Las disfunciones sexuales: formas, textos y ausencias
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Las Disfunciones Sexuales: Formas, Textos y Ausencias.
“¿Y si los genitales, como el corazón, tuvieran
una sabiduría más profunda que la mente?”
(Sam Keen)
Ante las disfunciones sexuales, la Terapia Sexual tradicional, la que se trabaja desde los setentas, tiene propuestas interesantes y útiles, la mayoría son intervenciones conductistas que buscan que la persona re-aprenda la práctica sana de su sexualidad. A través de ejercicios, caricias dirigidas, autoerotismo, contracción de músculos, relajación, sensibilización, se busca que la persona logre una práctica sexual satisfactoria.
La Sexología moderna ha buscado nuevas alternativas. El trabajo desde el enfoque humanista y gestáltico ha venido a enriquecer nuestro trabajo. Nos ha permitido profundizar y buscar las razones que sustentan cada disfunción. En otras palabras, a ir más allá del síntoma.
Si, como he dicho, desde la mirada gestáltica la sexualidad puede traducirse como capacidad de contacto íntimo con el otro, las disfunciones sexuales son la incapacidad de lograr del todo ese contacto. No se trata, entonces de algo que sucede en la cama o en los órganos sexuales de las personas; en la mayoría de los casos, una disfunción sexual expresa una forma relacional crónica, un modo fijo de estar en el mundo y con el otro. Son ajustes, formas de sobrevivir, bloqueos, textos a través de los cuáles se dice algo a alguien.
Como terapeuta gestáltico que trabaja con las disfunciones elijo mirar el entre, lo que sucede entre esa persona y su pareja o sus parejas, y lo que sucede entre nosotros (terapeuta y paciente) en la situación terapéutica. Con mucha frecuencia, la disfunción sexual es sólo un síntoma de algo más profundo e integral que se superará de verdad sólo cuando se encuentre su causa original y se trabaje con ella, sólo cuando el terapeuta sea capaz de verla como una manifestación de la persona completa (qué es mucho más que un pene, una vulva o cualquier otra parte del cuerpo, incluso mucho más que la persona aislada).
“Cualquier terapia sexual que se precipite a curar sin escuchar al fracaso –la disfunción- y respetarlo, le está haciendo el juego a nuestros valores inconscientes de éxito ininterrumpido, alto rendimiento y buen funcionamiento. El alma habla por las grietas que crea la disfunción (…) Desde el punto de vista del alma, la sexualidad puede ser aún más reveladora en los momentos de trastorno y confusión que en los de bienestar” (Moore, 1998 p.217-218)
Una disfunción sexual es una alteración persistente en una o más de las fases de la Respuesta Sexual, que provocan molestia o sufrimiento al individuo o a la pareja.
La idea de persistencia es importante. Casi todas las personas tenemos alteraciones en la respuesta sexual en algún momento de nuestra vida. Un hombre puede perder la erección temporalmente si está estresado o agotado. Una mujer puede tener dificultad para alcanzar el orgasmo durante un tiempo si está atravesando una fase de duelo. Si la alteración ocurre durante un lapso de tiempo breve, no estamos hablando de una disfunción sexual. Los seres humanos no somos máquinas infalibles, nuestra sexualidad se ve afectada por diferentes eventos y estados de ánimo a lo largo de la vida. Nuestra respuesta sexual cambia dependiendo de las situaciones.
También me parece importante revisar si lo que llamamos disfunción sexual en determinado paciente en realidad es disfuncional. No es raro que una alteración en la respuesta sexual sea una reacción útil y protectora ante un entorno amenazante. ¿Podría llamarse entonces ‘disfunción’?
Julián acude a terapia porque eyacula muy rápido, a veces, aún antes de lograr la penetración. Al hablarme de su pareja entiendo que se trata de una persona que lo devalúa una y otra vez, lo critica siempre, no hay nada que haga Julián que sea bien recibido, nada es suficiente, nada basta. La supuesta disfunción es en realidad una forma de evitar ‘entrar’ y ‘permanecer’ en un lugar hostil. Lo protege.
Algo similar ocurre con Rosario: su deseo sexual ha disminuido hasta casi desaparecer, no puede acceder a las invitaciones sexuales de su esposo. Al contarme su historia queda claro que vive en una relación violenta, con constantes insultos y amenazas. Tiene miedo a su pareja. Cuando lo conozco, unas semanas después, puedo comprender: yo también siento miedo ante él. ¿Es disfuncional no desear estar cerca de lo que nos hace daño? De nuevo, la supuesta disfunción es una estrategia de sobrevivencia y de autocuidado.
En casos como estos ha sido importante ayudar a que el o la paciente se den cuenta de la situación y que escuchen la voz de su organismo. No se trata, entonces, de quitar la disfunción, sino de escuchar su mensaje vital, y a partir de allí, elegir.
