntrica o bien pretende, como hace el conductismo, asimilarnos a la materia y a la ciencia conocida limitando nuestra conciencia a un subproducto de aquella.
Para trascender ambos posicionamientos hay que volver la vista atrás, a un momento de la historia en el que el ser humano se concebía como parte de ese Universo y su conocimiento estaba impregnado de esa sabiduría que nace de saberse parte de un Todo, de un Todo que no se limitaba a lo humano, sino que abarcaba al Universo. Hay que volver la vista atrás (como hace la historia de la ciencia, Kuhn, 1962[1]), digo pues, y rehacer esa unidad con la intervención del nuevo lenguaje objetivo que la ciencia ha desarrollado, pero volviendo a unir el sujeto al objeto (Fox Keller, 1985), que es a lo que apuntan en el fondo los saberes ‘esotéricos’ ancestrales, –más allá de su contaminación emocional y subjetiva popular– denigrados y tachados de ‘supersticiosos’ por el pensamiento dogmático objetivista de la ciencia; pero que al hilo de las actuales ciencias de la complejidad se están recuperando, quizá muy a su pesar de sesudos defensores de la ciencia y el racionalismo puros.
Este punto de vista aplicado a la gestalt nos dice que el concepto de campo organismo-entorno sigue inmerso en esta mirada antropocéntrica y no se concibe en un entorno más amplio, universal. Este punto de vista es perfectamente correcto para nuestro discurrir cotidiano, como lo es el punto de vista geocéntrico y newtoniano, pues la inmensa mayoría de nuestras actividades cotidianas se rigen por nuestra ubicación en el planeta Tierra. De la misma manera en nuestra práctica cotidiana el punto de vista del campo organismo-entorno es lo habitual y lo correcto, pero si queremos sabernos parte del Universo, al igual que sabemos que la Tierra gira en torno al Sol y éste con todos sus planetas entorno al centro de la galaxia y ésta..., debemos entender que el campo organismo-entorno, el desarrollo de la conciencia, etc. no se producen ex nihilo, sino que son parte y producto de una realidad universal más amplia que evoluciona coherentemente como un todo. Esto no nos va a afectar en la práctica terapéutica cotidiana, ni en nuestro hacer como personas, como no nos afecta el hecho de que la Tierra gire entorno al Sol; pero si queremos ampliar nuestro conocimiento de la realidad y hacer de la psicología un saber unificado, (y no múltiples y dispersos conocimientos doctrinarios como lo es ahora), debemos echar una mirada más allá de nuestro posicionamiento antropocéntrico y sabernos inmersos en el Universo y regidos por las mismas leyes que rigen toda la realidad, aunque la conciencia sea producto de un proceso de autoorganización de esa realidad universal (una gestalt más abarcadora) y aparezcan en ella manifestaciones que antes no existían.
El artículo que hoy os presento fue elaborado allá por 1998-99 y estuvo en su día en la página web de la Fundación Jung.
Artículo
Hay un punto de vista profundamente sesgado en el pensamiento de la psicología tradicional que se ha trasladado, tal cual, a la psicología transpersonal. Este sesgo afecta, en realidad, a todo el pensamiento occidental y se puede rastrear, al menos, hasta la filosofía de Platón [Detienne y Vernant (1974), Fox Keller (1985)]. La psicología, incluso la psicología transpersonal, no ha superado el planteamiento dual que tiene su origen en los albores de la filosofía griega. La teoría psicológica se identifica con una parte de la psique que define como yo-consciente y concibe a todo lo que no cae dentro de la esfera de lo así denominado (el sí mismo, el no-yo, el inconsciente, la gran madre, el fundamento dinámico [Washburn, 1995] ...) como una fuerza opuesta a la que, de una u otra manera, hay que combatir (en la psicología tradicional), en la que hay que sumergirse o a la que hay que rendirse (en la psicología transpersonal). Dado que la conciencia se identifica con el yo, me pregunto sobre el mecanismo psicológico que la induce a rendir ese yo a las fuerzas contrarias de esa dualidad, que ha establecido la propia conciencia. Y no es una pregunta de psicología transpersonal, pues las respuestas que este pensamiento da a esa cuestión en la línea de ‘trascender el ego’, son muy conocidas, y tienen poco que ver con la que aquí se va a exponer.