También es necesario descartar la presencia de una causa orgánica en cualquiera de las disfunciones sexuales. Es común que haya dificultades con la erección en presencia de diabetes, por ejemplo; la lubricación vaginal puede disminuir durante la menopausia o por alteraciones hormonales; el deseo sexual puede tener cambios significativos al consumir determinados medicamentos. Cuando se sospecha de la presencia de una causa orgánica (o médica) toca canalizar al paciente con el profesional indicado: ginecólogo, urólogo, endocrinólogo, psiquiatra, etc.
En la medida que crezco, también pongo más atención al tema de la edad y de las etapas de vida y cómo también se relaciona con la sexualidad y las disfunciones. Los años modifican nuestra respuesta sexual: el deseo puede bajar, lograr la erección o una lubricación suficiente es menos sencillo que antes. ¿Qué hacer ante esto? Por supuesto, cada vez hay más avances científicos y técnicos que abren nuevas posibilidades: medicamentos, cirugías, tratamientos que intentan y muchas veces logran mejorar la vida sexual aún con el paso de los años. No niego esas posibilidades, pero también me parece importante, como terapeuta, acompañar al paciente a que reconozca y acepte la etapa de vida en la que está. Crecemos, envejecemos, morimos. Nuestra sexualidad también crece, envejece y morirá con nosotros. Hay belleza y dignidad en aceptarlo. “En la última fase de nuestra vida nuestra energía sexual se vuelve hacia adentro en vibrante celibato. El celibato de la edad no quiere decir que ya no hagamos el amor, sino que nuestra relación sexual es mucho más que sexual, al incorporar otras formas de cariño (…) En nuestro último vals toda la vida se convierte en nuestra pareja”. (Roth 1990, p.87)
A veces no es sólo cuestión de años, sino de pasar de una etapa de vida a otra, con las consecuencias que eso trae también para la sexualidad. Pongo un ejemplo que me sigue pareciendo hermoso:
Es el caso de Joaquín, en él la disfunción expresa una nueva forma de estar en la vida, una novedad que ha empapado todas las áreas de su existencia pero que se niega a aceptar en su sexualidad.
Joaquín tiene sesenta años y me dice que sufre de disfunción eréctil. Su vida sexual ya no es como antes. Desde hace muchos años, Joaquín tiene encuentros sexuales con varias personas, asiste a lugares en donde tiene sexo ocasional con varios hombres, a veces tres o cuatro en el mismo día. Estas experiencias lo llenan de orgullo y satisfacción, lo hacen sentirse potente y atractivo. Pero todo ha cambiado. Puede tener una erección completa con su pareja actual, un hombre bastante menor a quien quiere mucho, pero en las experiencias “casuales” la erección falla constantemente.
¿De qué nos habla esta disfunción? ¿Qué anhelo o necesidad está expresada allí? Siempre trato de partir de esa pregunta. En el caso de Joaquín, la respuesta era algo verdaderamente existencial.
Desde hace pocos años, Joaquín decidió cambiar su vida: era un empresario exitoso, lleno de ocupaciones y prisas, persiguiendo logros y metas cada vez más altas. Competitivo y agresivo en su trabajo. Un día decidió que quería vivir de una forma diferente. Decidió estudiar psicoterapia y comprometerse intensamente con el trabajo con personas. Cada materia, cada clase lo confrontaba con su anterior modo de vida. Y poco a poco, fue permitiéndose una forma nueva de estar, con más atención a sí mismo, con tiempos de reflexión, renunciando a los grandes éxitos a cambio de una profesión que le brindaba satisfacciones diferentes y, desde su punto de vista, más profundas.
Entonces empezaron los problemas con la erección. Al trabajar juntos, surgió una pregunta importante: ¿es posible cambiar nuestra vida de un modo tan profundo y que nuestra sexualidad permanezca como antes? ¿Es posible dar a la vida un sentido nuevo, abandonar viejos esquemas, ir más despacio y que la sexualidad siga siendo como era?
Quizá para algunas personas sea posible. Para Joaquín no. Juntos descubrimos que su sexualidad, hoy, expresaba su deseo de contactar realmente, de sentirse recibido sin tener que probar nada y de recibir al otro sin expectativas. La otra imagen, la del “macho potente que demuestra que nada se le niega”, como él la llamó, empezaba a ser una imagen vieja. La falta de erección era un constante recordatorio de que estaba eligiendo algo diferente.
¿Habría que sugerirle que hiciera ejercicios o que tomara píldoras para que la erección fuera como siempre? Tal vez, pero antes quisimos explorar si era lo que realmente deseaba. Joaquín decidió que no, que efectivamente su sexualidad expresaba lo que deseaba ser, lo que estaba siendo. “Aquello era muy intenso y divertido –me dijo entre contento y nostálgico- pero ya no soy yo”.