Voy a proponer otra forma de ver la cuestión que trasciende el marco de la psicología transpersonal, tal como se encuentra en la actualidad, y adopta una perspectiva sistémica y, al mismo tiempo, se enraíza en el pensamiento mítico y filosófico de la historia de la humanidad.
Desde la noche de los tiempos el ser humano ha considerado, primero en una forma de pensamiento mítico, después filosófico y, por último, racional y científico (la reciente teoría UDO, Unidades Duales Opuestas, de Medina, 2011), a la realidad como compuesta de dos fuerzas opuestas formando un juego eterno. Existe un equilibrio entre ambas fuerzas en un pensamiento más ancestral, como el que proviene de la filosofía del tao y de los conceptos orientales yin y yang. El desequilibrio entre ambas fuerzas se produce con el nacimiento y desarrollo del pensamiento racional. En la mitología cristiana Dios y diablo no son iguales, el segundo está sometido al primero. Obviamente la conciencia se identifica con Dios. Curiosamente en el pensamiento psicológico parece predominar la postura contraria: ‘dios’ está sometido al ‘Diablo’ (la minúscula y la mayúscula son intencionadas).
En la exposición que sigue a continuación debemos tener en cuenta que nos movemos a través de un lenguaje dual intentando comprender una realidad unitaria que está más allá de la experiencia común y cotidiana. Este pensamiento dual y cartesiano sigue existiendo, tal como denuncia Bradford P. Keeney (1987), en la psicología humanista y en la transpersonal.
Si contemplamos la realidad, adoptando la terminología oriental como una unidad con dos fuerzas opuestas yin y yang, o bien con la actual terminología de la UDO, tendremos una perspectiva que se sale del punto de vista antropocéntrico de la psicología y que está mucho más cerca de la visión que sobre la realidad tiene la física cuántica, por ejemplo Laszlo (1993, 2007), Peat, (1987), Zohar (1990). Las fuerzas opuestas existen en la naturaleza como luz y obscuridad, día y noche, macho y hembra, óvulo y espermatozoide, protón y electrón, polo positivo y negativo... En ninguno de estos casos se piensa que una fuerza sea superior a la otra o que ésta tenga que sumergirse en, o rendirse a, aquella. ¿Porqué ocurre así en psicología? Podríamos intentar una explicación. La aparición de la conciencia racional está unida al desarrollo del yo y se efectúa –histórica e individualmente– a través de una escisión y diferenciación epistemológica que produce la propia conciencia. La conciencia racional se identifica con uno de los polos de esta escisión, el llamado polo positivo (‘Dios’ en la religión cristiana), y deja supuestamente fuera de la consciencia todo lo que no pertenece a ese polo positivo. Pero el inconsciente, la gran madre, el fundamento dinámico... son también conciencia[2]; el polo negativo de la conciencia no reconocido por la identificación de ésta con uno de los términos de la escisión histórica que ha tenido lugar en la propia evolución humana.
Desde esta perspectiva es fácil entender que se considere al yo-consciente como una isla en medio del océano a punto de sumergirse en las aguas primordiales (Jung, 1933). Pero resulta que las aguas primordiales –el concepto y la conciencia de las “aguas primordiales”– son también conciencia. No es el consciente el que se que se sumerge en el inconsciente. Son el consciente y el inconsciente los que se sumergen, ambos, en la que llamaremos, para intentar entendernos, unidad primordial en el caso de la psicosis y en la unidad última en el caso de la integración mística. No hay ‘inconsciente’ si no hay conciencia de su existencia[3]. La dualidad consciente-inconsciente es una forma de manifestación de la unidad en este punto de la evolución del universo.