Muchas veces, aunque la disfunción sexual está presente en uno de los miembros de la pareja, es en realidad un acontecimiento de campo, un ajuste creado por ambos que revela algo relacional. Suelen haber ganancias secundarias que no son evidentes, pero que sostienen la presencia de la disfunción en la vida de la pareja. A través de una disfunción una pareja puede mantener una distancia co-creada por ambos miembros y que sirve para evitar una intimidad que no quieren o que temen.
En mi trabajo esto se ha hecho evidente cuando, al trabajar con la disfunción sexual en alguno de los miembros de la pareja, y sobre todo, a medida que avanzamos en ese trabajo, ‘aparece’ una nueva disfunción en el otro miembro, sosteniéndose así la evitación.
Emilio y Josefina acudieron a terapia porque el eyaculaba muy rápido. Ella parecía molesta e impaciente, presionando para que la disfunción desapareciera. Justo cuando Emilio empezó a controlar su eyaculación ella perdió el deseo. Era como si la disfunción hubiera pasado de uno al otro. Fue evidente que la disfunción de Emilio era una forma co-creada por ambos para mantener la distancia; en cuanto esa forma desapareció, inventaron una nueva para seguir a salvo de la intimidad.
No es raro tampoco que el trabajo terapéutico con quien padece la disfunción de pronto sea interrumpido o bloqueado por el otro miembro, como si éste no quisiera que la disfunción desapareciera: Moisés llegó a terapia para trabajar su disfunción eréctil. Temía que si la disfunción no mejoraba, Ruth, su pareja, se iría. De hecho, ya antes se habían separado temporalmente por esa razón. Trabajamos intensamente y los avances fueron evidentes. En cierto momento del proceso resultaba necesario que Ruth participara en los ejercicios, pero cada vez que Moisés lo proponía ella se negaba. Con el tiempo fue claro que Ruth había decidido no colaborar. Cuando Moisés la confrontó, ella aceptó que la posibilidad ya próxima de que él mejorara la angustiaba. La disfunción presente en Moisés generaba cierto ‘ajuste’ en la pareja, que se rompería en cuanto la disfunción desapareciera. A partir de eso, decidieron iniciar un propio proceso terapéutico en pareja y revisar lo que estaba pasando entre ambos.
Algunas preguntas que suelen guiarme en este proceso son: ¿Qué obtiene la pareja (y cada miembro) con la disfunción? ¿Qué evitan con ella? ¿A qué se enfrentarían como pareja si la disfunción desapareciera?
En todos los casos es importante determinar si la disfunción sexual es primaria, secundaria, situacional o selectiva, pues esto nos da una información importante para continuar el tratamiento y para entender mejor lo que sucede.
Una disfunción es primaria si siempre han existido, si está presente desde el inicio de la práctica sexual de la persona. Que una disfunción sea primaria puede indicar que hay un problema orgánico.
Una disfunción es secundaria si aparece después de un tiempo de funcionamiento adecuado.
Una disfunción es selectiva si se presentan con alguna(s) persona(s) y con otras no.
Una disfunción es situacional si se manifiestan sólo ante determinadas circunstancias.
Ante una disfunción secundaria será importante explorar cuándo inició, qué estaba sucediendo en la vida de la persona en ese momento. Con frecuencia hay algún evento que desencadenó la aparición de la disfunción y que no necesariamente es sexual: perder el empleo, el nacimiento de un hijo, algún tipo de duelo, un problema económico. Recuerdo a una paciente que empezó a tener problemas para alcanzar el orgasmo tiempo después de la muerte de su padre. Descubrimos que no era ya el duelo sino la creencia irracional de que ahora que su padre estaba muerto podía verla desde donde estuviera, no había modo de ocultarse a su mirada.
Por supuesto, si una disfunción es situacional o selectiva es evidente que no puede tener una causa orgánica. Si se ha descartado la etiología orgánica, hay varios posibles sustentos de la disfunción, pero más allá de esos sustentos, lo central es ver la disfunción como una respuesta creativa del individuo ante una situación, una respuesta que ha sido útil, que tiene un para qué, que expresa algo de lo que la persona es y de cómo vive.
Algunas posibles causas de la disfunción pueden ser: miedo por un desempeño deficiente, miedo al fracaso, miedo al descontrol, miedo a ser atrapado, miedo a ser lastimado, miedo a lastimar, miedo a la intimidad, miedo al embarazo, la idea de no merecer, la culpa, partes negadas o rechazadas, roles de género estereotipados, asuntos inconclusos, introyectos, experiencias obsoletas, resentimiento, experiencias traumáticas (abuso sexual, por ejemplo)…
Algunos aspectos del trabajo con las disfunciones sexuales.
Para muchas personas es difícil hablar de temas sexuales y en particular de disfunciones sexuales en la terapia. En ocasiones, la persona no habla de ello al principio de un proceso terapéutico, sino después de varias sesiones.