En la unidad primordial hay fuerzas yin y yang (dualidades opuestas). El germen del yo y del no-yo ya existe en la unidad primordial. Configurará, como fuerzas opuestas a lo largo de la evolución del universo: partículas diferenciadas, sexos diferentes... La fuerza yang dará lugar a lo que llamamos yo, de la fuerza yin provendrá lo que llamamos no-yo. En Psicología transpersonal Grof (1985) describe dos tipos de experiencia mística: oceánica e iluminativa. La primera es yin, la segunda yang. Cuando Washburn dice: “Cuando el poder del fundamento fluye, la experiencia se acelera, haciéndose viva y aguda, cuando no tumultuosa y arrolladoramente intensa...” (1997, pág. 182), está hablando de una parte yang de lo que él llama fundamento dinámico. Una fuerza yang que también es la fuerza de lo que habitualmente entendemos por concepto de yo. Es decir, está hablando de la existencia del yo en el fundamento dinámico. El fundamento dinámico no es una fuerza no-yo que se opone al yo. El fundamento dinámico es al mismo tiempo yo y no-yo. Es decir, en esa zona previa a una clara conciencia diferenciada existe lo que luego será en la conciencia (erróneamente identificada con uno de los polos de la dualidad) el yo y también... el no-yo. El fundamento dinámico no es igual al no-yo. No existe una cosa llamada inconsciente, gran madre, fundamento dinámico... que “genera” un yo para luego volver a sumergirlo en él (¿¡¡!!?). El yo es una manifestación en la conciencia de una fuerza que existe por sí misma, al igual que existe la fuerza y manifestación del no-yo.
Tampoco el yo es una entidad transicional que desaparece en la unidad última (Wilber, 1980, 1983-90), al menos que entendamos que en la unidad última “desaparecen” el yo y el no-yo, y que la unidad última es, al mismo tiempo, yo y no-yo. Pero la unidad como tal no se manifiesta, la dualidad es la manifestación de la unidad, y como tales la unidad primordial y la unidad última necesitan una dialéctica dual para manifestarse, llamémosla yin y yang, yo y no-yo, consciente e inconsciente... (polos) positivo y negativo... En la etapa de transición de la conciencia egoica a la conciencia transpersonal lo que “debe morir” no es el yo, sino la identificación de la conciencia con uno de los polos de la unidad yo-noyo; es decir la identificación de la conciencia con el polo yoico.
Pero, tal como –vuelvo a decir– denuncia Keeney (1983), el pensamiento psicológico está todavía inmerso en una estructura dual. Desde esta perspectiva dual es fácil entender que la realidad, tal como se nos presenta a nuestra observación, nos induzca a pensar que el yo no existe anteriormente y ‘emerge’ a partir de una entidad que está siempre intentando absorberlo y que al final lo consigue. Es verdad que el yo no existe como tal, pues la conciencia (al menos, tal como la entendemos los humanos) es una adquisición reciente de la evolución del Universo. Identificados con el yo, nos parece que es algo nuevo y maravilloso, único y exclusivo. Pero el yo es otra manifestación, en el plano de la conciencia, de una fuerza universal que siempre ha sido yo (yang), de una de las polaridades de la UDO (Unidades Duales Opuestas, Medina 2011), ya presente en la realidad cuántica. No se puede entender que un yo sumergido o dependiente del fundamento dinámico sea capaz de afrontar las poderosas fuerzas místicas y salir indemne de ellas. Una dualidad no es tal dualidad si uno de los términos no es igual al otro, es una jerarquía. En la jerarquía también puede haber oposición entre la fuerza de arriba y la de abajo, pero no hay igualdad y, por lo tanto, no hay dualidad. El acceso a un nuevo nivel epistemológico de conciencia sólo se puede producir a través de un proceso recursivo (Keeney, 1983) en el que las fuerzas opuestas se integren. Y no puede un yo transicional, dependiente, sumergido o inferior al no-yo ser el rival que éste necesita para lograr esa integración.
La mayoría de las afirmaciones y observaciones de la psicología tradicional, la psicología transpersonal y la psicoterapia se mantienen perfectamente y son coherentes con este punto de vista. Lo que no es coherente es la perspectiva dualista-jerarquizada cartesiana-kantiana (Ferrer, 2002) de la psicología con el pensamiento sistémico. En la naturaleza las fuerzas opuestas son iguales. ¿Por qué habría de ser diferente en la conciencia? Todavía sigue sutilmente entre nosotros el pensamiento judeocristiano haciéndonos creer que somos un fenómeno especial sin contacto con el resto de la naturaleza, del universo, y que hay un dios que todo lo puede y al que estamos sometidos.