Cómo hemos dicho antes, eso sólo ocurrirá si el terapeuta, con sus actitudes y su presencia, hace un espacio a la sexualidad, la recibe, está dispuesto a ponerla como figura. Con cierta frecuencia escucho a colegas y a alumnos decir que sus pacientes nunca hablan de sexualidad en su consulta. Me parece extraño, creo que cuando los pacientes no hablan del tema quizá sea porque el terapeuta, de alguna manera, da el mensaje de que la sexualidad no debe estar presente en ese espacio. Por el contrario, me encuentro con colegas y alumnos supervisados que afirman que sus pacientes empezaron a tratar asuntos sexuales justo cuando ellos (los terapeutas) trabajaban personalmente con su ser sexual y se sentían más seguros con el tema.
Cuando mis pacientes hablan de alguna disfunción sexual suele haber ansiedad, dolor, miedo o vergüenza. Me parece importante acompañar estas emociones, darles lugar, permitir que sean expresadas, sostenerlas y trabajarlas, antes de enfocarme en la disfunción. A veces son tan intensas que impiden enfrentar el tema y tratarlo abiertamente; en otras ocasiones es claro que tales emociones son parte de lo que sustenta la disfunción, la acompañan y de algún modo la mantienen. Nos acompañarán en todo el proceso.
Quizá una de las mayores dificultades con las que me topo en el trabajo con las disfunciones es el egotismo que suele acompañar a la ansiedad que generan las disfunciones sexuales. Es difícil no caer allí. La ansiedad hace que el paciente se vuelva un obsesivo observador de sí mismo. En lugar de estar en la experiencia sexual con sus sentidos y sus emociones, de algún modo ‘se sale’ de ella para observarse y juzgarse a sí mismo. Espera que llegue el orgasmo o la erección, espera que la eyaculación dure o que el deseo aparezca. En lugar de estar en la experiencia, intenta controlarla y lo que consigue es bloquearla. Lo dijeron Perls, Hefferline y Goodman: “El egotismo es una especie de confluencia con la consciencia deliberada y un esfuerzo por controlar lo incontrolable y lo sorprendente (…) Un ejemplo típico, es el esfuerzo por mantener la erección e impedir el desarrollo espontaneo del orgasmo”. (PHG 2002 p.293)
La terapia sexual tradicional ha creado algunos ejercicios interesantes para tratar de evitar este egotismo: se trata de ejercicios en donde se invita a la persona o a la pareja a tener una experiencia de intensa intimidad física pero haciendo a un lado cualquier expectativa de logro, es decir, se advierte que no hay nada que deba ocurrir: ni erección, ni lubricación, ni excitación, ni orgasmo. De hecho, se ‘prohibe’ llegar al coito y al orgasmo. Con esto se intenta disminuir la presión por conseguir algo y la persona (o la pareja) puede concentrarse en la experiencia en sí misma.
Sin embargo, no es fácil que el egotismo desaparezca. El terapeuta debe estar muy atento a no confluir con la experiencia egotista del paciente, pues cuando eso ocurre, también él se vuelve un observador obsesivo que intenta controlar y se enfoca sólo en conseguir objetivos o metas en lugar de acompañar la experiencia tal y como sucede. Lo importante es que ante ese exceso de control, el terapeuta ofrezca paciencia, curiosidad por lo que ocurre tal como ocurre, y una atención puesta en el proceso y en la conciencia del proceso más que en los resultados. Apoyarse en la teoría paradójica del cambio de Beisser, es esencial.
En mi trabajo ha sido importante reconocer y ayudar a que mi paciente reconozca la oportunidad que se esconde tras la disfunción sexual. Creo que en muchas ocasiones la presencia de alguna disfunción permite a la persona explorar aspectos de su vida que quizá hubieran permanecido ocultos o ignorados y que más allá de lo sexual expanden las posibilidades de su vida. Así, la disfunción sexual es un ajuste del organismo que nos permite aprender algo de nosotros mismos y de nuestra relación con el mundo. Quizá el vaginismo permite a una mujer descubrir su dificultad para abrirse ante lo nuevo; la disfunción eréctil permite a un hombre darse cuenta de su constante autoexigencia; la falta de deseo permite a una pareja hacerse cargo de su resistencia a la intimidad o de la presencia de algún asunto inconcluso que parecía olvidado.
Cierta ligereza y el sentido del humor suele ser una ayuda valiosa para atravesar por el proceso. No es sencillo y a veces no es posible, sin embargo he notado que quitar solemnidad al tema relaja el trabajo y disminuye la tensión. Recuerdo que hace algún tiempo, por un breve periodo tuve problemas con mi erección. Estaba angustiado y distante. En algún momento encontré una pequeña caricatura en internet que hacía referencia al tema de la erección con mucho humor. Luego de dudarlo un poco, decidí enviárselo a mi pareja y por un momento reímos juntos. Sentí que algo en mí se liberaba, se hacía más ligero. Me sentí más dispuesto para hablar del tema.
Como en muchos otros temas sexuales, además de trabajar para crear la relación, pido al paciente que escriba o narre su historia sexual. En el capítulo III he hablado de la utilidad de esta herramienta, no sólo para obtener información importante sino para iniciar una experiencia de intimidad entre nosotros; y no cualquier intimidad, sino una en que la sexualidad se haga explícita.
Suele ser en estas primeras sesiones cuando evidentes diferencias y similitudes se hacen presentes entre los pacientes y yo, muchas de ellas referentes a valores y creencias. El paciente no vive ni significa su sexualidad como yo lo hago; hay quienes la viven de un modo más abierto y arriesgado y quienes lo hacen de un modo más reservado y conservador. Sus familias, su religión, su educación suelen influir en su forma de ejercer la sexualidad. Muchas veces me siento en un terreno resbaladizo donde debo ser cuidadoso del otro. ¿Hasta qué punto cuestionar algunas ideas que se han introyectado sin faltar al respeto a las creencias y valores de esa persona? ¿Cómo no imponer mis propias creencias y valores? Estas preguntas suelen acompañarme durante todo el trabajo terapéutico. En general, elijo no callar nada de lo que pienso al respecto, pero al mismo tiempo procuro hacer explícito mi respeto por nuestras diferencias.
Hay preguntas que me guían en la exploración de las disfunciones sexuales pues suelen aclarar lo que hay más allá de la práctica sexual, lo que sucede en otras áreas de la vida:
¿Cuándo inició la disfunción? ¿Qué estaba sucediendo en la vida del paciente cuando apareció la disfunción?
¿Qué es dicho a través de la disfunción? ¿A quién se lo dice? ¿Qué se pide?
¿Qué se obtiene del entorno a través de la disfunción? ¿Qué se evita? ¿A qué se enfrentaría la persona o la pareja si la disfunción no estuviera?
¿Qué verbos expresan lo que sucede en la disfunción? ¿Cómo están esos verbos en otras áreas de la vida?
¿Qué de la disfunción se repite en otras situaciones de la vida de la persona?
¿Qué tipo de ausencia en la frontera de contacto se expresa a través de la disfunción? ¿Qué es lo que se pide a través de la disfunción?
Y por supuesto:
¿De qué modo está presente esta disfunción en la relación terapéutica? ¿Cómo sucede aquí y ahora ante mí? ¿Cómo ayudo a co-crearla?
En mi trabajo con las disfunciones es central ver cómo suceden ante mí, en el aquí y ahora de la situación terapéutica. Una paciente sufre de vaginismo (la contracción de los músculos externos de la vagina que impide la penetración). ¿De qué modo está presente entre nosotros? ¿Se cierra ante mí? ¿Me deja entrar? ¿Qué hago yo para que ella se cierre? Su disfunción es un patrón relacional que vuelve a surgir en nuestro encuentro.
Una propuesta gestáltica.
La Sexología y la terapia sexual han desarrollado numerosas técnicas (experiencias sexuales estructuradas) para trabajar con las disfunciones sexuales. Algunas pueden realizarse en el consultorio y otras, la mayoría, se dejan como tarea para hacer en casa, a solas o en pareja; caricias y reconocimiento corporal, ejercicios de Kegel, técnica de Semans, técnica de Pomeroy, autoinserción, inserción asistida, etc. Todas son útiles y permiten explorar de modo muy directo lo que sucede en la Respuesta Sexual de los pacientes. No las describiré en este trabajo, pues son herramientas específicas del trabajo sexológico. El lector podrá encontrarlas fácilmente en muchos libros de Sexología Clínica.
Me centraré en el trabajo terapéutico con las disfunciones sexuales que, creo, podemos hacer desde el enfoque gestáltico. Hay tres miradas o aproximaciones que me parecen útiles y valiosas:
- La disfunción sexual como forma de contacto crónica.
“Otra tarea es la de localizar los temas sexuales relacionales en el contexto de toda la esfera de vida del paciente”, dice Amendt-Lyon (2013 p.30)
Y es que en la sexualidad, como hemos dicho, se expresa también nuestra forma de estar en el mundo, de relacionarnos con el otro, de hacer o evitar el contacto. Las disfunciones son síntomas, expresiones –casi siempre dolorosas y perturbadoras- de nuestras formas de contactar y relacionarnos. No se limitan a la cama, más bien, ocurren también en la cama, aunque quizá sea allí donde pueden mirarse de modo más evidente. Nuestros patrones relacionales están en las diferentes áreas de la vida, aparecen ante diferentes personas y en diferentes situaciones. En la práctica sexual, por supuesto. Y también en el espacio terapéutico.