Todas las actuales manifestaciones patológicas de la mística, tanto individuales como colectivas, son una expresión de la dialéctica entre el yo y el no-yo. La evolución del universo está empujando la conciencia hacia un nuevo nivel epistemológico y en la dialéctica entre fuerzas opuestas aparece el fenómeno de la lucha del yo con el no-yo en las más diversas manifestaciones. Creo que estos fenómenos son más comprensibles desde la perspectiva de una unidad que contemple a las fuerzas del yo y a las del no-yo como jugadores de un juego eterno en el que se van sucediendo los vencedores y los vencidos. Sólo cuando el árbitro que juzga el juego no sea partidario de ninguno de los equipos podrá haber equilibrio en su juicio.
Bibliografía
Detienne M., Vernant J. P. (1974, ec. 1988). Las artimañas de la inteligencia,. Ed. Taurus. Madrid.
Ferrer, J. (2002, ec. 2003). Espiritualidad creativa. Ed. Kairós. Barcelona.
Fox Keller E. (1985, ec. 1991). Reflexiones sobre género y ciencia. Ed. Alfons el Magnànim. Valencia.
Groff, S. (1985, ec. 1988). Psicología transpersonal. Ed. Kairós.
Jung, C. G. (1933, 5ª ec. 1972). El yo y el inconsciente. Ed. Luis Miracle.
Keeney. B. P. (1983, 2ª ec. 1994). Estética del cambio. Ed. Paidós. Barcelona.
Kuhn, Th. S. (1962, ec. 1971). La estructura de las revoluciones científicas. Ed. FCE. México.
Laszlo, E. (1993, ec. 1997). El cosmos creativo. Ed. Kairós. Barcelona.
Laszlo, E. (2007, ec. 2007). El universo in-formado. Ed. Nowtilus. Madrid.
Madrona, S. y Hearn, I. F. (2012). La sincronicidad vista desde la teoría de campo .
Madrona, S. (2013). Procesos de autoorganización en la conciencia y crecimiento humanos. http://procesos-autoorganizacion-conciencia.blogspot.com
Medina, M. (2011). Información sinóptica sobre la Teoría UDO. http://www.redcientifica.org/
Peat, D. (1987, ec. 1988). Sincronicidad: puente entre mente y materia. Ed. Kairós. Barcelona.
Robine, J. M. (2004, ec. 2006). Manifestarse gracias al otro. Ed. S. de C. Valle-Inclán. Los libros del CTP. Madrid.
Washburn, M. (1995, ec. 1997). El ego y el fundamento dinámico. Ed. Kairós. Barcelona.
Wheeler, G. (2000, ec. 2005). Vergüenza y soledad: El Legado del Individualismo. Santiago de Chile. Ed. Cuatro Vientos.
Wilber, K. (1980, ec. 1989). El proyecto Atman. Ed. Kairós.
—. (1983-90, ec. 1991). Los tres ojos del conocimiento. Ed. Kairós.
Zohar, D. (ec. 1990). La conciencia cuántica. Barcelona. Ed. Plaza y Janés & Muy Interesante.
“ec.”: edición en castellano
[1] Kuhn nos cuenta cómo con el concepto newtoniano de la ‘fuerza’ de gravedad se vuelve a un pensamiento aristotélico que ‘había sido superado’ por el paradigma reinante en ese momento (pág. 166 y sigs.).
[2] El uso de los términos relativos a la conciencia que se hace aquí tiene poco que ver con el habitual sentido y discriminación racional de los diferentes usos de la misma que se hace en el paradigma actual. Esa forma de concebir, describir y discriminar el uso del término conciencia es también producto del paradigma antropocéntrico y racionalista en psicología.
[3] Ésta es una de esas paradojas que los filósofos llaman aporías porque creen que son de una dificultad lógica insuperable (sí ciertamente si se enfrentan a ellas sólo desde el racionalismo del cerebro izquierdo.
Imagen cedida por: David Gonzalvo
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Saludos y consultas
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