Una persona que se cierra a las novedades del entorno muy posiblemente se cerrará también en su práctica sexual. Quien vive a prisa, sin tiempo para detenerse y sentir, llevará esa misma prisa a sus encuentros sexuales. Quien de modo egotista intenta controlar la experiencia impidiéndose la espontaneidad, muy posiblemente bloquee sus respuestas sexuales espontaneas.
¿De qué modo la disfunción sexual (esa forma crónica) está presente en la vida y en el consultorio? O también: ¿De qué modo este patrón relacional que surge ante mí en el consultorio se manifiesta también en la práctica sexual?
Creo que el trabajo profundo con estas formas relacionales crónicas y la creación de ajustes creativos que amplíen los recursos del paciente, alcanzará también al ejercicio de su sexualidad, pues no estamos separados. La sexualidad es contacto, es relación. La cama es sólo otro espacio donde se expresa lo que somos.
Para ver la estrecha relación que suele haber entre la disfunción sexual y los patrones relacionales del paciente, suelo poner especial atención a los verbos que están presentes en cada disfunción, pues me permiten ver más allá de lo que ocurre en la alcoba. Los verbos pueden ser llevados a otras situaciones, y por supuesto, a lo que sucede en la relación terapéutica. En el discontrol eyaculatorio, por ejemplo, está presente el verbo permanecer y no permanecer. En el vaginismo está presente el verbo dejar entrar o no dejar entrar. Es claro que eso sucede en la vida sexual del paciente, pero podemos preguntarnos sobre ese mismo verbo en otros momentos de la vida, y por supuesto en la relación terapéutica: ¿El paciente permanece o no en otras experiencias de contacto? ¿Permanece o no en su contacto aquí y ahora conmigo? ¿La paciente me deja entrar? ¿Cómo no me deja entrar? ¿Deja entrar lo nuevo en su vida?
¿De qué modo mi presencia favorece o no el surgimiento de estos verbos en el aquí y ahora de la relación? ¿Cómo participamos el paciente y yo en su co-creación?
- La disfunción sexual como texto.
La disfunción sexual puede ser un mensaje, un texto, es decir, el modo cómo algo es expresado a alguien. Los textos no se reducen a algo escrito; las notas musicales, las palabras pronunciadas, los movimientos y los gestos, los silencios incluso pueden ser textos. Un texto tiene destinatario, intenta alcanzar a alguien, ser escuchado, provocar una respuesta. Con frecuencia la disfunción sexual ha sido la única forma en que el texto ha encontrado su vía de expresión. El terapeuta hace una labor hermenéutica, es decir, ayuda a interpretar el texto, aunque es el paciente quien sabe, en última instancia, su sentido último. “Sólo el paciente tiene la facultad de entender-se en el síntoma y de encontrar la verdad (…) ¿Y a qué hace referencia el texto del síntoma? Desde un punto de vista gestáltico, la respuesta es unívoca: el síntoma hace referencia a la relación” (Sichera en Spagnuolo, 2002 p.35). Una vez que el texto se aclara, tocará buscar alternativas para expresarlo de modos distintos, más directos y más creativos de modo que la disfunción deje de ser la única manera de expresarlo.
El texto que es la disfunción suele pedir algo. Un síntoma crónico –dijo Jean-Marie Robine en un taller hace algún tiempo- es siempre una repetición. Y una re-petición es algo que se pide una y otra vez porque no se encuentra en el entorno aquello que se necesita. De nuevo, descubrir qué es lo que se pide una y otra vez a través de la disfunción, abre la posibilidad a pedirlo de otra forma, más directa y explícita.
Más adelante intentaré algunas posibles interpretaciones o traducciones de las disfunciones sexuales como textos. Por supuesto, son sólo unas cuantas, las que me parecen más evidentes o las que han surgido en mi trabajo en el consultorio. Hay muchas más, algunas quizá inesperadas y sorprendentes. Me parece importante no cerrarse a unas pocas. Lo importante, como ya dijimos, es que sea el paciente como creador de ese texto, quien descubra su verdadero sentido.
- La disfunción sexual como ausencia en la frontera de contacto.
Si bien la propuesta de Giani Francesetti acerca del sufrimiento del campo como una ausencia en la frontera de contacto se refiere a las psicopatologías, me parece que puede retomarse para enriquecer el trabajo con las disfunciones sexuales. Las disfunciones sexuales son también formas repetidas que vuelven a surgir en el campo y que impiden la presencia plena. Algo que debería surgir y estar presente no lo está y esa ausencia imposibilita el encuentro o lo empobrece.
“Lo opuesto a la vida, que está presente, es en cambio, la ausencia (…) lo opuesto al bienestar no es el dolor. El dolor es una parte intrínseca e irrenunciable de la vida. De nuevo, lo opuesto al bienestar es la ausencia (…) La ausencia se manifiesta como an-estesia y a-poesía. La an-estesia es el no sentir, la a-poesía es no ser creadores”. (Francesetti 2013 p.44-45)
Y junto a la ausencia hay también una espera, la de que algo se haga presente en la frontera. Así, más que pensar en un paciente con cierta disfunción, podemos pensar en un campo disfuncional. No es el paciente con deseo sexual inhibido, sino un campo no deseante. No es la paciente con vaginismo, sino un campo que se cierra. No es el paciente que eyacula rápido, sino un campo que no permanece en el contacto. No es una paciente anorgásmica, sino un campo que se controla en exceso. No es un paciente con disfunción eréctil, sino un campo que se exige ser de una sola forma.
Francesetti nos recuerda que podemos percibir esa ausencia entre nosotros a través de los sentidos, es decir, desde una percepción estética que siente, más que piensa, la calidad de nuestro encuentro.
“El terapeuta –presente con sus sentidos, dedicado a la co-creación del contacto, dedicado a tejer el tejido de la relación- siente esas ausencias. Este sentir es ya un acto terapéutico porque relata como figura en el campo relacional (no importa si no está todavía en la consciencia del paciente) la ausencia olvidada. Recordar la ausencia es ya presencia”. (Francesetti 2013 p.48)
Es mi propia experiencia en el campo, ante el otro, la que me guía; mi cuerpo que desea o no, que puede entrar o no, que deja entrar o no, que puede o no ser fuerte y vulnerable, que permanece o no en la intensidad del contacto, que se acerca o no, que confluye o no.
El terapeuta no puede cambiar al paciente, así que no actúa sobre él sino sobre sí mismo para así impactar el campo que está siendo co-creado. Para eso, dice Francesetti, es esencial que esté presente en esa ausencia, que sostenga esa ausencia, que le dé lugar, para que luego, pueda surgir lo que no había surgido hasta entonces. El terapeuta hace presente lo ausente, y como consecuencia el campo será distinto permitiendo que algo distinto ocurra.
No quisiera cerrar este capítulo sin ofrecer un último ejemplo que, me parece, resume varias de las ideas expresadas hasta el momento, especialmente porque hace evidente que también en el trabajo terapéutico con las disfunciones sexuales, lo que cura, en última instancia, es la relación.
Este caso en particular me ayudó a comprender el poder de la relación en toda su profundidad, quizá porque en él pude ver mi propia limitación:
Jaime llegó al consultorio con una demanda clara: desde hacía casi año y medio sufría se incompetencia eréctil. Su caso tenía una historia particular: desde joven tuvo diferentes parejas sin que la erección fuese un problema, solo hasta que conoció a Clara, su actual esposa, empezaron los problemas. Por supuesto, el pautamiento más evidente era el de un tema relacional con Clara, sin embargo, nuestro trabajo descubrió algo anterior.
Al narrar su historia me cuenta lo que ocurrió con su madre siendo él un niño. Un día, a sus ocho años, sin el menor aviso, sin que hubiera habido señales que lo pusieran alerta, su madre le dijo a él y a su hermano que se marchaba. Y lo hizo. Para siempre. Jaime no recuerda que sus padres tuvieran problemas. El desconcierto fue total. Su madre y él tenían una buena relación, cercana, cariñosa, que se rompió de pronto ese día. No la volvió a ver sino muchos años después, siendo ya un adulto, en la fila de un banco. Ante aquello, su padre cayó en una profunda depresión. De algún modo se olvidó de sus hijos para sumirse en su dolor. Jaime lo recuerda llegando del trabajo, bebiendo ante la pantalla de la televisión, incapaz de verlo a él y a su hermano.
Conforme Jaime creció tuvo parejas con las que tarde o temprano terminaba. “Un día me despierto y me doy cuenta de que ya no quiero estar con ella, y ese mismo día la cito y termino la relación”, me contó. Eso ocurría una y otra vez. Su vida sexual parecía funcionar sin problemas hasta que conoció a Clara. Ocurrió algo que no esperaba: se enamoró. Pensó terminar con ella, pero la quería tanto que decidió quedarse. Poco después le pidió matrimonio y cuando ella aceptó, la erección desapareció del todo. A pesar de ello se casaron. Se llevaban bien pero el sexo era siempre una sombra y se acrecentó con el deseo de tener hijos.
En mi trabajo con Jaime todo parecía claro: la herida relacionada con su madre, aquel abandono, lo hizo evitar cualquier compromiso. Mientras no lo hubiera, su práctica sexual parecía funcional, pero cuando apareció el amor hacia una mujer, vino con él el miedo a ser abandonado y la pérdida de la erección fue el síntoma a través del cual se manifestó ese miedo. Sin embargo, aunque sabíamos eso y lo trabajamos, la erección no volvía. Usé diferentes ejercicios sexológicos sin ningún resultado, hablamos una y otra vez de la experiencia con su madre y de la novedad que suponía Clara, pero nada de eso cambió la situación. Me sentí sin opciones.
Entonces se abrió una puerta en mi grupo de supervisión: si su tema recurrente era con las mujeres ¿qué pasaría si trabajara con una mujer? El grupo propuso que tuviera cuatro sesiones con una terapeuta mujer que se centrara en la relación y que, por supuesto, pudiera sostenerla. Mónica, una amiga y colega sería esa terapeuta. Jaime confiaba en mí, así que cuando le propuse esas cuatro sesiones con Mónica aceptó de inmediato. Confieso que no tenía la menor idea de hacia dónde nos llevaría esa decisión.
La primera sorpresa fue darme cuenta que el paciente que trabajó con Mónica no era el mismo paciente que trabajaba conmigo. En el grupo de supervisión, Mónica habló de un Jaime al que yo no conocía, un Jaime sensible, expresivo, que lloraba desde la segunda sesión (conmigo no lo hizo en el año y medio que nos vimos semana a semana). ¿Quién era ese Jaime que yo desconocía? ¿Por qué no lo conocí? ¿Y qué ocurría con Mónica que no ocurría conmigo? Sé que Mónica es una excelente terapeuta, pero ¿tan incapaz era yo? Ser terapeuta también es enfrentarse a las propias carencias y limitaciones, a la propia ignorancia.
La cosa no terminó allí. Al terminar las cuatro sesiones planeadas, Jaime quiso seguir trabajando con Mónica, pues sentía que lo que hacían estaba inconcluso. Pero Mónica no se sentía cómoda con eso: Jaime era mi paciente, no el suyo, el acuerdo era de cuatro sesiones. Lo hablamos y decidimos alargar el experimento cuatro sesiones más.
La relación terapéutica nunca es como se espera, es una creación única y en muchos sentidos impredecible. Se teje sesión a sesión, y entre sesiones. Se teje también en donde no vemos y donde no sabemos. Al terminar esas segundas cuatro sesiones, Jaime quería seguir trabajando con Mónica. Sentía con ella cosas que nunca sintió conmigo. En principio, Mónica se negó, y tenía sus razones: Jaime era mi paciente y no quería “robármelo”, entre otras cosas porque como mi amiga, sabía que en aquella época yo tenía pocos pacientes y en consecuencia, algunas dificultades con mi estabilidad económica. Por un lado, Mónica quería respetar el acuerdo, por otro, intentaba cuidarme. Volvimos a hablarlo. ¿Había que pensar en el paciente, en Jaime, o en mí y mi economía, mi preocupación y mi ego? Discutimos y llegamos a la conclusión de que había que mirar a Jaime antes que a nosotros. Si Jaime elegía quedarse con ella, eso sí, tendría que decírmelo, para cerrar lo nuestro. Así ocurrió. Con cierta incomodidad, Jaime me dijo que quería continuar con Mónica y cerrar conmigo, que mi trabajo le había servido (también él me cuidaba) para entender su herida y sobre todo al recomendarle que trabajara con una mujer. Nos despedimos.
Jaime siguió trabajando con Mónica, centrados en el contacto y la relación. Tiempo después, la erección volvió. Debo aclarar que Mónica no usaba estrategias de terapia sexual, sino que se centraba en la relación entre ambos y en el riesgo del abandono.
Pasó el tiempo y yo me preguntaba: ¿Serví de algo a Jaime? Con satisfacción puedo decir que sí, y quien nos lo reveló fue el mismo Jaime. Semanas después de la aparición de la erección, llegó a su sesión con Mónica profundamente conmovido por haber descubierto lo que lo había sanado. “Mi herida –dijo- ocurrió porque siendo niño una mujer me abandonó, y la cosa no terminó allí; luego, un hombre se encerró en su dolor, se prefirió a sí mismo y se olvidó de mí. Ahora entiendo lo que hicieron ustedes, justo lo contrario: una mujer decidió no abandonarme cuando la necesitaba y un hombre decidió pensar en mí y en mi necesidad antes que en las suyas. Ustedes fueron esa mujer y ese hombre”.
Él estaba convencido de que Mónica y yo habíamos hecho ese plan terapéutico. Nada de eso. Hicimos aquello sin darnos cuenta de que lo sanábamos. Lo hicimos porque creímos que eso tocaba hacer. Mónica me narró aquello entre lágrimas y mis lágrimas fueron la única respuesta posible.
La relación, sí. Una relación nueva que con su novedad limpia la relación anterior. Una relación que no es planeada sino que surge espontáneamente desde el interés por el otro y desde la propia presencia.
Jaime, en nuestra forma cómplice de nombrarlo se convirtió en nuestro paciente. De ambos. Con todo y mis carencias. Con mis limitaciones.
Ah, y por cierto, al hijo de Jaime y Clara, que nació meses después, le llamamos nuestro sobrino.